El diálogo infinito con las aguas
Antes de que Cuba fuera, ya la poesía lanzaba el vuelo de sus ramos flotantes sobre las olas. En el inagotable vaivén de la desesperanza, de pronto los ramos flotando, el vuelo de unas aves que cruzan los mástiles en lo alto. Lo que vino por el sur, y lo que vino por el norte, y lo que se arrimó de todas partes, viendo las primeras líneas verdiazules en la distancia.
Y adentro, en la curva térrea, las venas del agua, dulces y frías como pieles de frutas líquidas, y los terrosos animales que se deslizan por las barrancas. Y el numeroso calor humano alrededor de las orillas llenas de espigas y garzas. Así, el que vino antes por el mismo fluyente sendero, en la noche se pregunta su oscuro destino. Sabe, desde su telúrica manera, su precaria estancia.
Viene el que viene, y ya está el que vino, y han de verse en el litoral estupefacto, los dos arribados, el metálico y el desnudo, mientras las mujeres y los niños miran de lejos, en el pórtico de la sorpresa y la inocencia. Y es la sangre en el polvo, el asesinato cometido por el que brilla en la luz del que se confunde con el barro sombrío de la arboleda.
Y el que vino con las muñecas apretadas en el vientre de la madera, condenado a morir en el borbotón de azúcar, supo del dolor sin límites del agua, de la degradación bestial del que en cubierta restallaba el látigo. Se combustionó en el fuego tremendo de una pena sin nombre. Se empozó en el corazón de la isla como un coágulo doloroso.
Siendo tierra como somos desde entonces, somos este polvo trabajado, como de imperio y señorío, en lidia callada con las olas, mientras los ojos se van en los impulsos del terral, en las resacas soñolientas o frenéticas, y otros ojos se quedan sin párpados dentro del turbión de hojas, mirando con mirada de piedra la infinitud del humus y el lagarto.
Y entre ambos tobillos, a la distancia de las dos cejas, el palo y el hierro, las armas de encontrados peldaños, sujetas a diversas gradas temporales, y el oro y el perro, y la cruz y el lamento, y el dolor de una tierra herida, llena de sangre y codicia, doliendo como un conflicto sin márgenes. El mar mira la escena triste, con párpados de arrecife sorprendido.
Aquí hemos fluido, inconformes y soñando, viniendo desde sitios terrestres muy contrastados, y hemos salido a pulir nuestra estrella propia, ansiosos de que tremole en lo alto, como la anunciación de una paloma en la intemperie. Y fue larga la travesía, viviendo adentro y afuera, mirándonos como brazos desperdigados, como una frente astillada.
Y crecimos denodadamente hacia adentro, como una manera de salir al concierto del mundo con la mayor dignidad, que es la libertad de todos. Y en esa entrada en la arcilla vegetal, en la barrosa rama de lo profundo, ganamos la estrella solitaria, pulida con manos negras, amarillas, blancas, cobrizas. Y la poesía supo acompañar siempre, como un ensalmo íntimo.
Y en el instante de mayor gloria, se encendió el mar, para quedar quebrados en la misma orilla del deseo, con las piernas quebradas, y a lo largo de la tierra la sacudida salobre interrumpió las grandes flamas colectivas. Vino una fuerza ajena a detener las olas con que nos marchamos siempre desde nuestro corazón hacia los brazos del mundo.
La poesía cubana es una avellana líquida, una campana ardiendo, un aeróstato yéndose constelado. Nace de un dolor, de una apretazón, de una nostalgia de lo distante. Abriéndose como un cotiledón de fuego, germina en el cielo, atravesando los litorales duros de la realidad. Entra en lo humano con su condición de paja manchada de barro, de huella en el asfalto, de copa quebrada y rehaciéndose en una espuma infinita.
Todo la poesía cubana, aun cuando hable de insularismo, lo que quiere es amanecer continente de luz, derramarse planetaria, conquistarse un sitio sin fin en lo celeste. Su vocación por el rompimiento de las márgenes es permanente, y le pertenece como un correr profundo de sangre, como un ritmo de identidad. Su insularismo es de raíz vivencial y mítica, pero tiene bordes que no pueden delinearse jamás, pues crecen de continuo como el aire cálido.
Los que entre nosotros han luchado con las aguas, que han odiado el mar o se han lamentado de esas espumas que nos circuyen, solo han expresado nuestra ansia de derrame, nuestra necesidad de propagación y realización verdaderas. Se quejan de algo que los constriñe adentro, lidian con un aherrojamiento interior, con una frontera en la misma entraña que nos suprime en lo que nos definimos mejor. Esa batalla de la poesía cubana contra las aguas no es más que la expresión de una ausencia real de plenitud.
El ser humano que la poesía cubana ha construido desde siempre necesita estar parado con dignidad suma sobre la tierra, y contemplar el agua no como un borde heridor, sino como una vía radiosa para saltar hacia el corazón del mundo. Y la poesía es siempre como el polígono imaginativo donde se alcanza la ausencia, donde se recobra lo perdido, donde se consigue por un instante la más íntima eternidad.
Aquí, en esta hermosa muestra lírica, palpita esa vena profunda, ese modo de dialogar con las aguas, esa infinitud de habla que exhibe nuestra angustia. Aquí están los testimonios de las pérdidas, las lamentaciones del silencio, las increpaciones y las reconciliaciones, la sostenida conversación de nuestro espíritu con los litorales de todo orden que nos han rodeado siempre.
Los que han reunido las voces han ensamblado con sabiduría catauro tan diverso, y la dramaturgia escondida de nuestra poesía más reciente asoma en la secuencia como una bordadura espiritual de nuestro ser. Y la poesía cubana parece decir, en lo freático, en lo sumergido de los tonos, que el sujeto de su imaginaria enunciación continúa, a través del coro multiforme, con alta calidad discursiva, el diálogo infinito que hemos entablado con las aguas que nos enemistan y enlazan.
La poesía es siempre el diálogo vivo, la brotazón de lo entrañable, la denuncia de lo que sucede en el silencio, la lucha contra lo real desde el sueño, la esperanza de que un mundo mejor nos habite definitivamente en el pecho. La poesía construye de continuo puentes aéreos forjados con las manos de lo íntimo, arcos de solidaridad que fundan en los individuos que la consumen el cónclave multitudinario y compartido de los deseos.
Roberto Manzano. Ciego de Ávila, 1949. Poeta, ensayista y editor
Entre sus diversos galardones ha resultado acreedor del Premio Nicolás Guillén de Poesía 2005, así como del Premio de Poesía Infantil La Rosa Blanca de ese mismo año y del Concurso de Ensayo Emilio Ballagas, Camagüey, 1995. A nivel internacional ha obtenido el Premio de Poesía Nicolás Guillén de México 2004 y resultó finalista del Premio de Poesía para libros publicados en lengua española en el Festival de la Lira 2007, Cuenca, Ecuador. Ha publicado, entre otros, el poemario Synergos, Editorial Letras Cubanas, 2005); Poesía de la tierra (Ediciones Ávila, 2005); Rapsodia de vivir (Editorial Unicornio, 2006); Pensamientos libres (Editorial Capiro, 2006) y Fogatas sobre el polvo (Editorial La Nave de Papel, Quintana Roo, México, 2006).