(Tercera Parte)
El béisbol en la literatura cubana – Parte 3
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En 1985 el poeta y narrador Eliseo Alberto Diego hizo el guión para la película de Rolando Díaz En tres y dos, uno de los pocos filmes dedicados a la temática beisbolera en Cuba, donde se narran los finales de la carrera deportiva de un otrora gran jugador, Mario “Truco” López (interpretado magistralmente por Samuel Claxton), en cuya construcción dramática es posible encontrar rasgos de peloteros reales del equipo Industriales de las décadas del 60 y 70, como Agustín Marquetti y Rodolfo Puente.1 Más de una década después, en su libro de memorias titulado Informe contra mí mismo (1997), Eliseo Alberto regresa de nuevo al béisbol, esta vez utilizado como metáfora de una doble obsesión: la primera es aquella que tiene que ver con la situación política actual de Cuba y, en particular, las problemáticas relaciones con los Estados Unidos; la segunda trata de hacer una genealogía del discurso beisbolero, aplicándolo a situaciones límites de la vida cotidiana, tales como el oportunismo, la mentira, el fracaso profesional o amoroso, la infidelidad, la doble moral, etc. En lo referido al conflicto cubano-estadounidense, que se tornó más violento y agresivo por la parte norteamericana a comienzos de la década de 1990, Eliseo Alberto lo presenta como un fenómeno que puede ser explicado de manera simbólica en los códigos del béisbol, tal y como son utilizados por el hombre común:
“Pocas semanas antes de ahorcarse con un alambre de perchero en el baño de su casa, el notario Ángel Montoya me comentó que el béisbol era el pasatiempo nacional de los cubanos porque cada situación del deporte acababa teniendo una clara semejanza con algunas circunstancias de la vida, en especial con esas encrucijadas que nos tiende el destino y que a la larga terminan por colocarnos en tres y dos, es decir, al filo tajante del abismo. Y conste, cosa rara, estábamos hablando de política. ‘Vecino, la Revolución es una serie de Grandes Ligas entre los yanquis y los industriales, y el duelo decisivo se ha ido a extra innings’, me dijo, mirándome a los ojos con aquella, tan suya, expresión de vaca triste ‘un simple error, una mala decisión, una maniobra maestra y te aseguro que cualquiera de los dos equipos puede quedar al campo, ante el estadio vacío’.”2
Más convincente, a mi juicio, que esta ingeniosa pero débil analogía entre procesos históricos y el juego de pelota, donde obviamente hay muchos más elementos de discusión que el simple dilema del juego entre “ganar” o “perder”, incluso cuando el partido ya ha “sobrepasado” las nueve entradas reglamentarias, me parece la exploración en el imaginario colectivo de los cubanos, a partir de una riquísima fraseología disponible, que ilustra gráficamente diversas situaciones, experiencias, decisiones y complejos de los habitantes de la Mayor de las Antillas:
“¿A quién no lo han sorprendido movido en una base? (…) ¿ te has ponchado con las almohadillas llenas? (…) ¿el lanzador no te ha escondido la bola con el fin de partirte la madre? (…) ¿nunca has dado un toque de bola para sorprender a tu rival y salir así del apuro?, ¿tu mejor amigo no te ha dado una base intencional para evitar que triunfes en buena lid?, ¿ cuántas veces te han sacado injustamente del terreno en el mejor momento del partido para colocar en tu lugar a un corredor emergente, acaso menos capacitado que tú, pero a juicio del jefe, más rápido o tramposo a la hora de tomar decisiones (…) ¿te han cogido robando una base, a mitad de camino entre tu mujer y tu amante?, ¿no te han propinado un pelotazo, adrede, por los santos cojones de tu rival? (…) jamás has bateado para doble play?, ¿un foul a las mallas?, ¡que tire la primera piedra aquel cuarto bate que no se haya quedado con la carabina al hombro, bajo una lluvia de chiflidos!”.3
Quizás lo único objetable a esta enjundiosa antología de frases beisboleras comparadas con situaciones de la vida real, es que todas son mostradas como símbolo de adversidad o desdicha, sin detenerse el autor en el hecho de que en el juego también hay expresiones como “botar la pelota”, “dar nueve ceros”, “retirar de uno, dos y tres”, “sacar out en home” etc., que son utilizadas comúnmente como sinónimo de éxito, notoriedad o prestigio.4 Pero ello tal vez radique en la tónica del propio libro de Eliseo Alberto, muy apegado a la visión pesimista y desencantada del presente de la Isla, enfatizando en la aguda crisis material y espiritual de los 90.
