I.
En un principio la introducción siguiente iba a titularse Los ojos viejos del amor. Pero ni reconocer que es un verso de John Ashbery, gran poeta estadounidense, ayudaba a rebajar cierta sensación incómoda de cursilería. ¿Probar con algo confesional entonces? Al estilo: De cómo el hombre que no leía novelas de amor hizo una antología rosa. Más, ante revelación tal, ¿qué juicio se harían los lectores acerca de la coherencia de esta compilación?
Por demás —siendo del todo honesto—, la negación rotunda se cumplió siempre solo a medias; y en los últimos tiempos, el autor de la selección presente se empeñó en consumir ingentes bultos de papelería rosa, páginas sentimentales al peso de toneladas. Cuánto menos para dejar demostrado en los folios a continuación, que sí se empleó a fondo y era leal con su propósito.
II.
El año en que María del Socorro Tellado López se casó en Covadonga, Asturias, con Domingo Egusquizaga a decir suyo “por despecho y sin amor”, era 1959 y del otro lado del Atlántico el triunfo de una insurrección armada se recibía con fervor de pueblo. Cuando ella alumbró a su primogénita Begoña en 1960, y solo unos doce meses después al niño Domingo, sin dejar de escribir —cuesta imaginar cómo— las dos novelitas mensuales que publicaba en la revista Vanidades bajo el seudónimo de “Corín Tellado”; por esas fechas, en la isla se creaba la Federación de Mujeres Cubanas y la epifanía de las nacionalizaciones se pagaba con el cerco económico de EE.UU y la fallida intrusión militar de abril de 1961.
Entrado 1962, el matrimonio entre María del Socorro y el señor Egusquizaga se va a pique; en septiembre ya no aguanta, el vínculo se rompe. Muy poco después, La Habana es epicentro de la Crisis de Octubre (o de los Misiles) que coloca al mundo en el filo de una guerra nuclear.
Nada menos que el prominente crítico Andrés Amorós se fija en la obra de Corín y publica el estudio Sociología de una novela rosa (Editorial Taurus, Madrid, 1968). Por esa fecha, los buldóceres de la Ofensiva Revolucionaria barren los últimos rezagos del pasado y el premio del Concurso 26 de Julio se entrega a Tiempo de cambio. Manuel Cofiño, autor de ese libro de cuentos, es enviado a dirigir el Plan Forestal de Pinar del Río y acopia allí las vivencias que volcará en su primera novela, La última mujer y el próximo combate, de 1971.
A Corín, la “inocente pornógrafa” —así le llamaba—, destina el exiliado Guillermo Cabrera Infante un capítulo de O, su libro de ensayos publicado en Barcelona, 1975; mismo año en que el paladín del Realismo Socialista lanzará su segunda novela, Cuando la sangre se parece al fuego.
Tellado se entera de su inmensa fama en América Latina durante el viaje a Chile efectuado en 1981 (coincidentemente, una nativa de ese país austral escribía entonces su debut novelístico: La casa de los espíritus, y la tal Isabel Allende más tarde se convertirá en la sucesora legítima en cuanto al fervor de los lectores). Mientras tanto, en La Habana se divulga el romance entre Magda, la del pasado burgués, y Marcos, obrero de la fábrica de cigarros, tema de Amor a sombra y sol, nuevo éxito de Cofiño.
Allá por el año 1989, en que cae el Muro de Berlín, se calcula que Corín Tellado llevaba producidas 2 243 narraciones románticas (a la postre escribiría más de 4 000). En Cuba ya había muerto Cofiño, prematuramente, en 1987; y realizado Leonardo Padura su estreno literario con Fiebre de caballos (1988), un “atrevido” drama de iniciación sexual adolescente y amor hacia una mujer mayor. El ardor “diferente” de Diego por David que relata Senel Paz en El lobo, el bosque y el hombre nuevo, recibirá en 1990 el Premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo.
