El “Incidente Johnson-Muñoz”
A Yoss, por el Voxl de “El equipo campeón”…
El público aullaba enardecido, atestando las gradas de la vieja sala habanera Kid Chocolate, hace poco reacondicionada por completo para el pugilismo cerebral. Las apuestas, legales e ilegales, estaban por las nubes.
En la única pelea de la noche, esperada con ansiedad por la afición cubano e internacional, se enfrentarían por segunda vez dos de las mayores estrellas internacionales de esta popularísima disciplina: el actual campeón del orbe, el estadounidense Michael “Mind-Boggler” Johnson, y su retador, el cubano Manuel “Sin-Cráneo” Muñoz, quien un año antes cayera en Baltimore ante el yanqui en el combate final por el título mundial profesional.
Como toda disciplina de combate, el pugilismo mental profesional, pese a no ser propiamente “de contacto” no era ni mucho menos un inofensivo juego de niños. Aunque no se tocaran nunca, no resultaba raro que uno de los dos adversarios quedara lesionado de por vida o incluso resultara muerto antes de que concluyeran los doce rounds que componían cada encuentro del “deporte del siglo XXII”. Quizás por eso era que muchos médicos se oponían a los encuentros, considerándolos un espectáculo inhumano, bárbaro y de extremo mal gusto.
Pero, pese a todos sus sensatos y humanitarios opositores, una morbosa atracción, tan antigua como el circo romano —si no más—, convocaba a miles de espectadores a asistir virtual o personalmente a cada cartel de pugilismo mental, todos ansiosos de ver sangrar por la nariz, por los oídos y por los ojos a los luchadores… y muchos además de apostar hasta la camisa por uno de aquellos dos temerarios.
A los que, lógicamente, nadie obligaba a participar en tan peligrosa contienda, por mucho dinero que hubiera en juego…
El combate estaba a punto de comenzar. En el centro del cuadrilátero, con experta soltura, los técnicos electrónicos cubanos ya ponían a punto el complejo y carísimo MIO (intensificador de ondas mentálicas, por sus siglas en voläpuk, la nueva lengua internacional). Comprobado su perfecto funcionamiento, cubrieron el inmenso bloque de inextricables circuitos con un chasis metálico y oblongo; la mesa sobre la que se enfrentarían los púgiles, mente contra mente, según el principio de neuro feed-back por mediación tecnológica.
Meticulosos, los paramédicos del patio aseguraron los puntos de apoyo para la quijada y los brazos de ambos contendientes, y revisaron con cuidado las pantallas que, colocadas detrás y encima del sitio de cada “boxeador”, servían para que ambos pudieran visualizar al detalle la actividad cerebral de su contrario. Luego comprobaron por la misma parsimonia los neurocascos amortiguadores de los golpes mentálicos, que, según los ancianos que recordaban el “auténtico” pugilismo, no eran sino un sofisticado sucedáneo moderno de los antiguos guantes acolchados.
Cada contacto fue probado varias veces, para que sólo los boxeadores pudiesen atacar y ser atacados mentalmente. Se corroboró que los botones de rendición funcionaran sin problemas; y por supuesto, también el circuito de transmisión y proyección de las acciones mentales a las pantallas del jurado y a las del público.
Entretanto, en esquinas alternas del cuadrilátero, ambos luchadores calentaban sus mentes con breves y sencillos ejercicios matemáticos… como calcular las raíces cuadradas, cúbicas, y quintas de varios números de diez cifras, para acto seguido someterse a un relajamiento radical: usualmente con algún holograma de alto impacto erótico…
Sólo entonces le tocaba el turno a la auténtica prueba de autocontrol: hallar la raíz cuadrada de un par de números de cinco cifras. Si después de aquel brusco cambio en su actividad mental el púgil era aún capaz de calcular el primer dígito, se consideraba que sus procesos cerebrales funcionaban a la perfección.
A juzgar por la rapidez de sus respuestas, tanto “Mind-Boggler”, el actual campeón, que peleaba esta vez fuera del patio, como el cubano “Sin-Cráneo”, novato del año en la muy competitiva Liga Nacional, se encontraban en óptima forma mental.