Con menos patetismo, pero con igual dosis de angustia, se nos revela la confesión del narrador manzanillero Arturo Arango en su crónica “Ser del interior”, donde trata de conciliar el secreto orgullo de sus orígenes provincianos y al mismo tiempo exorcizar el “estigma” que significa para los no habaneros su condición periférica, “destino manifiesto” que se combate con la idealización del lugar de origen y la apología de sus habitantes. Pero Arango, convencido ya de la inutilidad de ese juego de la memoria, prefiere concluir: “El último refugio de mi ser del interior es la pelota. Manuel Alarcón, Agustín Arias, Braudilio Vinent, Antonio Pacheco me han devuelto a lo largo de los años, aquel orgullo que el tiempo fue atenuando, erosionando. Verlos jugar es reencontrarme, reconocerme. Reunir en un solo acto la matria y la patria”.5 Arango es también el autor de un sugerente relato titulado “Asesinato con suegra”, cuyo argumento mezcla ingeniosamente un crimen pasional cometido en el estadio Latinoamericano, con irónicas referencias intertextuales a la rivalidad entre los equipos de Santiago de Cuba e Industriales, identificado este último con frases como “Los Que No Mencionaré Jamás”, “Los Para Mí Innombrables”, “Aquellos Cuyo Nombre Ignoro” o “Los Que Creen Que Todo Lo Merecen y Lo Pueden”:
“El campeonato estaba por finalizar y se enfrentaban los rivales de siempre: el equipo de la prepotencia, el que jamás soportaba la idea de no clasificar para las series de postemporada, el que era alabado, protegido, mimado, aquel cuyo nombre jamás saldrá de mi boca ni de mis manos, y Santiago de Cuba, en el que yo depositaba siempre mis ilusiones y mis entusiasmos (…) El partido, es cierto, carecía de importancia para Santiago, pero ganarle a Los Para Mí Innombrables en el Latino era una cuestión de honor”.6
El equipo oriental también recibe su dosis de sarcasmo, cuando uno de los personajes se encuentra al gran jonronero Orestes Kindelán y se siente como “estar junto a Babe Ruth, o a Pelé, o a Michael Jordan”; al preguntarle por el conjunto, este le responde con laconismo que ya estaban “empezando a entrenar”, provocando la perplejidad del aficionado que inquiere para sí: “¿Entrenar, ahora?, pensaba. ¿Y qué han hecho durante todos estos meses de campeonato? Mientras llenaba mi vaso, lo despedí con algo como “Buena suerte” y lo seguí con la vista. En sus manos cargaba seis vasos que iban derramando espuma”.7
En el cuento, el Estadio Latinoamericano es sede de una peculiar geografía espacial que reproduce tanto la composición demográfica de la capital, repleta de inmigrantes orientales que buscan en el diamante sosiego a su condición de inmigrantes, como las exclusiones sociales a favor de turistas extranjeros:
“Tal vez el mayor encanto del Latino sea la manera como la demografía de la ciudad se reproduce en las gradas. Si uno se sienta detrás de la primera, puede estar seguro de que sus compañeros serán partidarios del equipo que se enfrente a los locales: emigrantes de cualquier parte del país, palestinos, en el duro lenguaje que domina el estadio. El resto de las gradas (los jardines, la línea de tercera, detrás del plato) estará ocupado por espectadores que disfrutarán también de ese pequeño núcleo de oponentes, aislados, casi siempre apabullados por la algarabía, sitiados en tierra extraña. (…) la mitad de las graderías de detrás del plato (las mejores, por su magnífica perspectiva sobre el terreno de juego) estaban desocupadas y sendos policías cerraban los pasillos de acceso “Son para extranjeros” (…) al terminar la primera entrada llegó una turba de turistas, vestidos la mayoría como si asistieran a un safari.8
Otra mirada existencial que toma la pelota como argumento para presentar mundos cargados de desasosiego, lo es la obra de teatro Penumbra en el noveno cuarto del talentoso dramaturgo Amado del Pino. No debemos olvidar que este autor ya había realizado una incursión literaria anterior en el béisbol, con el poema que abre el volumen de entrevistas de Leonardo Padura y Raúl Arce Estrellas del béisbol, titulado “La pelota”:
La pelota es hermosa entre los dedos,
por disfrutar sus viajes
se precipitan los murmullos.
