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El estilo que nos falta

Martí es una buena lectura para un 24 de febrero. Acaso sea mala lectura para siempre. El estilo de Martí corresponde, primero, a él mismo; luego, a su tiempo; final, y principalmente, a su circunstancia, que es una liga de destierro y aspiración. Me pasé este día leyendo a Martí —lo cual me parece mejor, en estos tiempos, que leer sobre Martí.

Todo escrito corresponde, si es genuino, al instante en que lo ha sido. Cada hombre es parte, con su obra, del medio ambiental —histórico, social— en que vive y sueña. Si no es eso, es que se ha desprendido de sí mismo y se ha hecho ficción. Así, pues, todo pasado tiene, respecto del presente, algo de irrealidad confortadora, de evasión. A veces podemos volver a él, como vamos al arte, a escapar, por un momento, del contorno que nos oprime. La historia tiene algo vacación y de alivio, que fortalece y agranda, por dentro, para seguir camino.

Mas, no pueden ser la historia y sus hombres señeros los que nos guíen, con precisión y en detalle, en cada jornada. Nuevos objetivos, nuevos obstáculos, nuevos métodos, imponen actitudes y pensamientos distintos. No podemos ser auténticamente nosotros mismos en relación con lo que inmediatamente nos rodea, y con la visión hacia que propendamos. Podemos, sí, llevar a Martí en el más íntimo santuario de nuestra emoción, pero no es legítimo tomar prestado de su estilo y de sus palabras normas para nuestro actual vivir, luchar y convivir. No podemos acogernos a los pliegues históricos para afrontar la historia que hay que hacer incesantemente —o bien no se hará nada. Todo en nuestro alrededor cambia y se modifica de continuo, demandando actitudes correspondientes, estilos renovados.

Leyendo a Martí se da cuenta uno enseguida de cuánto había en su estilo de presión ambiental y de solicitud de la luz que le fascinaba. Fines y medios en él se corresponden indefectiblemente. Una de sus excelencias está, justamente, en cómo ha logrado hermanar, en un solo impulso, las más divertidas atenciones de su inteligencia y de su corazón. De lo que quiera que hable, a dondequiera que dirige su fantasía, le sentimos urgido por un hervor de patria inlograda que presta presión heroica y herida a toda su prosa y a todo su verso. Esta es la unidad irrompible de su estilo.

Y ya nos lo dice la vieja y maltratada preceptiva; el estilo es el hombre. Pero el hombre es él, más el instante y atmósfera porque marcha hacia otro hombre que, por fuerza, habrá de ser ya distinto. Y ya ese hombre, su continuador, habrá de ser —para ser él mismo, para ser sincero— una negación al menos formal del anterior o precedente, O bien no será más que sombra y espectro, sin arraigo ni vida; sin misión actual y sin historia.

Podríamos, de ese modo, reducir la medida del valer del hombre a aquella con que, más ágil, consecuente y vigorosamente responda a las exigencias y aspiraciones de su medio en la hora en que le ha tocado actuar y pensar. Son la historia y sus hombres ilustres los que, desde el pasado, nos instan a abrirnos paso por nuestros propios recursos, como ellos han hecho, pero sin poder darnos reglas precisas de acción y de conducta.

Sobre todo, esos hombres no pueden darnos su estilo, porque es intransferible. Los estilos no pueden brotar sino de un estado temperamental que es producto de intransferible suma de experiencias. Quien, por ejemplo, escribiera y hablara hoy como Martí, aplicando al presente sus conceptos e imágenes, estaría haciendo dejación de su propia persona, para refugiarse en una situación y en una persona que no le corresponden sino en herencia, en recuerdo, en difuso trasfondo de aliento indeterminado. Quien no moviliza y agranda y actualiza lo que ha heredado, no hará más que gastarlo —y gastarse a sí mismo— sin provecho para nadie. Y ese no tendrá nada que legar. Para él, la historia se remansa y descompone en él mismo.

Martí está aún demasiado cerca de nosotros para que podamos librarnos de su fascinación y de su embrujo. Es demasiado poderoso su impulso, excesivamente deslumbrantes sus imágenes. Su forma nos cautiva y adormece con un poder que se va haciendo tiránico. Bajo este influjo nos es difícil retraer la mirada a nuestro instante para retemplarla en el medio y volver a la pelea diaria con la energía viva que necesitamos para vencer y valernos. A objetivos distintos corresponden distintas armas y maneras diferentes de emplearlas. En otras palabras, estilos diferentes.

Y esa es, a mi ver, una de las cosas que hoy nos faltan: un estilo diferente, resultado exacto de las presiones en que vivimos.

Esas presiones vienen, invariablemente, en cadena. Son producto de la sociedad que, en cada época, nos ciñe, nos aprieta y —hasta donde se lo permite el espíritu— coarta y condiciona. El hombre tiene siempre, y en cada instante, algo de que librarse y algo —inmediato o remoto— a que aspirar y tender. Todo el sentido de la historia —sus luchas, su arte, sus religiones… —pudiera resumirse en el ansia necesaria de alguna forma de liberación. “Yo soy yo más mi circunstancia…”. Bueno, no. Más bien: yo soy yo más mi necesidad de liberarme de esa circunstancia —que me oprime y parece querer aprisionarme para siempre.

Martí, identificado con su instante, habló en consecuencia. Puestos más allá la mirada y el anhelo, fue ya libre por la simple razón de militar por liberarse, y liberar a sus contemporáneos cubanos, de lo que entonces les oprimía. ¡Quién sabe cuáles serían hoy sus actos y sus palabras! La historia ha avanzado rápidamente hacia nuevos complejos imposibles de prever en su momento.

Podemos y debemos, pues, volver a Martí —al Martí hombre, no al Martí mito— en busca de aliento, inspiración y ejemplo de conducta, No podemos pedirle tácticas ni objetivos concretos. Estos, como él en su tiempo, tenemos que buscarlos por propia cuenta, y a la vista de nuestros problemas diferentes, con nuevos estilos.

¿Quién habrá de indicarnos esos estilos? ¿Dónde estarán los nuevos espíritus iluminados, llamados a ser recordados y leídos dentro de cincuenta años como hoy leemos y recordamos a Martí? Los hombres capaces de indicar a las nuevas generaciones el estilo —la actitud, el tono, el impulso y la dirección— que históricamente les corresponde.

Estas son buenas preguntas para un 24 de febrero, y para todos los días, si queremos vivir en presente, y hacia algún mañana cuya visión nos libere ya desde ahora —como a Martí le liberó la suya—, de las actuales servidumbres.

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