“Mind-Boggler” tenía a sus espaldas un impresionante historial de golpes mentálicos: había desencadenado en sus oponentes desde esquizofrenia hasta autismo, pasando por tumoraciones varias y desconexión temporal entre los hemisferios cerebrales. Estaba en el cenit de su fama y forma mental. Por su parte, la carrera del cubano, como demostraba el que se presentara por segundo año consecutivo a discutir el título en calidad de retador, aún estaba en pleno ascenso: si bien hasta ahora sólo había ganado por knock out un par de peleas, dejando en estado semivegetativo a sus contrincantes, casi siempre ocasionaba secuelas motoras irreversibles a quienes lo enfrentaban.
Todos los pronósticos indicaban que sería un duelo cruento y reñido, de los que prefería la fiel afición del nuevo deporte. Según cálculos conservadores, varios miles de millones de eurodólares podrían cambiar de mano al final del combate por concepto de apuestas.
Sonó la campana. Los púgiles dejaron sus esquinas, se ajustaron los neurocascos y chocaron las cabezas así protegidas, según la tradición del antiguo y actualmente prohibidísimo box convencional. Luego, al nuevo estilo, tomaron asiento y apoyaron la barbilla y las manos en los soportes correspondientes.
El árbitro activó el MIO a través de su consola y dio inicio el primer round.
Con fiero instinto, ambos boxeadores, maestros del neuro feed-back, buscaban las zonas cerebrales más sensibles y menos protegidas de su contrario, amagaban y arremetían, como en cualquier otro deporte de lucha. No necesitan estudiarse mucho; ya se conocían más que bien…
“Mind-Boggler” comenzó la ofensiva con un rápido ataque al lóbulo de la visión de su oponente, pero la enérgica riposta del cubano produjo en su encéfalo tal desorden hipotalámico que, tras una erección instantánea, empezó a sudar a chorros.
Captando la velocidad de reflejos de su contrincante, mayor que en su primer enfrentamiento, el norteamericano optó por cambiar prudentemente de táctica hacia una pelea de desgaste: mientras amagaba con directos a la pituitaria, comenzó de manera subrepticia a hacer estallar neuropéptidos en el cerebro del antillano, que poco a poco fueron adormeciéndolo.
Por suerte, justo antes de caer dormido, “Sin-Cráneo” apeló a sus reservas de autocontrol, y recobrándose, contraatacó interfiriendo las vías neuronales más recurrentes de su rival, lo que lo entorpeció de manera notable.
Y sonó la campana. La puntuación en el primer round había sido mezquina, pero pareja: 7 a 7, marcaba el jurado, y el público no lo cuestionó. Los modernos métodos de arbitraje neuroelectrónico hacían indiscutibles las decisiones arbitrales, excepto para los fanáticos más obtusos y parciales.
Los entrenadores del norteño corrieron en la consola de su púgil algunos ejercicios MENSA, mientras le hacían un TAC cerebral con una máquina portátil. Los del criollo, por su parte, lo sometieron a hipnosis y le hicieron tres regresiones; con muchos menos recursos económicos, no tenían el acceso a la tecnología de punta de sus rivales.
Al terminar el tiempo de descanso, dos despampanantes mujeres desnudas salieron al cuadrilátero, ostentaron orgullosas y con seductores contoneos su filiación mamífera para anunciar así el comienzo del 2do round. Pero ninguna comisión feminista presentó protesta alguna: al fin y al cabo no se trataba de humanas auténticas, sino simples Afroditas, cyborgs de placer de última generación.
Los luchadores tomaron asiento nuevamente en el MIO, ya sin saludarse.
El árbitro activó por segunda vez los dispositivos.
Ahora “Sin-Cráneo” tomó la delantera: envió una onda mentálica que destruyó a su oponente un par de axones esenciales, dejándolo anonadado durante casi un cuarto de segundo. Al americano incluso se le desorbitaron por un instante los ojos ante tan relampagueante ofensiva, pero unas cuantas palabras claves, oportunamente voceadas por su equipo técnico desde su esquina, le hicieron salir del shock a duras penas, despabilarse y erigir nuevas conexiones neuronales.