La pelota es redonda y los hombres la buscan,
gastan complacidos la noche tras su cuerpo.
La pelota es un reto en el sueño del pitcher;
la acaricia, la pesa, la convence
sin creer en el bate altanero
que bromea en el aire y se prepara.
Puede llegar junto a los pies, cortante,
acaso saltará en imprevisto huir,
nadie sabe el capricho de la reina del juego;
la redonda, la blanca, la sólida pelota.9
Penumbra… recibió el Premio UNEAC de Teatro José Antonio Ramos en 200310 y se representó con notable éxito en la sala Adolfo Llauradó durante 2004 con un prestigioso elenco dirigido por Osvaldo Doimeadiós. Estructurada en nueve cuadros, que representan los nueve cuartos de una posada y también las entradas del juego de pelota, la obra nos ofrece las peripecias vitales de un pelotero famoso (Lázaro Prado) ya en el límite de su carrera (“Unos treinta y siete años. En su gestualidad hay mucho de la elegante arrogancia del pitcher estelar, que ahora corre el riesgo de desmoronarse”)11, una actriz que es su amante (Tati) y los trabajadores de la posada donde ambos tienen sexo, entre los cuales hay un ex presidiario aficionado al béisbol, quienes se enfrentan en diálogos cortos y descarnados a sus propias tristezas y soledades. Después de presenciar furtivamente el sexo del lanzador con su amante, los dos posaderos argumentan irónicamente sobre las grandezas y miserias del béisbol:
PEPE: Se ve mejor con el uniforme de Industriales.
RENATO: No creo que a ella le parezca lo mismo.
PEPE: No entiendes nada, Renato. Eres un guajiro sin corazón que nunca ha entrado aun estadio encendío a las nueve de la noche. Ni te imaginas la gozadera de sentarse al fresco un domingo por la tarde. Final del noveno, tres y dos…
RENATO: Y te ponchas y de las gradas todos te gritan…
LOS DOS A LA VEZ: ¡Maricón!12
También el autor aprovecha la intimidad de los amantes para censurar las malas condiciones de vida que soportaron los peloteros cubanos durante décadas y la monotonía del juego diario, en contraste con el éxito y la notoriedad que ofrecen el buen desempeño en este deporte:
TATI: ¿Y no estás cansado?
LÁZARO: No. Bueno, sí. Hay días que me entran ganas de mandar al diablo los viajes, los hoteles, la seguidilla del entrenamiento…
TATI: Pero quieres que te sigan conociendo, tomarte una cerveza en la esquina y seguir en el centro.
LÁZARO: ¿Me estás diciendo “postalita”?13
Asimismo, el personaje de Lázaro Prado encarna una de las víctimas de los retiros masivos ocurridos entre 2001 y 2002, cuando muchas figuras todavía en plena forma deportiva (Omar Linares, Antonio Pacheco, Orestes Kindelán, Víctor Mesa, Germán Mesa, Luis Ulacia) fueron enviados a un retiro forzoso o a jugar en ligas asiáticas de mediocre calidad: “Cuando mejor estaba formaron la payasada de retirarme y, por buscarme cuatro pesos, fui a dar a Japón”.14 Y el dramaturgo añade, como de soslayo, esta verdad incuestionable: “Las mujeres y el codo empinao son el cementerio de los peloteros”.15
Otro drama del deporte cubano, el de sus peloteros excluidos por razones políticas de competir en el mejor béisbol del mundo, las Grandes Ligas de Estados Unidos, y la condición de héroes-villanos de quienes se deciden a dar el salto al profesionalismo y abandonan el país, con la ruptura emocional y afectiva que esto entraña, queda magistralmente expuesto en varios diálogos, donde el llamado “Marqués” es una clara referencia al pitcher de los Industriales Orlando “Duque” Hernández:
LÁZARO: A mí hay que hacerme una estatua más grande que la de San Lázaro. Nunca me pasó por la cabeza dejar esto y mil veces pude…
TATI: Pero ahora cualquiera diría que te arrepientes.