Tan leída como la Biblia y el Quijote —beneficiada por una de las grandes conquistas del siglo: la “ama de casa alfabetizada”—, Corín entró al Libro de los Récords Guinness en 1994 como el autor con más volúmenes vendidos (¡cuatrocientos millones!) en idioma español. Nacid@ en la isla, Chely Lima saca en México ese año sus Triángulos mágicos, donde una chica rebelada contra la virginidad y el matrimonio se enfrasca en un ménage a trois.
Entre 1995 que Marilyn Bobes obtiene el Premio Casa de las Américas con los cuentos de Alguien tiene que llorar, y 2005 cuando ella lo gana otra vez con la novela Fiebre de invierno, una ola femenina nunca antes vista inunda las letras insulares. Mujeres que escriben, sí, del amor y del sexo —entre otros asuntos, aunque muchos aseguren que sean esos sus temas favoritos—, pero no desde la ociosidad y la ilusión con príncipes azules, sino con la perspectiva de quebrar las viejas reglas culturales y ostentar sus libertades emotivas y hasta profesionales.
De 2000 es Siberiana: la historia del periodista Bárbaro, “tonto, tonto, cubano, negro y tonto” —al decir de su querida Nadiezdha—, que sacrifica la vida por amor entre las nieves de una taiga remota. Con esta novela de Jesús Díaz editada en España, se ratifica el advenimiento de una sensibilidad masculina distinta en los escritores cubanos del nuevo milenio.
Cuando le faltan pocos días para cumplir los 82 años, el 11 de abril, fallece Corín Tellado tras un infarto cerebral. Es 2009 y de Marilyn Bobes acaba de salir su libro de cuentos Mujer perjura.
III.
Aislada isla y también porción de archipiélago. “Una y trino”. Puede leerse como compilación autónoma; o en cuanto miembro de una trilogía, porque a esta Isla en rosa le precedieron una Isla en negro y otra Isla en rojo.
Hacia 2013 lucía intrigante saber qué pasaba en Cuba con el género policial, mientras la saga Millenium (Stieg Larsson) causaba furor y la novela negra vivía una edad de oro a escala mundial. Pero ni el éxito global de un Leonardo Padura, autor nacional, haría fácil reunir la cantidad —y calidad— de “historias de crimen y enigma” que conformaron aquella Isla en negro, salida de imprenta en 2014 bajo el sello de Casa Editora Abril.
Con ese indicio claro de que la narrativa local y su espacio editorial autóctono marchaban a contrapelo del interés del lector común y las apetencias del mercado mundial, se tornaba auspicioso comprobar qué sucedía con otros géneros de los llamados populares o “de masas”. Nació así la idea de engendrar una trilogía, y tras lograrse complicidad entre antologador y editorial del primer volumen, se emprendió la segunda recopilación; esta para indagar en la modalidad del terror y recoger “historias cubanas de vampiros y otras criaturas letales”, cuya insistencia en la sangre justificaban el título Isla en rojo, con que vio la luz en 2016.
La mera existencia de estos libros pretendía hacer diana en un puñado de propósitos. Enfocado al lector: que a sus manos llegaran libros de tema atractivo —también en su hechura, por la ilustración esmerada—, contribuyentes a un mayor entusiasmo por la literatura del patio. También, como un estímulo para la creación dentro de tales corrientes narrativas, en el caso de los autores nacionales. Y con la mira puesta en los catálogos editoriales y la actitud de los críticos: quebrar resistencias hacia unos “productos culturales” a los que en modo alguno es ajeno el valor estético.
En cualquier lista de lo mejor del siglo XX se suele incluir novelas de Hammett y Chandler. Al de La Dalia Negra, James Ellroy, se le menciona entre los grandes escritores vivos. Stephen King y Clive Barker son considerados clásicos vivientes y sus historias de terror ganan espacio en las estudios académicos; en tanto, el Drácula de Bram Stoker lleva rato en el panteón de la literatura universal.