No obstante, ni así logró recuperarse lo suficiente como para lanzar el contraataque que necesitaba para nivelar las acciones en el segundo asalto; apenas pudo detener un sólido golpe sobre la zona de la audición, que lo hizo tambalearse.
Pero no era desequilibrarlo la estrategia del cubano: “Sin-Cráneo”, actuando improvisadamente, según la tradición de la escuela antillana de boxeo, había concluido con astucia que si las funciones mentales de su contrincante se agudizaban con las palabras de los entrenadores, entonces para ganar lo primero que debía hacer era impedir que pudiera oírlas. Por eso insistió en su ataque al lóbulo auditivo del norteño, una y otra vez.
Poco después ya resultaba obvio que el yanqui llevaba las de perder: con dos puntos de ventaja, el caribeño seguía golpeándolo con vertiginosos ataques mentálicos, ora en la hipófisis, ora en el cerebelo y la audición.
Ya se veía flamante Campeón Mundial, el primero de Cuba en la historia del pugilismo mental. Ya estaba a punto de poner a “Mind-Boggler” fuera de combate. Sólo necesitaba un golpe decisivo, buscar el punto débil para el tercer knock out de su carrera…
Pero, mientras tanteaba la maraña neuronal de su adversario en busca de su punto débil, sucedió algo tan insólito que le hizo dejar de enviar ondas mentálicas durante todo un cuarto de segundo:
“Sin-Cráneo” captó una frase proveniente del cerebro de “Mind-Boggler”.
Captó, sí, porque no fueron sus oídos los que la escucharon; el yanqui, groggy por la golpiza que le propinaban, ni siquiera había abierto la boca. Tampoco era una frase en voläpuk, sino en el más “callejero” español cubano, un dialecto local que el yanqui no tenía modo de conocer:
Estoy roto.
Dos palabras, insignificantes por sí mismas, pero a la vez muy importantes.
Quizás otro deportista cualquiera habría pasado por alto el hecho, sin comprenderlo… pero “Sin-Cráneo”, que antes de descubrir su talento para el pugilismo mental trabajó por años como investigador adjunto en el Instituto de Neurofisiología Avanzada Félix Varela de la capital cubana, sí que comprendió al vuelo el significado del evento.
¿Si sería que, por pura casualidad…?
Había que comprobarlo. Aunque ello significara arriesgarse a perder la ventaja…
Tanto el público como el jurado notaron bien pronto algo raro en el combate. Sorprendidos, observaban los gráficos cerebrales en las pantallas, sin entender nada. Y el más desconcertado de todos era el estadounidense.
La extraña pasividad del púgil local se prolongaba; volvió a internarse en la mente de su contrario, ya sin intención de golpear… para escuchar, ahora de manera incluso más clara e inequívoca que antes:
¿…qué sucede…?
Consternado, pero increíblemente satisfecho, “Sin-Cráneo” retiró esta vez sus sentidos de la materia gris de “Mind-Boggler” durante todo un medio segundo.
¡Entonces estaba en lo cierto! El estupor y el triunfo iluminaron tanto su rostro como las pantallas públicas.
Por pura suerte, fuera del laboratorio, y en condiciones del todo inesperadas, Manuel “Sin-Cráneo” Muñoz acababa de comprobar la existencia de algo que miles de científicos habían buscado en vano durante largas décadas; la transmisión del pensamiento.
Alteradas por el tremendo stress del combate, su mente y la de su adversario, de algún modo inimaginable, habían entrado en resonancia… y uno de los pensamientos del yanqui había pasado a su propio cerebro.
Fue entonces cuando “Mind-Boggler”, curioso, decidió a su vez escudriñar en el cerebro de “Sin-Cráneo” las mismas zonas. Y así fue como se vio de repente invadido por una intensa emoción. Un orgullo que no le pertenecía; la satisfacción de descubridor del cubano, por haber finalmente hallado el por tantos años buscado secreto de la telepatía.
