¿Conocen a Ronaldo Menéndez? Un tipo más bien bajo, delgado, con pinta de español (de esos que andan en short pants por las calles de La Habana). Sin embargo, Ronaldo es cubano, aunque viva en la península desde hace siete años. Yo no lo conocía, es decir, sí lo conocía. Porque, contrario a lo que su nombre indica, Ronaldo no es futbolista, sino escritor.
Apenas rebasa los cuarenta, así que debió ser muy joven cuando se integró al El Establo —una especie de taller ambulante del que tomaron parte los más conspicuos degustadores de rock & roll en la historia de la narrativa cubana—, y de donde salió derecho al David en 1990 (junto con Ricardo Arrieta) por aquel memorable cuaderno de cuentos que entre ambos titularon Alguien se va lamiendo todo. Seis años más tarde, Ronaldo se llevó el Casa de las Américas con El derecho al pataleo de los ahorcados (que ya era algo, aunque él insista en afirmar lo opuesto) y casi inmediatamente optó por probar suerte fuera de la Isla.
Primero en Lima, Perú, donde impartió clases en centros de educación superior y trabajó como periodista; luego en Madrid, donde sigue hoy mismo vinculado al mundo editorial y dicta cursos en escuelas de letras como la Hotel Kafka. Ha publicado con Lengua de Trapo las novelas La piel de Inesa, Las bestias y Río Quibú, más el libro de cuentos De modo que esto es la muerte. Bajo el sello Páginas de Espuma vio la luz su más reciente colección de relatos: Covers. En soledad y compañía (2010).
A lo que iba: yo no conocía a Ronaldo Menéndez (en puridad, todavía no le conozco: solo estrechó la mía entre decenas de manos que se le tendieron en el Centro Cultural Habana —San Rafael y Galiano— la tarde del 10 de agosto). Allí sesiona El Establishment, los segundos y cuartos miércoles de cada mes desde las 5:00 p.m., un espacio que coordina el escritor Sergio Cevedo (otro ex–Establo), quien también funge como profesor de técnicas narrativas en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.
Este miércoles el invitado era Ronaldo. Cevedo suele atraer a escritores, para que compartan su experiencia con los talleristas (algunos muy jóvenes, por lo que vi; otros ya peinan canas). Muchas veces se discuten textos: “analizamos los premios de los principales concursos, los desmontamos minuciosamente”, asegura Sergio.
Pues sigo (seguiré) conociendo a Ronaldo Menéndez a través de su escritura, que es como puede “conocerse” en verdad a un escritor (si ello es posible). Estará en Cuba hasta el 24 de septiembre, ha dicho. Luego continuará viajando (sin especificar a dónde) durante todo un año. Alguno hay entre los asistentes que lo escucha con la boca abierta (quiero decir: literalmente abierta).
A Ronaldo le acompaña una muchacha rubia (española, no puede esconder el dejo). “Natalia tiene la misión de conseguir manuscritos para su eventual publicación en España”, explica Ronaldo. Ella ofrece su dirección de correo (natalia.alonso.lopez@gmail.com), “para que puedan pasarme los textos”, aclara. Alguno hay entre los presentes que la escucha con un brillo esperanzador en la mirada (quiero decir: literalmente un brillo).
Ronaldo Menéndez cuenta —a grandes rasgos— como sobrevive un escritor en el Primer Mundo. “Pasa lo mismo que con las clases sociales”, apunta. “Está la clase alta, los tipos que venden una millonada; luego una clase media, en la que caben los que no venden tanto, pero venden; entre libro y libro les invitan a conferencias, dan clases, escriben para alguna revista. El auditorio en pleno le mira, hechizado. “Luego hay una plataforma inmensa, debajo, compuesta por aquellos a quienes nadie conoce, a quienes no les publican y cuando les publican no les pagan; más o menos como aquí”. (Sonrisas).
“Ahora mismo tengo un conocimiento parcial de lo que se está escribiendo en Cuba, y en España se sabe menos”, continúa. “Solo Pedro Juan y Padura”. “En todo caso, puedo asegurarles que no desean historias plagadas de erotismo o de guiños políticos; no importa tanto lo qué estás contando, sino cómo lo estás contando. Se publican preferentemente novelas, porque existe un mercado grande para ella. Con el relato breve no pasa igual, aunque se editan también libros de cuentos”.