Géneros condenados ayer por su origen pulp y destinatario masivo gozan hoy de una sorprendente gentrification. Este término proviene del urbanismo y designa la transformación de ciertos barrios depauperados en florecientes, como consecuencia del arribo de nuevos pobladores con mayor nivel adquisitivo. Por analogía, se aplica al fenómeno de súbita revalorización alcanzado por ciertas formas literarias que los lectores de élites culturales (historiadores de la literatura y críticos) han dejado de considerar burdos entretenimientos populares para alzarlos a la categoría de “arte”.
La gentrificación de libros policiales y de ciencia ficción, fantásticos y de terror (o hasta el cómic), no ha llegado a cubrir, sin embargo, al sector que superiores ventas acumula en el mercado editorial (solamente en EE.UU llegó a los 1 500 millones de dólares en 2014). La ficción de corte romántico y erótico sigue sin tener la venia del New York Review of Books. Acaso perseguida por el prejuicio machista acerca de que la mayoría de sus lectores (y de quienes las escriben) provienen de las filas femeninas, no ha tocado aún la hora del cambio de imagen para la llamada “novela rosa”.
De ahí que la trilogía debía cerrarse con una Isla en rosa. Para que este sondeo en el corazón de la narrativa cubana del nuevo milenio, apuntara al patrón (y madre) de todos los sentimientos. En definitiva, como piensan buena parte de los escritores, la historia de la literatura es un enjambre de variaciones acerca de unos poquísimos temas centrales. La Muerte y la Vida. La Guerra. Y el Amor.
IV.
Todas las historias de amor encierran un mismo argumento. Aunque en la superficie se distingan por la presencia de una pareja de amantes, o sea un solo miembro quien padezca del afecto profundo; incluso, que la pasión exista repartida en triángulo (quizás hasta en cuarteto). Ahora que se abraza la causa de la “diversidad” y se multiplican las identidades sexuales en contienda; tal vez quepa apreciar si un relato es heteronormativo, y el otro de índole homoerótica. Pero estas diferencias no alteran el sustrato común a toda ficción de temática amorosa.
Lo que cuentan en verdad las historias de amor es que un obstáculo entorpece el despliegue de ese sentimiento; y que sobrepasar la impedimenta (sea externa —ambiental, histórico, cultural, otra persona— o intrínseca al propio individuo) es el incentivo que anima el comportamiento de sus protagonistas.
La consumación del amor es el colofón, pero el camino es campo minado que deberá atravesarse para llegar a la meta. De eso tratan todas las historias de amor. Porque lo opuesto: un amor ya realizado, la plenitud afectiva, una pareja feliz, no engendra literatura. A nadie se le ocurre hacer el cuento que nadie querría leer. Por inverosímil. O simplemente aburrido.
Pero existe, sí, un elemento que parte radicalmente las historias de amor en dos variantes contrapuestas. ¿Cuál? El modo de desenlace. Si acaba bien o si tiene un final terrible. Y de esta circunstancia eximia puede depender, inclusive, el lugar que esa pequeña historia de amor ocupe en la historia grande de la literatura. Pues si en vez de envenenado él y acuchillada ella, el destino de Romeo y Julieta hubiera sido ser felices y comer perdices, no pertenecería la obra de Shakespeare al Olimpo dramatúrgico.
Solo a los amores trágicos se les reserva asiento en la “gran literatura”. Para el caso contrario está servido el duro juicio: “No hay finales felices más allá de Hollywood”. Cuando la trama concluye en cama y matrimonio, se ha caído en el menoscabado territorio de la “novelita rosa”.
V.
Al momento de seleccionar los relatos agrupados para esta compilación se tuvo en cuenta la centralidad del tema amoroso; aunque sin pretender, en cambio, que las narraciones se ajustaran al molde preciso del género “rosa”. Luego, el título Isla en rosa sólo funciona a manera de provocación y no en tanto reválida o gentrification nacional de una “flor literaria” que está realmente extinguida en los “jardines editoriales” de Cuba.