LÁZARO: No es eso, Tati. El Marqués allá con sus millones también tiene sus jodiendas. Y aunque ruede un carro que parece un avión, daría cualquier cosa por tirar una pelota aquí en La Habana, en el Latino, con las gradas llenas de gente del barrio.16
Finalmente, ya en la penumbra del noveno cuarto, o lo que es lo mismo, finalizando el juego, Lázaro confiesa a su amante el dilema de qué hacer una vez llegada la hora del retiro, y su añoranza de una existencia tranquila y hogareña. “Si me voy de la pelota voy a sentir un hueco grande, no sé qué voy a hacer. Necesito a alguien que me haga cogerle el sabor a la novela de las nueve y que me alcance el cafecito caliente mientras llega el noticiero. Lo que no quiero es que mis hijos sigan viéndome a raticos”.17
Al igual que Amado del Pino, el dramaturgo matancero Ulises Rodríguez Febles tomó como argumento el juego de pelota para su obra titulada Béisbol, que recibió mención del Premio de Teatro José Antonio Ramos de la UNEAC en 2007. El texto recibió una excelente acogida y fue representado por los grupos Vital Teatro y Teatro Montecallado. Luego fue publicado en una edición de lujo por las Ediciones Vigía de Matanzas en su colección Aforos (doscientos ejemplares manufacturados e iluminados a mano), con palabras introductorias de Yamila Gordillo y una entrevista de Ana Margarita Betancourt al autor, quien explica su argumento diciendo:
“La obra transcurre en el mismísimo instante en que el pelotero define el juego frente a los Estados Unidos, mientras los otros personajes miran el encuentro por televisión. Intento una exploración social, sicológica, estética, ética, lingüística, gestual… el fenómeno beisbol desde las potencialidades del teatro, donde cada uno de los personajes defiende su verdad, la suya. También es una indagación en el tiempo, en el espacio, en la teatralidad que genera en el público un juego de béisbol donde este se convierte en pelotero, deja de ser él, para metamorfosearse en otros. Es un juego que ocurre en la realidad, y otro, en la imaginación de los que lo miran, que construyen otras circunstancias, otros personajes, otros espacios”.18
El carácter experimental de la obra y su juego de espejos entre los actores y el auditorio, torna a veces un tanto ardua su comprensión; no obstante, ofrece un conjunto de tópicos fácilmente reconocibles en el tratamiento que la literatura cubana ha dado al fenómeno del beisbol. Un primer elemento a destacar, que recorre toda la obra, es su marcado discurso nacionalista, explícito desde el poema “Pio Tái” de Roberto Fernández Retamar, que le sirve de exordio, hasta los nombres de los personajes que recuerdan a notables jugadores y árbitros, célebres por su calidad y pundonor (Dihigo, Maestri). Pero la cubanía no solo está en lo épico, también es evidente en la presencia de tipos populares (Casañas, El Fígaro), que se reúnen a discutir de pelota en esa “cátedra” de sabiduría popular que es la barbería, hablan con malas palabras, son fanáticos incorregibles y les gusta apostar dinero en los partidos.
