Miércoles, 26 de septiembre de 2012. Tomen nota de la fecha, porque esa tarde me ocurrió algo totalmente inusual. Imaginé que una revista cubana, de cuyo nombre no quiero acordarme, me pedía un reportaje sobre la literatura mexicana contemporánea.
Me quedé pensativo, porque no todos los días una revista cubana te encarga un reportaje sobre la literatura mexicana contemporánea. Tampoco sobre la literatura mexicana del boom o del post boom o sobre algún otro periodo significativo en el devenir de las letras hispanoamericanas. En realidad son escasas las probabilidades de que te encomienden un reportaje sobre literatura o sobre cualquier otra cosa.
Ustedes, ¿qué creen que hice? Acepté, por supuesto. Debo confesar que en un inicio tuve mis temores con el asunto de los permisos de salida, el pasaje y el dinero para pagar el hotel, más los gastos de alimentación y transporte los días que iba a pasar en el DF. Es decir —pensaba yo en aquel momento— si uno decide ir a México tiene que visitar el DF, ¿eh? No es cosa de aterrizar en el desierto de Sonora, en Michoacán o Guanajuato. Además —no sé de dónde saqué la idea—, los escritores por lo general son capitalinos y los mexicanos no debían ser la excepción. Si existen escritores mexicanos tendrían que vivir en el DF. Así se lo expliqué al editor de la revista.
—Oh —dijo uno de los directivos—, no te preocupes por eso. Para escribir el reportaje sobre literatura mexicana no tendrás que viajar a México…
—No entiendo —dije.
—Es muy simple. Permaneces en La Habana, como siempre. Los escritores mexicanos vienen hasta Cuba, te localizan, los entrevistas, escribes lo tuyo y punto…
De nuevo quedé pensativo, porque no todos los días el directivo de una revista cubana te anuncia la visita de escritores mexicanos. O de cualquier otra parte. Ustedes, ¿qué creen que hice? Acepté, por supuesto. Seguro imaginaron que nada más me interesaba el asuntico del viaje. No es así. Si la montaña viene al profeta, ¿a qué tendría el profeta que ir a la montaña? Esta filosofía, de alto contenido pragmático, resulta muy eficaz para evitar viajes prescindibles, que sobrecargarían innecesariamente las rutas aéreas del mundo.
En cuanto los mexicanos pusieron pie en el Aeropuerto Internacional José Martí me llamaron a la casa. Alguno de los funcionarios debió facilitarles mi teléfono. Los mexicanos no suelen ser demasiado puntuales, es posible que debido al exceso de picante en sus comidas. El caso es que me dieron un timbrazo.
—Oigo —dije.
—Nos veremos mañana al mediodía en… (Por discreción omito el nombre del lugar donde quedamos en encontrarnos). ¿Al mediodía? Los mexicanos son increíbles. Citarme a la hora del almuerzo, ¿se les ocurre que iba a invitarlos? Seguro que no. Cuando se trata de almorzar —también de desayunar o de comer— todos los extranjeros (y los mexicanos lo son) deben tener bien claro que les corresponde responsabilizarse con la cuenta. Forma parte de nuestros usos y costumbres. Se trata de una norma consuetudinaria y soy el tipo de persona que por ninguna razón quebrantaría las leyes.
Para resumir: acudí a la cita. No demasiado temprano. No solo porque los mexicanos sean impuntuales —eso creía yo— sino porque llegar el último tiene sus ventajas. Uno se ahorra en protocolos, formalismos y presentaciones. Cuando subí las escaleras me topé con los tres hombres sentados en medio de la habitación de 4 x 6 metros. En el suelo los andamios y las luces marca Einstein, de 650 watts cada una. Sobre la mesa la Canon full frame, con zoom 16-35 mm y video high definition. Un verdadero sueño. Juan Pablo, Camilo, José Luis, alcancé a escuchar. Y todos me tendieron la mano.
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Hace poco, en un programa de la Televisión Cubana (creo que Hurón Azul), entrevistaron a varios escritores y periodistas cubanos sobre la relación que existe entre periodismo y literatura. Periodismo literario. Literatura periodística. La gente que ahora pasa de los 50 tiende a evocar con nostalgia “la primera época” de El Caimán Barbudo. No me queda claro a qué se refieren con aquello de “la primera época”. Tal vez a la etapa en que los propios nostálgicos integraban la plantilla de la revista o escribían para ella. Pero después de mí el diluvio. Ya no se hace periodismo literario, ni en El Caimán Barbudo ni en ninguna otra publicación. Los periodistas de ahora no tienen pluma para eso. Ni siquiera hay periodistas como los de entonces. ¿Escritores? Mucho menos.
Me salí del tema (algo que los severos cultores del periodismo literario no van a perdonarme). En el espacio aludido, a Leonardo Padura le franquearon un par de minutos ante la cámara. Suficientes para decir que, en su opinión, dentro de cincuenta años alguien iba a descubrir dos realidades nacionales distintas: una en los diarios; otra en sus novelas.