Pero comoquiera que el lector del patio hallará útil, de seguro, mantenerse informado sobre lo que acontece en el mundo ancho y ajeno, vale la pena ofrecer a continuación una abreviada…
HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAME NOVELA ROSA
En lengua inglesa, donde este género alcanza un mayor despliegue, no se complican mucho y la llaman romance novel. Cabrera Infante propuso emplear el mismo término en castellano; pero surge la dificultad de que “romance” designa ya a los relatos de ficción en verso, típicos de la época medieval. Y decirle “novela romántica” trae confusión con las obras procreadas en la etapa histórica del Romanticismo. Fueron los franceses con su iniciativa del roman à l’eau de rose, quienes introdujeron un epíteto “rosa” que, obviando la visión peyorativa, bastante se ajusta, en definitiva, a un tipo de texto narrativo rebosante de sentimentalidad y dirigido a un público mayoritariamente femenino.
Si bien los orígenes de la novela rosa se rastrean en la novela pastoril del Renacimiento, su momento llega en la primera mitad el siglo XIX con el auge de la “novela gótica”; y encontrará en Orgullo y prejuicio de Jane Austen, Cumbres borrascosas de Emily Brontë y Jane Eyre de Charlotte Brontë, la consolidación de sus atributos clásicos.
Atravesó buena parte del siglo XX erigida en guardiana de ilusiones y costumbres burguesas, de la aspiración al ascenso social vía matrimonio y el mantenimiento de los roles tradicionales, con severas restricciones al erotismo y las “desviaciones sexuales”. Y todavía hoy, en el seno de la Romance Writers of America (RWA, fundada en 1980), organización de escritores de ese género en EEUU, o en su homóloga gremial, la Asociación de Autoras Románticas de España (ADARDE, aparecida en 2009), puede que se discuta alguna vez la pertinencia de aferrarse a las reglas canónicas; pero la capacidad de supervivencia y hasta expansión de la novela rosa residió en comprender que nada en el mundo sería igual después de las convulsiones sociales y la revolución sexual de los 60, o las oleadas del Feminismo, bajo la inspiración teórica de Simone Beauvoir (El segundo sexo, 1949), Betty Friedan (Mística de la femineidad, 1963) y Kate Millett (Políticas sexuales, 1970).
VI.
Cincuenta sombras de Grey es el relevo de los Código Da Vinci y Harry Potter en la categoría de mega bestseller durante el último lustro. 31 millones de ejemplares (solo hasta 2014) vendidos en todo el mundo por una saga (cuatro títulos) de erotic novels, que comenzó como un ejercicio de fanfiction1 a partir de otro exitazo editorial (Crepúsculo, de Stephenie Meyer). Los primeros episodios salieron en una típica web de “ficción derivativa”; luego la autora E. L. James tuvo la suspicacia de sacarlos en su web personal (FiftyShades.com), y más tarde reunirlos en volúmenes para su publicación como libros electrónicos y de impresión bajo demanda por la editorial virtual The Writers’ Coffee Shop, afincada en Australia.
Etiquetada de “porno para mamás”, comenzaron a llover los Likes —sustituto promocional de la “antigua” recomendación boca a boca en esta nueva era del sharing—, hasta atraer a la poderosa Vintage Books para una edición en papel y a Editorial Grijalbo para la réplica en castellano, que acabarían convirtiendo a las fantasías BDSM2 de una británica nacida en 1963, ejecutiva de televisión y sin antecedentes literarios, en un fenómeno global.
El ejemplo es paradigmático para traer a relieve varias pautas del presente. Primero, el destape en lo sexual, la fogosa explosión, el auge tremendo alcanzado por esta corriente “erótica”, cuyo grado extremo hizo nacer el apelativo dirty romance novels. Sepultada la gazmoñería, ahora parece haber espacio para todo, lo mismo da si es sadomaso estilo Grey o el homoerotismo con escenas explícitas de A través del sexo, de Nayra Ginory.
