La Era Post-Terrícola dura ya doscientos cincuenta y dos años.
Años; unidades de tiempo de los humanos.
De los humanos se sabe lo poco que se sabe porque, no obstante quede bien poco de su planeta natal, que era el tercero de su sistema contando desde su Sol, sí se han encontrado numerosos restos de su civilización en el satélite natural, extrañamente intacto, de dicho mundo, que ellos llamaban la Luna.
La Luna, entre otras cosas, parece haber sido el exclusivo lugar de residencia de un par de cientos de miles de terrícolas.
Terrícolas que, a juzgar por la cantidad y valor de las reliquias del pasado humano que allí se han descubierto, superaban ampliamente al resto de sus congéneres, al menos en lo respectivo a la economía.
La economía constituyó, según la información hasta hoy recopilada, el eje sobre el cual giraba la mayor parte de la vida… al menos de la vida humana, en La Tierra.
La Tierra, destruida por el cataclísmico impacto de un cometa gigantesco, se encuentra hoy reducida a millones de fragmentos: un segundo cinturón de asteroides, que describen la misma trayectoria que el antiguo planeta alrededor de su Sol.
Su Sol, imperturbable, sigue emitiendo casi la misma cantidad de energía que cuando existían los hombres.
Los hombres, curiosamente, parecen haberse extinguido por completo pocos meses antes del impacto del cometa sobre su mundo natal, aunque en un principio los extraterrestres que llegaron al Sistema Solar cuando ellos ya no estaban pensaron, lógicamente, dado que ambos acontecimientos estaban tan próximos en el tiempo, que fue precisamente dicha hecatombe lo que causara la repentina desaparición de los humanos-terrícolas.
La repentina desaparición de los humanos-terrícolas antes del desastre que aniquiló su planeta planteaba a los extraterrestres un fascinante misterio: ¿Puede acaso una especie en vías de franco desarrollo tecnológico, y con una población numéricamente normal para las dimensiones y recursos de su planeta, desvanecerse de la noche a la mañana? Y sobre todo ¿de qué manera?
La manera principal de que los extraterrestres curiosos pudieran obtener información sobre la civilización humana tan enigmáticamente aniquilada consistía en buscarlas en el sistema electrónico de transporte y almacenamiento de datos al que sus creadores llamaron originalmente Internet.
Internet: especie de microuniverso digital. Limitado conjunto de Redes locales conectadas entre sí por lentos servidores.
Servidores: computadoras especiales (generalmente no tan lentas ni ineficaces como las otras de factura humana) que gestionaban las Redes.
Redes que, como la que conectaba los dos centenares de miles de computadoras-reliquias que se hallaron aún en funcionamiento en La Luna, debían haber estado basadas en la comunicación digital.
La comunicación digital en el Sistema Solar, actualmente, tiene lugar en su totalidad a través del único satélite humano que los extraterrestres hallaron aún en funcionamiento: en órbita alrededor de la Luna: el Zeus, que aún mantiene enlazadas a sus doscientas mil primitivas computadoras.
Las primitivas computadoras humanas, cuyo uso (salvo en la Luna) parecen haber abandonado por completo los terrícolas, también pocos meses antes de su misteriosa extinción, pueden definirse como dispositivos electrónicos que reciben instrucciones y las ejecutan realizando cálculos sobre datos numéricos, o relacionando otros tipos de información.
La información que circulaba entre las computadoras de la Luna gracias al satélite Zeus, tuvo, lo mismo que el hardware de los primitivos ordenadores humanos, que ser muy modificada para que pudieran acceder a ella y sobre todo entenderla sus nuevos usuarios, los extraterrestres.
Los extraterrestres situaron su Central de Investigación Humana a sólo un año luz (unidad humana de distancia) de los restos de la Tierra, y allí fue donde se reunió La Comisión.
En La Comisión, los tres representantes del mismo número de razas galácticas llegadas a la Tierra post-humana debatieron acerca de una curiosa memoria digital (pequeño dispositivo humano construido para almacenar información y mantenerla a salvo… incluso lejos de toda computadora) recién encontrada ¡y en magnífico estado de conservación! en un asteroide. La última entrada de datos en el objeto parecía remontarse al año 2200-2300 d.n.e…. (de nuestra era: convención temporal de la Tierra)
De la Tierra ya sabían, tanto como la Red del satélite Zeus y las computadoras lunares, ¿quién si no? los tres miembros de la junta, que a fuerza de investigar sobre el pasado del planeta y de sus habitantes, se habían vuelto fanáticos a la antigua civilización. Hasta el punto de que solían comunicarse entre sí en idiomas humanos, y a menudo lograban incluso dialogar largo rato sin tener que recurrir ni a un sólo término que a tales lenguas muertas fuera ajeno.
