Desde la experiencia, desde el oficio y la técnica que tanto defiende y prioriza en la formación de un poeta, Lina de Feria asume el acto de creación también como hecho sorpresivo, sibilino, inédito, siempre como un golpe inesperado sobre el pensamiento. Ante la vida o el verso, la autora asume el amor, la pérdida, el cosmos, el aliento diario como pulsación continua. Por eso, en gran parte, su primer libro Casa que no existía, de 1967, parece escrito ayer, tiene una vigencia aplastante; algo que difícilmente se puede decir de gran parte de la producción poética cubana de esos años.
La naturalidad de su canto, su emanación incesante y fluida, evidencia que la poiesis en de Feria es suceso ineludible. Basta leer un poema de esta mujer para asegurar que ella inevitablemente habría de dedicarse a alguna manifestación artística. Su obra literaria es testimonio de un destino asumido como fatum y como don que le permite perseguir y asomarse a la cruel anatomía de la belleza inaprensible. Es esta una mujer que ve “algo vivo en todo”.
La trasgresión y la continuidad en Lina, la ruptura del legado que la antecede son asumidos de un modo coherente y franco, lo que nos muestra la forma más genuina a seguir para llegar a la innovación: no pretender otra cosa que dejar testimonio profundo y sublimado de nuestra existencia. Cada vez que esta mujer entra “en una compuerta densa”, lo asume y lo escribe como si fuera la primera vez, desde el temblor visionario y prístino que la caracteriza. Así declara con su acostumbrada plasticidad y desde un presente doméstico que nos traspasa:
catalizo este día de llovizna imparable
y al cubrirme las manos con un poco de hierba
siento el inicio del mundo
en el búfalo de Lascaux
en los aires de galernas a sotavento
donde un bote mínimo deshace el mar.
La movilidad heraclitiana que ostenta la poesía de Lina de Feria impide que algún lector quede indiferente ante su obra. Esa kinesis perenne de su verso, el movimiento perpetuo, a la par de ser un castigo que asume como éxodo desde la sintaxis y la forma, así como por medio de la tropología y el significado, le otorga vivacidad metabólica: sus líneas son corpúsculos lingüísticos que se mueven incesantemente como la materia. Uno lee un poema de Lina y parece que su cuerpo tiene voz y vida propias, como un animal imprevisto, como una bestia sola que sabe asumir su dolor y su esperanza desde los signos ajustados al papel.
Un buen texto siempre es un espejo dialógico que invierte o lee nuestra imagen de un modo que no previmos, mediado por nuestras vivencias y nuestro conocimiento. De Feria logra con sus poemarios desarrollar galerías de espejos, salones versallescos en que el otro y el mundo pueden reflejarse a través de su palabra cóncava, de su ojo escrutador. Y eso se debe principalmente al altruismo de esta mujer que se sabe “exactamente humana”, y que declara “me voy a poner en el sitio de otros/ para hablar del acontecimiento”. En este sentido, y como el primer poema de este libro confirma, la obra de Lina recoge la mirada prójima y al mismo tiempo especular, la autora interpreta, ausculta su entorno y se reconoce en él. Su derredor le sirve para definir la naturaleza interna y para comprender al semejante.
De la movilidad, de la capacidad dialógica, trasgresora, especular y palpitante de su obra da fe el primer libro que la autora publica en España a través de la Editorial Verbum, una antología cuyos prólogo y selección ha estado a cargo de Josefina Suárez y en cuyo proceso intervino la propia Lina.
Con una encuadernación y un diseño sobrios y atractivos, con una consistente y llamativa factura, Verbum da a conocer en la península la sostenida trayectoria poética de Lina de Feria, en un ejemplar compacto tanto en lo material como en el contenido. Josefina Suárez es, además de una de las personas más cultas con las que he conversado, la lectora más fiel y rigurosa de la obra poética de Lina de Feria. En el prólogo, Suárez analiza y clasifica la poesía de Lina con claridad, sencillez y condensación. Los poemas elegidos para esta ocasión son horcones contra el mal tiempo, cuerpos discursivos consistentes y escritos en el fervor mismo de la sangre.