Esta última se difundió también en un blog personal antes que EdicionesBabylon.es hiciera de ella un libro virtual. De modo que un segundo elemento es el papel que juega internet en la revelación de escritores noveles y de sus títulos, y en la consiguiente difusión internacional. Las plataformas de autopublicación (Smashwords, Amazon, Pegassus) han creado la figura del autor indie y unas listas de éxitos online que favorecen a títulos como Real (Katy Evans), Maldito Romeo (Leisa Raven) o Por favor, déjame odiarte (Anna Premoli) para que acaben catapultadas al catálogo de grandes editoriales. Asistimos, además, a la proliferación de pequeñas editoriales virtuales; una alternativa que igual se aprovecha del filón de público y el apetito de autores, y engendra sellos como Addictive Publishing o Escarlata Ediciones para vender firmas del corte Emma Green, Lucy Jones o Lorena Pacheco.
En función de ese contexto, las majors establecidas no se cruzan de brazos. Plaza&Janés tiene en su carcaj a Nora Roberts y Danielle Steel, dos flechas punteras del mercado romántico. El boom rosa en España es atendido por Harper Collins con el sello Harlequín Ibérica y lanzamiento de títulos como Bloody Mary de Claudia Velazco. Roca Editorial convoca al Premio Terciopelo, publica las obras ganadoras, y así obtuvo a Raquel Barco (o Jezz Burning), la presidenta de ADARDE. Por su parte, Editorial Planeta aseguró en su colección Esencia a la vicepresidenta Megan Maxwell, prolífica autora de Pídeme lo que quieras; y para Zafiro cuenta con la prometedora Mar Vaquerizo, de Mi vida en tus manos.
La pasada mención a Crepúsculo trae a capítulo un tercer rasgo cardinal del género en la actualidad. Porque aquella es una novela rosa inconfundible, con el único aditivo de vampiros y hombres lobos. Y a base de sustancia similar, Syrie James hizo Drácula, mi amor. El diario secreto de Mina Harker; y Maria José Tirado, La emperatriz de los vampiros. Pero no caben solo los “chupasangres”; prácticamente cualquier cosa se arroja en la mezcladora junto al ingrediente amoroso esencial. Veamos:
Por la famosa saga Cazadores oscuros se reconoce a Sherrilyn Kenyon como la reina del “romance paranormal”. Del mismo modo se habla de un “romance histórico” para la clásica La llama y la flor de Kathleen E. Woodiwiss o las novelas de Barbara Wood. Olalla Pons llevó el amor al género western en Pluma Roja, aunque la auténtica jefa de esa corriente es la texana Sandra Brown. Le puso tema bélico Florencia Bonelli a su saga Caballo de fuego. Y en Caperucita Roja, ¿a quién tienes miedo?, Sarah Blakley-Cartwright se apropió del cuento clásico infantil. Hay “rosa para adolescentes” como la Gossip girl de Cecily von Ziegesar; y “rosa futurista” en la serie World of Harmony de Jayne Castle. Emma Darcy (alias del matrimonio de Frank y Wendy Brennan) se hizo célebre por fusionar amor y crímenes; también Mar Carrión (Decisiones arriesgadas) y Gema García-Teresa (Muerte en el Burj Khalifa) implantan componentes de suspense y thriller.
Más allá de la adaptación de la novela rosa al eclecticismo postmoderno y sus manías del crossover genérico, destaca que nazcan de ella especímenes novedosos, los cuales pueden tender a lo paródico y el juego con sus límites, o plantarse incluso en una esquina antagónica. De esto último, son representativas La mujer de un solo hombre de A.S.A. Harrison y Perdida de Gillian Flynn, donde el paraíso del matrimonio guarda su infierno latente y uno no sabe que duerme con el enemigo, al punto que la expresión domestic noir se inventó para estas novelas. A lo primero pertenece la corriente denominada Chick-lit,3 destinada a sacar la cara por la mujer moderna, expuesta en la fase del “post-feminismo”, cuando ya no se siente una víctima o dependiente de la valoración masculina.