Ajeno al paso del tiempo, tras haber sido restaurado por los extraterrestres, el pequeño dispositivo electrónico aún se podía leer… con ayuda, claro, de las correspondientes computadoras.
Las computadoras, (salvo en la Luna, claro) habían dejado de usarse por completo y repentinamente pocos meses antes de la desaparición de los humanos… se creía que al sustituir estos de golpe su primitiva Internet por otro medio de comunicación digital más avanzado. Así que no estaban claras las razones por las que alguien habría querido utilizar ese anticuado formato digital… fuera de la Luna, y en ese momento.
En ese momento, los tres extraterrestres miembros de La Comisión estaban razonablemente seguros de que la memoria, milagrosamente conservada al hallarse protegida en el momento del impacto del cometa contra La Tierra dentro de uno de esos contenedores súper blindados que los humanos llamaban cajas fuertes, debía, por esa misma razón, ser portadora de una información tan valiosa como desconocida.
Desconocida y misteriosa resultaba aún la verdadera causa de la extinción del hombre para los tres integrantes de La Comisión. Como sólo sabían sobre los terrícolas lo que en la limitada Internet lunar aparecía, y en dicha red de información no se habían introducido nuevos datos desde el año 2299, todo lo ocurrido después de esa fecha en el tercer planeta Sistema Solar seguía siendo un misterio para ellos.
Ellos sí sabían, no obstante, gracias a sus meticulosos análisis de los asteroides-fragmentos que eran los únicos vestigios remanentes de la Tierra, que el planeta había sido destruido cerca del año 2301… cosa curiosa, apenas algunos meses después de la repentina y completa desaparición de su especie racional y dominante, según los humanólogos.
Los humanólogos leyeron, pues, con gran expectación, la información contenida en la milagrosamente preservada memoria digital, y…
Y entonces, aunque esperaban algo diferente, todos convinieron en que Aquello cambiaba totalmente las teorías hasta el momento aceptadas sobre la extinción de los hombres.
De los hombres empezaron entonces a Hablar mucho, aquellos serios investigadores, pero ya no telepáticamente, como acostumbraban sus pueblos, sino formulando Palabras.
Palabras que, brotadas de unas bocas que la evolución había ido reduciendo, resultaban Ofensivas, y de un modo muy Extraño.
Extraño ¡y significativo! fue también el descubrir que, en aquellos pocos meses finales de la historia terrícola de los que nada se había sabido hasta entonces, mucho debían haber cambiado los hombres su modo de vida.
Modo de vida que, como los humanólogos consideraron, a posteriori, claro, ya en los últimos años del uso de las computadoras tuvo que mostrar los primeros indicios de tan drástico cambio: cada vez el movimiento homosexual se hacía más grande y hacia el siglo veinticuatro su cantidad de miembros en el planeta superaba ya a la de heterosexuales, sí…
Sí, pero de ahí a Aquello…
Aquello refutaba, para empezar, la idea hasta entonces comúnmente aceptada de que, hasta su misma extinción, los humanos se habían reproducido mediante la cópula.
Cópula era el nombre que daban los humanos al contacto sexual. O sea, al acto físico mediante el cual un humano-hombre-varón de sexo masculino podía (si se lo proponía… o si no andaba con cuidado) dejar embarazada a una humana-mujer-hembra del otro sexo.
Sexo que, por cierto, de tener lugar entre dos hombres o entre dos mujeres no embarazaba. O sea, no producía un nuevo humano descendencia ni garantizaba la continuidad de la especie, y eso lo sabían bien los expertos humanólogos extraterrestres.
Los expertos humanólogos extraterrestres estaban seguros de que, para que semejante cosa fuese posible entre los humanos, habrían resultado necesarios milenios de adaptación fisiológica y sicológica, y no únicamente unos pocos meses.