La obra se desarrolla durante un hipotético juego por la medalla de oro entre Cuba y Estados Unidos en el V Clásico Mundial de Béisbol. Este es un escenario bastante socorrido para ejemplificar las rivalidades entre ambos países, que alcanzan en el plano deportivo una metáfora perfecta de la lucha del débil contra el fuerte, el astuto frente al poderoso, la pequeña nación asediada contra el Imperio que la hostiga. El axioma de que hay que ganarle a “los americanos” en la final es expresado por Edilio, un cliente de la barbería, quien justifica esta sed de victoria diciendo: “Nada más que por inventarlo hay que ganarle y por…”, y aquí la frase queda trunca para dar paso a otro nivel de discurso chovinista, esta vez hacia el interior de Cuba, y es el que glorifica por encima de los demás al equipo Industriales: “Ese si es un equipo”19 y enfatiza “Si hubieran llevado al equipo Industriales completo, entonces sí los americanos no podrán con nosotros. Industriales es la tormenta del Caribe. Es el mejor equipo del mundo”.20
Sin embargo, El Fígaro piensa diferente, para él no basta con ser de Industriales, Santiago de Cuba, Villa Clara o Pinar del Río, los cuatro grandes en la historia del béisbol después de 1962. Los jugadores cubanos necesitan medirse en otro nivel de calidad de la competencia: “El pelotero tiene que chocarla con los buenos, todos los días, a toda hora. Esto es otro estilo de juego, otro entrenamiento. (…) ¿Has visto lo rápidos que son?”21. Por supuesto, que semejante aspiración colisiona con obstáculos insalvables por el momento, desde el bloqueo estadounidense que impide contratar a nuestros jugadores si viven en la Isla, hasta la posición de principios de la parte cubana a favor de la práctica amateur del deporte.
Los personajes de Edilio y El Fígaro expresan posturas contrapuestas y excluyentes. Uno quiere que gane Cuba para “demostrar la grandeza de nuestro equipo, de nuestro país, de nuestro béisbol, de nuestro socialismo”22 y los peloteros en el terreno deben jugar al límite de sus destrezas y de su ingenio, como si se tratara de una guerra de guerrillas. El Fígaro, por su parte, no quiere que gane Cuba, y le pregunta a Casañas: “¿Cómo van a comparar la pelota dura con la que se juega aquí? (…) Tú sabes que tengo la razón. Tú repites siempre lo mismo que ahora estoy diciendo. No te entiendo porque me contradices”.23 A lo que Casañas responde con argumentos que identifican lo filial y la patria: “Porque ese que juega es mi equipo. Y es mi hijo. Y de mi hijo solo puedo hablar yo”.24 Sin embargo, dejando a un lado las antinomias, hay un parlamento en boca del personaje de Edilio que unifica la historia del béisbol cubano, blancos y negros, amateurs y profesionales, de la época pre revolucionaria y de las series nacionales, y todos ellos son nombrados como:
“Los que ahora pudieran estar en el Clásico, los que hubieran querido jugar en un evento como este y no pudieron: Adolfo Luque, Conrado Marrero, Orestes Miñoso, Manuel Alarcón, Modesto Verdura, Miguel Cuevas, Fermín Laffita, José Antonio Huelga, Changa Mederos, Wilfredo Sánchez, Urbano González, Antonio Muñoz, Agustín Marquetti, Cheíto Rodríguez, Rodolfo Puente, Luis Giraldo Casanova, Lourdes Gourriel, Víctor Mesa, Antonio Pacheco, Omar Linares, Orestes Kindelán, Germán Mesa… tremendo equipazo. Nadie podrá con nosotros. ¡Somos invencibles!”.25
La obra dedica numerosas reflexiones a las dicotomías entre ganar o perder con los Estados Unidos, en tanto metáfora política, y también a la angustia que significa para los peloteros cubanos el dilema de jugar o no en las Grandes Ligas. Uno de los momentos más logrados en este último punto, queda reflejado en el siguiente diálogo, lleno de dudas, resistencias e incertidumbres:
CASAÑAS: Desertores son los militares. Lo busqué en un diccionario. Un pelotero no es desertor porque quiera jugar donde le dé la gana.
