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El camionero y yo

El camionero y yo, poemas de Sergio García Zamora

El camionero y yo, poemas de Sergio García Zamora

EL CAMIONERO Y YO

La primera vez que escuché un poema, un poema de Charles Bukowski, fue en la cabina de un camión. Era un programa radial y el camionero subió el volumen. En cualquier momento, pensé, apaga la radio esta bestia. Pero el camionero siguió escuchando. Lo de Bukowski no tenía nombre: hablaba con cierto orgullo sobre las borracheras de su padre y sobre las golpizas de su padre. Parecía decir que a él, Charles Bukowski, ni borracheras ni golpizas lo habían logrado arruinar. Después pusieron música y el camionero se colocó sus gafas. Estos programas de radio, gruñó, nunca sirven para nada. La primera vez que escuché un poema, un poema de Charles Bukowski, fue mientras viajaba a casa. Un camionero nos puede engañar.

MANIFIESTO CONTRA EL MANIFIESTO

Hay que pensar con piedad en Filippo Tommaso Marinetti, ahora que el futuro ya nunca será el futuro que él esperaba. Hay que pensar con piedad en Tristan Tzara, ahora que resulta un sujeto inocentemente simpático. Hay que pensar con piedad en André Breton, ahora que solo los niños creen en la reunión del sueño y la realidad. Hay que pensar con piedad en aquellos suicidas que se arrepintieron: Marinetti, Tzara, Breton, eran hombres sin nostalgia. Hay que pensar con piedad en todos esos manifiestos que son la demagogia del arte, ahora que te llaman a escribir tu propio manifiesto (la tentación de escribir tu propio manifiesto) como escribirías tu propia sentencia de muerte.

HABLÁBAMOS DE CARAVAGGIO

Hablábamos de Caravaggio, de la joven prostituta ahogada en el Tíber que le sirvió de modelo para pintar La muerte de la Virgen. Tenía Caravaggio treinta y cinco años y ya su arte era el prodigio de Europa. Siento miedo de llegar a esa edad sin que pueda hacer de lo terrible algo bello, sin que pueda santificar la podredumbre. Si supiéramos qué se necesita, qué entraña mortal conmueve la entraña de lo eterno. Acaso la vida del huérfano Caravaggio, condenado a morir por asesinato, condenado a pintar su propia muerte, decapitación tras decapitación: Holofernes / san Juan Bautista / Goliat. Hablábamos de Caravaggio, de la certeza que su genio atroz pudo dejarnos: una conversación sobre la trascendencia no nos volverá trascendentes.

CEMENTERIO PERSONAL

Vengan a ver cómo Paul Celan se fuga de la muerte escribiendo un poema. Basta decir: «la muerte es un maestro de Alemania» y sus huestes marcharán otra vez frente a la puerta. ¿Qué sabemos de la muerte? Solo literatura. ¿Qué sabemos de los campos que le fueron consagrados? Solo literatura y más literatura. El cementerio de sus padres debe estar en esa página donde se puede cavar hasta el infinito. ¿Qué sabemos de la poesía? Solo muerte. ¿Qué sabemos de los libros que le hemos consagrado? Solo muerte y más muerte. El cementerio de mis padres está a la salida del pueblo y a la salida del poema queda el cementerio mío. Vengan a ver cómo Paul Celan se fuga de la muerte, cómo llena de palabras la boca de la muerte: «leche negra del alba te bebemos de noche» sin saber de cuál leche beberán nuestros hijos.

Libros

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