Me quedé pensativo (últimamente me ha dado por quedarme pensativo). No todos los días un escritor cubano aparece en pantalla para afirmar que nuestra prensa está divorciada de la realidad. Fue lo que dijo Padura. ¿Fue lo que interpreté?
Acerca del parentesco entre periodismo y literatura los criterios fluctúan. Hay quienes sostienen que el primero es un oficio y la segunda una manifestación artística. Hay quienes defienden la tesis de que la escritura es una y que, sin importar el género, son sus valores estéticos los que la elevan (o no) a la categoría de arte. Hay quienes no piensan (al menos no dicen) nada y continúan escribiendo lo mejor que pueden, sin preocuparse jamás por los conceptos y las disquisiciones doctrinales.
Lo incuestionable —opino yo— es que uno se enfrenta al texto desde el placer o la apatía, incluso desde el disgusto, en relación directa con la manera en que está escrito. Cuentan que Bob Dylan le llevó a Lennon una de sus grabaciones. John, ¿escuchas la letra?, le pidió. El genio de Liverpool respondió: No importa lo que dices, Bob, sino cómo lo dices. ¿Será que con el periodismo y la literatura ocurre algo parecido?
¿Qué le falta entonces en su manera de decir al periodismo cubano? ¿Qué no le falta a la literatura? ¿Deberíamos tal vez intercambiar las plazas? ¿Saturar las editoriales con libros escritos por nuestros periodistas y colocar a los escritores en las redacciones de los principales medios? Queda pendiente una reflexión al respecto.
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Juan Pablo Villalobos nació en Guadalajara en 1973, por lo que vendría a ser lo que acá se dice “un escritor joven”. Estudio Marketing y Literatura Hispánica y luego ha sido becario del programa Alban (becas de alto nivel de la Unión Europea para América Latina) y del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana. Actualmente estudia un doctorado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona.
Su labor periodística es extensa: Ha realizado estudios de mercado y ha escrito y publicado crónicas de viaje, crítica literaria y de cine. Como si no bastara, su curiosidad insaciable le ha llevado a investigar temas tan disímiles como la ergonomía de los retretes; la influencia de las vanguardias en la obra de César Aira; la maleabilidad de los poliductos para instalaciones eléctricas; los efectos secundarios de los fármacos que se utilizan en el tratamiento de la disfunción eréctil; o la excentricidad en la literatura latinoamericana en la primera mitad del siglo XX. Como narrador ha publicado las novelas Fiesta en la madriguera (2010) y Si viviéramos en un lugar normal (2012), ambas con Anagrama. Como para que uno se pregunte: ¿Se pueden hacer tantas cosas?
El miércoles 26 de septiembre de 2012 (tomen nota de la fecha) nos reunimos con Juan Pablo Villalobos y sus dos compañeros: Camilo, fotógrafo y realizador audiovisual que trabaja para Editorial Mapas, y José Luis, fotógrafo free lance que tiene su estudio en el DF, aunque pasa la mayor parte del tiempo viajando por todas partes y haciendo fotografías donde lo contraten. Vinieron a Cuba para hacer un reportaje sobre la literatura cubana contemporánea. Por cuestiones metodológicas —o puede que por simple afinidad generacional— a Juan Pablo le interesan los escritores nacidos a partir de 1970, los que también en México vendrían a ser “escritores jóvenes”. El reportaje podría aparecer en el número de Gatopardo correspondiente a diciembre de este año.
El encuentro se prolongó durante horas. Ni Rafa ni yo nos percatamos que la hora del almuerzo se alejaba de modo inexorable. Ocurre siempre cuando la conversación es grata y, sobre todo, cuando se siente a gusto la manera en que tu interlocutor aborda las temáticas previstas, con precisión y sutileza. Más que nada con mucha inteligencia. Uno siente que, tras un diálogo como ese, solo cabe esperar un formidable artículo.
¿De qué hablamos? Pues de la presencia y/o ausencia de una crítica verdaderamente crítica en Cuba; del panorama editorial en la Isla y de las ventajas y desventajas de un no-mercado para el libro; del sistema de premios y de los avatares, en fin, que rodean al escritor cubano en su bregar cotidiano, viva donde viva y publique donde publique. Incluso donde no publique. ¿Qué dijimos al respecto, el Rafa y yo? Ah, no. Eso no voy a confesarlo. Tendrán que esperar, como es justo, por la edición de Gatopardo y la publicación del reportaje. Ya es suficiente noticia conocer que en México, gracias a una revista especializada en periodismo narrativo, les interesa la literatura cubana que hoy se escribe. A nosotros —al menos al Rafa y a mí— nos gustaría retribuirles en igual medida. Escribir un reportaje, seguramente a cuatro manos, sobre la literatura mexicana contemporánea y los escritores aztecas nacidos después de 1970.
Solo falta que una revista cubana nos lo encargue.