“Quieren libros que la gente pueda leer mientras viaja de pie en el metro”, dice Natalia. “Libros que estén bien escritos pero que cuenten peripecias, nada experimental”. Más de uno hace inventario interior —esta parte me la imagino, claro está— y saca cuentas en silencio sobre lo que ha escrito y que tal vez pudiera colocar, por vía de la providencial Natalia, en alguna editorial, aunque sea de las más pobres…
Comienza la ronda de preguntas. Ya se sabe que a los cubanos nos preocupan cuestiones inverosímiles, no voy a entrar en detalle. Alguien quiere saber qué hace Ronaldo en Hotel Kafka. “Soy profe”, admite. “Hotel Kafka es una escuela de escritura creativa y yo imparto un curso de novela. Me habrán sustituido, por cierto, mientras estoy de viaje”.
Otro alguien se interesa por la entrevista a Vargas Llosa. “Pero hace tiempo de eso”, Ronaldo no consigue disimular su asombro. “Yo acabo de enterarme”, se defiende el tallerista. “Bueno, pues nos vimos durante una cena, me presenté y me invitó a su casa, así de sencillo. Coloqué la grabadora, con la intención de publicar acá la entrevista y eso es todo… No es un creído Vargas Llosa, como pudieras suponer. Un periodista —Julio Villanueva— presenció la conversación y escribió una crónica para El Comercio. Una agencia de prensa leyó esa crónica al día siguiente y despachó el famoso cable donde se decía que Vargas Llosa y Ronaldo Menéndez se habían reunido para hablar de Cuba, etc. No fue así. La mayor parte del tiempo conversamos sobre literatura”.
De Vargas Llosa a los concursos (tema obligado). Los cubanos necesitamos saber cómo ganar un concurso en España y llevarnos al bolsillo una cantidad suficiente de euros, justo para poder escribir y no tener preocupaciones durante un par de años. “Les recomiendo no enviar a ninguna convocatoria que pague más de cinco mil”, dice Ronaldo. Un tercer alguien se revuelve en su asiento. El asunto de los premios “con nombre y apellidos” pudiera llegar a convertirse en pandemia, a juzgar por sus palabras. “¿Y Planeta y Alfaguara?”. (Silencio).
El cuarto alguien le pregunta si se siente un escritor cubano. “Uno está lleno de memorias; uno es las memorias que lleva dentro”, responde Ronaldo. “Eso sale cuando escribes y por eso Kafka fue un escritor checo aunque escribiera en alemán”. “Algunos colegas españoles me dicen: ‘joder, no puedo con tu estilo’. Tal vez me creen anclado todavía en el realismo mágico, porque no conciben todo aquello de los cerdos durmiendo en la bañera, etc. Es que si Kafka viviera en Cuba fuera un escritor costumbrista”, termina diciendo Ronaldo.
Buen maestro de ceremonias, Sergio Cevedo agradece al visitante, agradece a Natalia (no olvidar que la rubia ha venido desde Europa para intercambiar con los autores de la Isla) y agradece por fin al auditorio, compuesto en su mayor medida por escritores póstumos —categoría creada por el propio Cevedo—, escritores esperanzados, escritores sin la menor esperanza, covers, ahorcados y lo que sea yo (si en definitiva soy algo).
Afuera, en la esquina de San Rafael y Galiano han colocado una cámara; si te pones a conversar debajo se te alegran los ánimos y te da por pensar que te alcanza el tiempo para convertirte en estrella de cine (que no es poco, cuando la publicación de un libro puede tomarte años).
Me voy a casa. En la noche tal vez llame a un amigo (que todavía juega a que lo descubran sin antes marcar los dados) y le pregunte: “¿Qué tal Ronaldo?”. “Muy bien”, dirá. “¿No mandarás tu manuscrito?”. “Deja ver”.
Ambos (sin otra alternativa) estaremos ejerciendo el derecho al pataleo de los escritores cubanos.