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El día que dejé de escribir literatura cubana

Hace cinco años que no escribo literatura cubana. Más bien: hace cinco años que no escribo un libro. He escrito “cosas”, sí, pero no literatura cubana, ni siquiera literatura cualquiera (si es que un autor cubano puede escribir cualquier cosa que no sea literatura cubana).  Y toda esta crisis comenzó justo el día en que decidí no escribir más literatura cubana. ¿Por qué, me dije en aquel tiempo, tengo que hacer literatura cubana? ¿Por qué no intentar una literatura a secas; una literatura mía, por ejemplo? ¿Por qué la maldita circunstancia de la literatura cubana por todas partes? Lo curioso es que desde el primer momento me di cuenta de que era una tarea imposible. Porque todos los escritores cubanos, créanlo o no, quiéranlo  o no, lo hagan conscientemente o no, hacen literatura cubana. Sé que algunos de ellos van a saltar ahora, que me negarán, se molestarán, expondrán argumentos… Me da igual.  Ellos probablemente serán de los que piensan que las literaturas nacionales ya no existen, que no existe la literatura europea, tampoco una literatura latinoamericana, ni la de Estados Unidos o la de China, que las fronteras implosionaron; en fin, que ni hay límites ni banderas ni literaturas cubanas ni literaturas de ninguna parte. Acaso, tal vez, sólo literaturas individuales, o apenas individuos que hacen literatura. Justo lo contrario de lo que yo pienso. O más bien de lo que yo sé. Porque desde que intenté no escribir más literatura cubana ya no logro escribir nada. Mientras que ellos de seguro creen estar haciendo sus literaturas individuales o una literatura que no precisa un apelativo vernáculo; y  les respondo yo que son ilusos, que sin saberlo lo que están haciendo es literatura cubana. O están, a lo mejor, sólo escribiendo “cosas”… Y como para que no me acusen de estar hablando de lo que no sé, sí voy a dejar claro que, ahora mismo, no tengo idea de sí existe o no una literatura europea o una literatura latinoamericana. Que otros piensen que sí o piensen que no… Me da igual.  Aunque si me exigen una explicación, diré que, esté pasando lo que esté pasando por allá fuera, todavía va quedando una última frontera. Fíjense que Leonardo Padura, el más internacional de los autores cubanos, dijo en su discurso cuando le entregaron el Princesa de Asturias que ese no era sólo un premio suyo sino para toda la literatura cubana. Y Pedro Juan Gutiérrez, otro cubano de reconocimiento mundial, pudo disfrutar recientemente de la llegada de su narrativa al cine gracias, aventuro, a que su protagonista Reynaldo era El Rey de La Habana, y no de otro lugar. Digamos que Cuba como espacio mental, territorio imaginario, marca contextual, parece ser harto resistente a su disolución; y lo contamina todo; entre ello, contamina todo lo que vaya a ser escrito por sus nativos hasta el punto de que no puedan zafarse de la literatura cubana. Esto lo sé, insisto, por experiencia propia pues el día que quise dejar de escribir literatura cubana, ya no pude escribir más nada y entonces… entonces participé en la inauguración de un sitio web, Isliada, que sólo promueve, ¡maldición!, literatura cubana. Y si en este instante mismo, me ha dado por escribir esta “cosa”, esta reflexión, es porque mi gata acaba de morir y mi mujer me culpa de eso, dice que fue por causa de mi negligencia, que debí llevarla antes al veterinario y yo pienso que de ahí se podría sacar alguna historia, una narración triste o jocosa, pero que sea “mía”, y lo intento y no puedo… porque me temo que terminaría escribiendo literatura cubana. Y no es eso lo que quiero. Porque hace cinco años que no quiero escribir literatura cubana. Y desde entonces no hago  literatura alguna.

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