La española Carmen Rico Godoy fue su precursora con la simpática novela de 1990, Cómo ser mujer y no morir en el intento. En los años finiseculares despuntaron las autoras icónicas: Marian Keyes (Claire se queda sola), Helen Fielding (El diario de Bridget Jones) y Candace Bushnell (Sex and the City); entrado el XXI asoman Lauren Weisberger (El diablo viste de Prada), Miriam Lavilla Muñoz (Aceptamos marido como animal de compañía) y un sinfín más. A la abrumadora popularidad del Chick-lit mucho han contribuido el cine y las series de televisión. Los rostros de Sarah Jessica Parker (Sex…), Anne Hathaway (El diablo…), Renée Zellweger (El diario…) llegaron para reemplazar a las actrices Meg Ryan (When Harry Met Sally) y Julia Roberts (Pretty Woman), en el estrellato del audiovisual de línea romántica.
A manera de fórmula ying-yan, brotó una vertiente masculina cuya cara ejemplifica Hugh Grant en Cuatro bodas y un funeral, taquillera película de 1994. Las cintas basadas en novelas de Nick Hornsby, Un niño grande (2002) y Alta fidelidad (2000), exhiben personajes en las antípodas del arrollador Don Juan, inseguros y pueriles ante la figura femenina. A este autor británico se le considera abanderado de la réplica Dick-lit (o Lad-lit), que también practican el australiano Graeme Simpson (El Proyecto Esposa) y el francés Nicolas Barreau (La sonrisa de las mujeres).
Un vector destacable en el campo del rosa contemporáneo es la creciente mundialización, a pesar todavía de una supremacía angloparlante. Visible en Italia y Francia, fuertemente entronizada en España, su ámbito se proyecta hacia Latinoamérica, con predominio en países de mercado editorial mejor organizado (México, Colombia, Argentina). Valga de ejemplo la antología Ay, amor. Diez historias para enamorarte (2015), que enseña a Cristina Bajo, Gloria V. Casañas, Andrea Milano, Magalí Varela, entre otras, como plumas destacadas del rosa argentino.
Para cerrar esta cartografía, y comoquiera que para nada se quiere convencer a los lectores más sofisticados de cambiar patrones y dar cabida al universo anterior, se invita —apenas— a probar lo que en el terreno del erótico está haciendo la mexicana Ana Clavel, en Las Violetas son flores del deseo (Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005), Las ninfas a veces sonríen (Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2013) y El amor es hambre (2015). O a la francesa Katherine Pancol (en la cuerda del Matrona-lit, para mujeres maduras), autora de Los hombres crueles no circulan por las calles.
De paso, no está de más subrayar cuánto aprovecharon las reglas dramatúrgicas de telenovelas y literatura rosa ciertos autores del “Postboom” latinoamericano, para marcar distancias respecto a la negación de la cultura de masas proyectada por la generación precedente. Dando los resultados más excelsos en la obra del argentino Manuel Puig (El beso de la mujer araña, Pubis angelical), y no desdeñable en las primeras novelas de la chilena Isabel Allende (De amor y de sombre, Eva Luna) o en Como agua para chocolate de la mexicana Laura Esquivel.
Y por último, llamar la atención sobre el hecho de que la mejor novela rosa jamás escrita es fruto de un Premio Nobel. El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez encierra todos los tics del género, y para hacerlo explícito recordemos su happy end:
“El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
—¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? —le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
—Toda la vida —dijo.”
VII.
“Todas las canciones de amor mienten. El amor no existe. Sólo es pornografía disfrazada con palabras bonitas. ¿Todo lo que necesitas es amor? Lennon mentía. Lo siento por ti. Bienvenido al siglo XXI. Alguien tenía que decirlo: el amor no existe…” Quién lo afirma es Raúl Flores Iriarte a través del personaje narrador del cuento prístino. Su protagonista y la Chica Oscura hacen coro a Mick Jagger y cantan Paint it black; van a pintarlo todo de negro, como la noche, como el carbón, como las pesadillas. Extraño modo de comenzar una antología sobre el amor; pero ya se aclaró antes: la literatura cubana actual no es pródiga en lo sonrosado; y sí privilegia tonos sombríos. Cincuenta años después de la porfía Beatles-Rollling Stones, triunfa la visión nihilista de los segundos en el corazón juvenil de la Generación Millenial. En nombre de esta, el autor de “Pintura negra” escribe para mostrarnos su desencanto, el seco escepticismo que obstaculiza la apertura al sentimiento amoroso más allá de su instrumentalización en lo sexual. Por suerte, hacia el final, Raúl Flores advierte que “Mañana será otro día. Vamos a pintarlo todo de azul. Al carajo con esta oscuridad”.