Poemas escogidos. En la oquedad del tiempo de Lina de Feria, publicado por la Editorial Verbum es, por tanto, testimonio diacrónico de una obra que ha logrado anclar, horadar la memoria; que ha hecho de la pérdida un puerto, un andén desde el cual siempre la autora parte y al que vuelve. Su intuición poética, su verso siempre joven, desempolvado, su impulsiva y dionisíaca precisión en el decir nos confirman que el viaje siempre comienza, que en la palabra hay un tránsito hacia un ojo mistérico e indescifrable al cual, como Ícaro, la poeta tiende, “como si todo fuera hacia el núcleo galáctico/ hacia la dimensión del observatorio del mundo”.
Se suma así la autora al amplio catálogo de una editorial que apuesta por el talento, por ediciones pulcras y decorosas, junto a importantes escritores como Casal, Heredia, Lezama, Zambrano y otros contemporáneos de la propia Lina; una editorial que arriesga por el pensamiento, los estudios humanísticos, y donde la poesía tiene heredad definitiva.
Verbum, con este ejemplar compilatorio de Lina de Feria, da reconocimiento a la obra de una de las más importantes, visionarias y osadas voces de nuestra lengua. La escritora, desde ese animal inofensivo, molecular, callado que parece ser la palabra, nos convoca a la aventura del decir, a la agónica y arriesgada actitud de “nombrar las cosas”, hasta lo desconocido.
El verso de de Feria se mueve en un eje más bien vertical, canta (como Zequeira o Piñera) durante la caída; pero no deja de haber nunca vibración, pulso. Se lanza en atentado cósmico al pretender alcanzar y herir las alturas como “carro de estrellas contra el cielo”; y al mismo tiempo cae “racimo adentro sin proporción”, “me deslizo en silencio/ hacia el abrumador trasfondo de la tierra”. Esta mujer sigue la apretada marea de la sangre, sin que se derrame, por lo que estos versos bien podrían definir su poética:
quiero la fiereza pero no la garra
quiero el manteo pero no la muerte
quiero sobrevivir a mi propio despojo
Lina no teme al tiempo, pues este mismo, en su monstruosidad implacable, le devuelve su verdadera estatura. Ella misma, su poesía, son testimonios de la sobrevida y el desafío, de la “inevitabilidad poética” en un entorno que quiso alguna vez anularla. Vive al límite y hacia adentro, es “brasa cayendo”, pero “brasa hasta el último instante”. Escribe desde los desfiladeros del espíritu, desde los arrecifes afilados del alma, siempre al borde del desastre, y su verso es testimonio y salvación de ello.
Me gusta leer la obra de Lina de Feria como una conversación continua que, a través de un coloquialismo lírico que corrige los vicios más evidentes de la generación del 50 en Cuba, nos incluye y nos convoca. Una conversación que dura ya más de cuarenta años. Cuando en 2008 la autora ganó el Premio Nicolás Guillén de Poesía, los dos primeros versos de su cuaderno galardonado condensaban esas cuatro décadas de vocación. La autora comienza diciendo in media res “efectivamente”: continúa esa larga, profunda e íntima conversación que es toda su obra, invita al diálogo y sin pausa viene el giro metafórico, la definición de su derredor desde el tropo: “el absurdo es un aire de galerna”.
Polítropa, yendo de la epicidad y el verso críptico a un tono doméstico y más simple, “del cacharro doméstico a la Vía Láctea”, Lina vive en la oquedad del tiempo, más allá de todo límite geopolítico, y desde ahí nos habla, escuchémosla, porque sus palabras están hechas de la madera de nuestros propios huesos y conoce los misterios de los libros y del amor:
¿qué tal Havana City?
si no fuera por lo que te destruye
(el mar
el insondable)
me acostaría contra todas las banderas
en el puente de La Fuerza
y repetiría infinitamente
“pero no me diferencio del conjunto”
y desnuda e impaciente
daría vueltas en la Ceiba del Templete
pidiendo el vuelco hacia la belleza
un sin fin de humedades
la flor seca en el poemario de Delmira
y luego regresaría a casa
con “la cabecita baja” de Pilar
conmovida y llameante.