Telepatía, sí. Ambos se hurgaron mutuamente en sus entramados neuronales. Llegaron, tras breves pero escalofriantes fracciones de segundo, a conversar de modo claro, sin hacer uso del voläpuk, del inglés, del español o de ningún otro idioma sonoro. A las cuatro décimas de segundo “Sin-Cráneo” logró contactar la zona de emisión de sentimientos del encéfalo de su contrario y comenzó a sentir emociones foráneas. A las seis décimas de segundo “Mind-Boggler” dio el paso crucial: estrechó el lazo cerebral que los unía, compartiendo memorias, a lo que correspondió el cubano lo mejor que pudo, compartiendo sensaciones. Primero táctiles, luego visuales, luego auditivas…
Pasó un segundo, dos, tres… en las pantallas, los gráficos neurológicos, que el público seguía conteniendo el aliento, eran en verdad sui géneris. Algo nunca antes visto, que iba mucho más allá del simple neuro feed-back. Había circuitos neuronales que quedaban abiertos sólo para, según todas las apariencias ¡cerrarse con otros similares en la mente del otro púgil!
El grado de integración seguía creciendo. En las pantallas, las zonas activas en un cerebro mostraban perfecta simetría con las del otro. Nada tenía sentido: la consola del árbitro mostraba graves daños encefálicos en ambos adversarios, pero los luchadores parecían lúcidos, conscientes, en perfectas condiciones.
Al quinto segundo, el público comenzó a gritar.
Vítores, los pocos capaces de captar la trascendencia de aquel insólito evento.
Reproches, quienes solo eran capaces de ver que su pasatiempo favorito se había visto inesperadamente interrumpido por algún oscuro motivo, y temían que sus apuestas pudieran ser anuladas si se decretaba un empate o se suspendía el desafío.
Al sexto segundo, “Sin-Cráneo” y “Mind-Boggler” seguían impertérritos su mutua exploración mental. Intercambiaron pensamientos, recuerdos y sensaciones.
A los seis segundos y tres décimas de establecido el contacto, Johnson comenzó a mover sus manos obedeciendo órdenes mentales del cerebro de Muñoz… como si fueran una sola mente, una mente más sobrehumana que humana, en dos cuerpos.
Fue demasiado.
De súbito, el puente mental se quebró.
Una neurona falló; luego otra, y cien, mil más se desconectaron, en incontenible reacción en cadena.
Violentamente separados, abandonados de nuevo a sí mismos, ninguno de los dos cerebros pudo seguir manteniendo el control consciente… y los cuerpos desmadejados del cubano y el yanqui cayeron sobre el MIO, convulsionando con furibundos estertores.
Sorprendidos por la rapidez con que todo había ocurrido, los paramédicos, técnicos y neurofisiólogos de ambos equipos de apoyo acudieron de inmediato a prestar ayuda, pero todo fue en vano. No pudieron sino corroborar el deterioro terminal e irreversible de los centros nerviosos de los inermes púgiles, ser impotentes testigos de sus muertes simultáneas.
Las cuidadosas autopsias efectuadas en los cerebros de las dos víctimas mostraron daños nerviosos masivos: miles y miles de sinapsis irremediablemente rotas. Fue así por completo imposible determinar dónde se encontraban los centros telepáticos que según suponían algunos testigos presenciales debían haber entrado en resonancia por puro azar, y de paso repetir el experimento para comprobar si su hipótesis era correcta.
Serios investigadores, escépticos, hablaron de alucinación colectiva, negando enconadamente que nada inusual hubiese sucedido. ¿Telepatía? Patrañas… al máximo, un error electrónico de los más comunes.
Hubo otros que, aún sin creer, aconsejaron prohibir para siempre el pugilismo mental, so pena de enfrentar otros incidentes similares o peores en el futuro. Según su hipótesis, la conexión entre las mentes de ambos deportistas sí se había producido; los registros de las máquinas no mentían. Pero estaba claro que no era una experiencia por la que nadie en su sano juicio querría pasar. Las palabras claves podrían ser sobrecarga y cambio irreversible: aquella unión ¿telepática? que los convirtió por breves pero intensísimos segundos en una sola mente, también habría alterado sus cerebros de tal modo que, al ser luego separados, tales órganos simplemente no pudieran ya encargarse de coordinar las funciones más elementales de sus propios cuerpos.