DIHIGO: Si me quedo afuera nunca más podré venir, verlos. Nunca más podré volver a esta casa, a este barrio. No quiero hablar mal de nadie. De mis compañeros, de mi bandera. (…) En el terreno colorao aprendí a jugar contigo. Me gusta mi público, el ruido de mis estadios. Llegar victorioso al barrio, a la casa. Me gustaría jugar en todos los campeonatos, pero volver al mío.26
(…)
CASAÑAS: (…) ¿Por qué no puedes jugar en otro equipo? En donde te salga de los huevos jugar y después hacerlo defendiendo la bandera. Dihigo nunca dejó de ser el gran pelotero que fue. La pelota es una misma…
DIHIGO: (…) No me digas más lo que tengo que hacer, lo que tú harías. Déjame decidir a mí lo que quiero hacer con mi vida. Lo que me dé la gana, jugar donde yo quiera, disfrutar el juego que yo quiera. Quiero ser dueño de mis actos.27
El drama del personaje Dihigo, más allá de tener que decidir el partido contra los norteamericanos, se enlaza al final de la obra con su decisión de firmar con un equipo de Grandes Ligas. A favor de que no lo haga Edilio le dice: “Es tan lindo regresar a tu tierra”, “Es muy feo ser un traidor”; está también el amor conmovedor de la madre: “Yo solo quiero tenerte conmigo aunque sea para verte por el televisor. (…) Yo no necesito nada en esta vida. Solo tener a mi hijo”. (p. 74). Conminándolo a que se vaya está la voz del padre: “Oye la voz de la experiencia, oye a tu padre. Yo te preparé para vencer en el mundo. Para que llegues bien lejos. Muy lejos, hijo, Acaba de firmar ese contrato. Acaba…”.28
Sin embargo, como en las buenas películas, el texto tiene un final abierto: Dihigo saca el papel del contrato, lo muestra ante todos y… cae el telón. Cada espectador debe decidir su propio final para la obra. Nunca sabremos si prefirió quedarse o firmó la transacción. Aun así, el texto de Rodríguez Febles queda como un apasionado homenaje a la pelota cubana, a sus héroes de todas las épocas, a sus conocedores y fanáticos, a sus encrucijadas y molinos de viento.
El poeta y editor Norberto Codina también participó en el proyecto de Padura y Arce sobre el béisbol revolucionario, en este caso con un cabal prólogo donde afirmaba: “tal vez vaya siendo necesario un estudio del béisbol como parte de eso que, sumatoria de idiosincrasia y valores ideológicos, llamamos con orgullo y amor lo cubano”. Y añadía que el béisbol “es una parte querida y esencial de nuestro universo, de nuestra cultura, de nuestras vidas”.29 Como prueba de que, efectivamente, la pelota ha sido un componente esencial en los afectos de Norberto Codina, citaré varios pasajes de su conferencia “La Habana. Entre la memoria y los sentidos”, donde el béisbol acompaña al autor desde su niñez en los más disimiles lugares de la ciudad. Así recuerda la calle Fornaris, que terminaba “en el muro del sanatorio La Esperanza, y tenía en ambos extremos dos grandes placeres (…) terreno natural para el béisbol, con pelota de trapo o aserrín, canjeada por botellas; o de cajetillas de Partagás, como remedo de la esférica convencional, en sus variantes de pitén o cuatro esquinas. ¡Oh, pelota manigüera, yo te saludo!”.30
La pelota es también la memoria de la amistad infantil con Rafael Acosta de Arriba y su obstinada preferencia por los Tigres de Marianao, “(que ganaron cuatro campeonatos en cuarenta años), cuando la república (y la escuela) se dividían entre almendaristas y habanistas”.31 Asimismo recuerda el lugar donde se jugaba béisbol, junto a la plazoleta del Maine, y el domingo de 1967 en que amaneció en el Estadio del Cerro “armado con un pan con bisté, para ser testigo de la hazaña del Cobrero Alarcón, cuando cumplió su promesa: “abran la Trocha y preparen el Cocuyé”, que terminaba con cuatro temporadas de supremacía industrialista”.32
EXTRAINNING
Considero que la aparición en 2008 del poemario Matando a los pieles rojas, de Carlos Esquivel33, es el más notable suceso literario relacionado con el béisbol en Cuba en mucho tiempo. Bellamente ilustrado con un enigmático cuadro de Arturo Montoto que representa a una pelota encima de un balconcillo renacentista, los versos de Carlos apuestan por una recepción íntima —y al mismo tiempo compleja— honda y desgarrada de lo que representa el béisbol en su vida privada y en los más diversos ámbitos públicos. Carlos Esquivel explora el imaginario del juego de pelota en un desborde de metáforas osadas, sin conceder nada a símiles fáciles o asociaciones evidentes. Así sucede, por ejemplo, con el poema que rinde homenaje a otro autor aficionado a la pelota, Emilio García Montiel, donde el poeta expone su angustia porque:
Tal vez,
la historia no pertenezca a los que caen,
sino a los que explican en silencio la caída
de otros hombres,
quienes aplauden sobre el temor o la simpleza
de llamarse Ariel o René,
Duke de 90 millas ante el swing todavía de Ken Griffey.34
Abundan en el libro los poemas que rinden tributo a figuras y equipos destacados de las Grandes Ligas estadounidenses, relacionándolos de algún modo secreto y misterioso con peloteros cubanos destacados en aquel circuito, como el estelar lanzador pinareño José Ariel Contreras:
Vibra Babe Ruth pantagruélico
como el juguete de los dioses,
vibra Lou Gehrig en la neblina de Tesalia,
vibran Bonham y Chandler en el ártico de un mar cedido a Contreras,
Ariel duerme en una montaña de Medias Limpias…
Ariel en el fondo del puente lejano,
En las costas plateadas por un aire de Wisconsin,
En las astillas de Guane,
En los saltamontes adormecidos (…)
Y el circo donde durmió Hank Aaron de no ser por
los perros.35
También aparecen, envueltos en un torbellino de imágenes oníricas, Ty Cobb que “comía versos de William Carlos William”; Wilfredo Sánchez “usa branquias y una máquina F-15 como su corazón”; Fermín Laffita “ondea en mi país como el albatros”; el fantasma de Mickey Mantle “siempre en la esquina”; las “palabras silvestres” de Roberto Ortiz; el “nombre angélico” de Miguel Cuevas; Willie Mays “que impulsaba más siendo negro y de New York”; Changa Mederos “Ángel de los muertos”; Javier Méndez dueño de “un gato que atraviesa mares”; Euclides que “nadaba en lágrimas “ y Padilla era “cómo el nácar”, mientras Medina “hablaba con un maniquí en tercera”; Lou Gehrig, “en realidad tu cara era el adorno del mundo” y Ted Williams “qué difícil es llamarse como tú y confundir los silbidos con el jonrón que no me sirve para olvidarte”; Pacheco, Félix Núñez y Luis Tiant, todos caben “en una isla pura”; Lanza Vinent “y un niño me dice caerá la nieve”; y la memoria implacable de “El jonrón de Muñoz, las muchachas que ignoro, el padre que más necesito, y para el niño, esas cosas vistas así, con cierta demora y con el olvido casi”.36
Después de este recorrido de nueve entradas, en un juego en que los escritores triunfan inobjetablemente en su otredad beisbolera, como pedía Guillén, con un “cerojitcerocarrera”, nos queda la inquietante sospecha de que el partido continúa más allá de los textos. Y es que por encima de cualquier contingencia social, dramas existenciales o avatares de la política, el béisbol seguirá perdurando como atributo de identidad y cubanía, espacio para la polémica pública, y estímulo para un eterno debate entre seguidores y fanáticos, creadores de un riquísimo imaginario popular y de una singular mitología. También se resiste a las visiones idealizadas o nostálgicas de un pasado mítico, incorporando sus héroes y símbolos de todos los tiempos a la memoria colectiva del cubano, que se ha visto reflejado en sus triunfos y en sus derrotas, en sus inmensas alegrías y en la incesante trascendencia de la palabra.
POST SCRIPTUM
La mejor prueba de que este ensayo dista mucho de ser definitivo, es que siguen apareciendo relatos de temática beisbolera de gran interés. Uno de esos cuentos es el de Leopoldo Luis García titulado “El último jonrón”,37 donde el protagonista comete un misterioso asesinato con un bate de béisbol que guardaba como una reliquia, en un metafórico ajuste de cuentas con su pasado de jugador mediocre y su presente de fanático defraudado por la pésima actuación de su equipo.38
La Habana, julio de 2002-julio de 2011
Una versión de este texto fue publicada con el título de “Juego perfecto” en La Gaceta de Cuba, La Habana, no. 2, marzo-abril, 2003, pp.12-19 e incluido en el libro La letra en el diamante, Santa Clara, Editorial Capiro, 2005, pp. 59-96. Fue reproducido con variantes en el título y el texto originales en Béisbol y estilo. Las narrativas del béisbol en la cultura cubana, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2004, pp. 51-93. Revisado y ampliado para esta edición.