Unos pocos meses sin reproducción heterosexual sólo dejaban entonces a la raza humana, si no quería extinguirse, la alternativa de la clonación. Sofisticado proceso biotecnológico que fue considerado unánimemente por los humanólogos como muy por encima del nivel tecnocientífico que debían haber alcanzado los terrícolas… incluso inmediatamente antes del fin de sus días.
El fin de sus días, como quedó reflejado en la nueva hipótesis trazada por los tres miembros de La Comisión, aunque ya inexorablemente determinado por la simple falta de procreación, debió entonces tener lugar mucho antes, y no por el impacto del gran cometa (que al menos esterilizó al planeta al destrozarlo), sino… al extinguirse la especie ¡en el plazo de menos de un año! por culpa, probablemente, de una nueva cepa de la terrible pandemia llamada SIDA, de fulminantes efectos mortales y transmitida no sólo, pero si fundamentalmente, mediante la cópula entre individuos humanos del mismo sexo. Aunque el no poder evitar que se diseminara ni conseguir hacer frente a un virus que conocían desde decenios atrás, por muy contagioso que fuera, ponía a los humanos bastante en evidencia, como seres más bien poco inteligentes.
Más bien poco inteligentes fueron también los tres extraterrestres cuando, llenos de pánico ante la posibilidad de que, como mismo encontraron en buen estado la memoria digital, pudieran encontrar algunos virus del SIDA remanentes y aún capaces de infectar, y por completo seguros de sus razonamientos, sin considerar siquiera por un momento que una raza tan ingeniosa como había demostrado por sus artefactos ser la humana no se extinguiría tan fácilmente, redactaron una nueva ley, aún vigente en todos sus mundos, que dispone que cualquier individuo de cualquiera raza que tenga relaciones con otro individuo de su mismo sexo sea en el acto inexorablemente muerto.
Muertos en una absurda especie de Cruzada de la Intolerancia Sexual fueron y aún hoy continúan estando millones de extraterrestres.
Extraterrestres, que parece casi seguro, pronto se extinguirán por completo. Y, paradójicamente, o porque lo que se prohíbe siempre se vuelve irresistiblemente atractivo, justo por Aquello que tanto querían evitar esos tres.
Tres décadas han ya pasado desde que se reunió La Comisión. Entre los millones de extraterrestres ejecutados sin piedad por probadas prácticas (o simple sospecha de prácticas) homosexuales no se ha encontrado hasta ahora, sin embargo, un solo caso de SIDA. Y algunos de los seres racionales de otros mundos sobrevivientes (cada vez menos, por desgracia) especulan ya si los restos de la Tierra no contendrían alguna sustancia que fomenta la homosexualidad, o si no emitiría el Sol de su sistema alguna radiación que estimulase dicho comportamiento, no se sabe aún cómo.
¿Cómo si no, entonces, es que tantos entre ellos, ¡entre ellos mismos, que antes nunca conocieron ni mantuvieron ese tipo de aberrantes relaciones! se han vuelto tan afectos a su mismo sexo? Hasta el punto de hoy enfrentarse, por culpa de las cada vez menores tasas de reproducción de su población, al serio riesgo de su propio fin.
Fin que nosotros, los seis mil millones de avatares virtuales, réplicas informáticas exactas de las personalidades de todos los humanos que habitaban sobre la Tierra cuando se supo del inexorable y próximo impacto del cometa Apocalipsis, no podemos menos que encontrar irónicamente lamentable.
Lamentable resulta también el que, atrapados como estamos por toda la eternidad dentro de las doscientas mil computadoras de la Internet lunar, ya que codificarnos así en nuestro satélite que no tocaría el cometa, fue el único modo de que todos pudiéramos de alguna manera sobrevivir al cataclismo que alcanzó a concebir nuestra ciencia, no tengamos ningún modo de comunicarnos con esos pobres extraterrestres, por simples pero, al menos para nosotros, insoslayables incompatibilidades de software… aunque eso sí, hayamos tenido el doloroso privilegio de ser testigos de excepción de su estúpido error.
Su estúpido error de creer que habíamos dejado de reproducirnos entregándonos a interminables orgías homosexuales que nos hicieron morir víctimas del SIDA, una epidemia que ya habíamos aprendido como curar desde siglos antes… cuando simplemente escapamos al hiperespacio de la monumental catástrofe que no podíamos evitar en el mundo real.
Realmente, una lástima ¿no?