El encuentro se declaró anulado. Empate por doble muerte.
Y como era de esperarse, al pasar los días y convertirse en semanas y meses, los comentarios nacieron y rodaron y las teorías sobre lo sucedido en la sala habanera Kid Chocolate y que muchos han comenzado a llamar “Incidente Johnson-Muñoz” se han sucedido, negándose unas a otras, como suele ocurrir en la ciencia… y no sólo.
Para algunos neurofisiólogos, Michael “Mind-Boggler” Johnson y Manuel “Sin-Cráneo” Muñoz fueron, a la vez, inocentes víctimas y arriesgados, temerarios, pioneros dignos de culto, precursores en el seductor y promisorio campo de la telepatía y la teleempatía, ciencia aún en pañales, pero que tal vez (si alguien suministra el presupuesto necesario para ciertas pequeñas investigaciones, claro…) algún día permita al hombre hacer realidad su sueño de comunicarse con especies inteligentes de otros planetas… cuando las encuentre… si las encuentra.
Para los incurables románticos que nunca faltan, el cubano y el norteamericano se han convertido en una especie de Tristán e Isolda: trágicos protagonistas de una leyenda contemporánea de comunión mental hasta la muerte… muchos (y no sólo gays) creen firmemente que debían ser amantes en secreto. De ahí que entraran en resonancia sus cerebros… o si no ¿por qué a ninguna pareja de pugilistas le ocurrió tal cosa antes… ni después?
Para los místicos, que son cada vez menos en estos tiempos, el “Incidente Johnson-Muñoz” fue apenas el débil remedo humano mediado por máquinas blasfemas de una conexión más profunda con Dios (o el Absoluto, lo mismo da); pero de cualquier modo una señal de que su búsqueda tiene sentido y debe continuar, porque algún día será gloriosamente coronada por el éxito. Y amén.
Para los ufólogos, el carácter único e irrepetible del “Incidente Johnson-Muñoz” es evidencia incuestionable de la intervención alienígena. ¿Cómo no?
Entretanto, lo cierto es que la popularidad del pugilismo mental ha caído en picado: considerando las muertes de “Mind-Boggler” y “Sin-Cráneo” como una advertencia definitiva, cada vez menos atletas se animan a calzarse en su cabeza el neurocasco y participar en el “deporte del siglo XXII”. Quizás dentro de muy poco acabe por ser definitivamente prohibido, para tranquilidad de sus humanitarios detractores y desilusión de sus fanáticos seguidores… y hampa del juego ilegal surgida y alimentada a la sombra de sus jugosas apuestas.
Lo curioso, aunque prácticamente nadie le ha prestado mucha atención a sus vehementes declaraciones, es que hay un par de técnicos electrónicos habaneros que juran y perjuran que ellos no pensaron que todo acabaría así, y que la causa de todo fue sólo un par de “mejoritas” improvisadas que se les ocurrió hacerle por su cuenta al MIO a última hora, para compensar lo inestable que se pone a veces el voltaje en la capital cubana y ¿por qué no? probar a mejorar sus funciones…
Aunque, en los últimos días, nadie sabe por qué, los dos electrónicos cubanos de marras han dejado de insistir en su responsabilidad en el incidente, e incluso se rumora que han desaparecido. Quizás, al fin y al cabo, algún personaje de la mafia internacional de las apuestas decidió finalmente darle algo de crédito a su versión…
Gabriel J. Gil. La Habana, 1987. Narrador
Estudiante de Física en la Universidad de La Habana. Pertenece al Grupo de Creación de Género Fantástico y Ciencia Ficción Espiral. Egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ha impartido conferencias en los eventos Ansible 2006 y 2007, las cuales han sido publicadas en el e-zine Disparo en Red. Obtuvo una mención en el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2010 con su relato de ciencia ficción “La culpa la tiene Menard”. “El incidente ‘Johnson-Muñoz’” forma parte de la antología En sus marcas, listos, futuro, publicada por la Editorial Gente Nueva.