NOTAS
1. Aunque a juicio de su director “En todo momento hemos evitado las referencias directas. Tampoco hemos querido que la lectura de la película se circunscriba exclusivamente a la pelota (…) Aspiro a que refleje el carácter del cubano, su temperamento e idiosincrasia”. Véase Ángel Rivero, “Al final de la carrera”, Revolución y Cultura, No. 12, diciembre de 1985, p.50.
2. Eliseo Alberto, Informe contra mí mismo, Madrid, Alfaguara, 1997, p. 201.
3. Ídem, p. 202.
4. Para una valoración del sentido de estas frases puede verse en este libro el capítulo: “Hablar de pelota”.
5. Arturo Arango, “Ser del interior”, Segundas reincidencias, Santa Clara, Capiro, 2002, p. 40.
6. Arturo Arango, “Asesinato con suegra”, La siempreviva, La Habana, No. 1, 2007, p. 13 y 14.
7. Ídem, p. 14.
8. Ídem, p. 16.
9. Amado del Pino La pelota, en Leonardo Padura y Raúl Arce, Estrellas del béisbol, La Habana, Casa Editora Abril, 1989.
10. Amado del Pino, Penumbra en el noveno cuarto, La Habana, Ediciones Unión, 2004.
11. Ídem, p. 6.
12. Ídem, p. 12.
13. Ídem, p. 15.
14. Ídem, p. 13.
15. Ídem, p. 23.
16. Ídem, p. 35.
17. Ídem, p. 66.
18. Ulises Rodríguez Febles, Béisbol, Matanzas, Ediciones Vigía, s/f, p. 76.
19. Ídem, p. 24.
20. Ídem, p. 41.
21. Ibídem.
22. Ídem, p. 43.
23. Ídem, p. 45.
24. Ibídem.
25. Ídem, p. 56.
26. Ídem, p. 67.
27. Ídem, pp. 72-73.
28. Ídem, p. 74.
29. Norberto Codina, El béisbol o el centro del universo, en Leonardo Padura y Raúl Arce, op. cit., p. 9 y 12.
30. Norberto Codina, Caligrafía rápida, Pinar del Río, Ediciones Loynaz, 2006, p. 120.
31. Ídem, p. 121.
32. Ídem, p. 124.
33. Carlos Esquivel, Matando a los pieles rojas, La Habana, Ediciones Unión, 2008.
34. Ídem, pp. 12-13.
35. Ídem, p. 21 y 24.
36. Ídem, passim.
37.
38. Un caso aparte, que escapa al análisis de este ensayo, es la noveleta de Miguel Terry: Silvestre. El conquistador.
Félix Julio Alfonso. Santa Clara, 1972. Ensayista y profesor universitario
Doctor en Ciencias Históricas; Máster en Estudios Interdisciplinarios sobre América Latina, el Caribe y Cuba; Licenciado en Historia y Diplomado en Antropología Social. Actualmente se desempeña como Vicedecano docente del Colegio de San Gerónimo de La Habana. Ha impartido cursos, talleres y conferencias en Bristol, Olinda, Recife, Caracas, Maracaibo, Lima, San Cristóbal de las Casas, Ciudad de Guatemala, Buenos Aires, Nápoles, Xalapa y Veracruz. Ensayos y artículos suyos han sido publicados en revistas, antologías y páginas digitales de Cuba, México, Puerto Rico, Italia, Venezuela y España. Ha asistido como ponente o participante a más de cuarenta talleres, encuentros, coloquios, congresos y simposios sobre historia y disciplinas afines. Es autor de varios libros dedicados al deporte nacional, entre ellos Béisbol y estilo. Las narrativas del béisbol en la cultura cubana (2004); La letra en el diamante (2005); La esfera y el tiempo (2007) y Con las bases llenas. Béisbol, Historia y Revolución (2008).