Era el tiempo ya, dentro de prólogo tan dilatado, para comentar los textos que nutren el presente volumen. Curiosamente, en el año de 2016 que Jagger y compañía pisan La Habana por primera vez, hay aquí más de un cuento donde su rock and roll resuena. “Angie”, la inolvidable balada, es oportuna música incidental en la propuesta de Rafael de Águila. Roger comenta que se va, para reunirse con Matty, la que conoció en el chat. Con la vaca holandesa, muuuuuu, se burla ella despechada, la voz narrativa que remarca la otredad, la condición “extranjera” de la mujer rival. En “Patas al aire”, acertado Premio de Cuento La Gaceta de Cuba 2011, la emigración brota como epidemia causante de pérdidas del objeto amoroso.
Ese tema reaparecerá en otras páginas de la antología. Es lo que afecta a La Muchacha Manca, triste porque La Reina de La Prosperidad se fue a vivir con La Mariposa Monarca bajo el imperio de las pirámides de México. Para su consuelo, la Muchacha Manca escribe “una novela de amor, como casi toda la literatura actual, aderezada con los típicos tópicos actuales: sociedad, familia y espíritu”. Esto ocurre en “La planificación”, donde Legna Rodríguez Iglesias engloba amor lésbico, limitaciones físicas, familia disfuncional y manierismos de sus compatriotas escritores; todo eso tratado con un desenfado total, que ora roza la acritud y lo grotesco, ora el humor y la ternura.
A pesar de las carencias y el hastío, del desierto circundante, hay parejas que se ilusionan con alcanzar un oasis. Puede que el rumbo se lo jueguen al azar. Puede que ni para ti ni para mí, que la moneda salga de canto. Puede que aun así elijan un distante destino. Puede que sea la fría paz de un panteón en donde se encienda la pasión. Puede que quieran volver pronto a la ciudad y su tormento… En “Esquirlas”, fragmento escogido del libro que fuera Premio Pinos Nuevos 2005, Ahmel Echevarría deja caer la cuestión: ¿Acaso habrá de veras un lugar ideal para el amor o es solo una falacia con la que sueñan los amantes?
Abunda la emoción romántica en la narrativa de Michel Encinosa Fú, incluso en algunas (“Elisa”, “A dónde fueron a parar las rosas”) de sus piezas de ciencia ficción y fantasía. Pero escoger “Layla, o el detestable subterfugio de los silencios” era perentorio para ilustrar un Dick-Lit “a lo cubano”. El dúo Marco Antonio-Jorge A. evoca a los Rob (John Cusack) y Barry (Jack Black) de la película Alta fidelidad, con banda sonora a base de clásicos sesenteros. Una anécdota entre famosos: los guitarristas Eric Clapton y George Harrison con Layla, la esposa del Beatle, cambiando de brazos, es punto de partida para saber de Marco Antonio; alguien que dice querer “buscar su amor, pero sin encontrarlo jamás” y, en cambio, all I have to do is think of her. De su mano sabremos del amigo Jorge A., escritor y chiflado por el Egipto, que comparte su misma nefasta suerte con las mujeres.
Sus Satánicas Majestades vuelven a sonar al cierre de la antología. Ahora con “Heart of Stone”, para reconfortar a un Pedro Juan de pronto reblandecido tras la partida de su amante Miriam, en “Tranquilo, tigre, nada nuevo”. Del libro Carne de perro, parte del exitoso Ciclo de Centro Habana, se extrajo este relato donde, como es lo usual en Pedro Juan Gutiérrez, hay sexo inescrupuloso y a raudales; pero en el que su personaje y alter ego, el cínico y mujeriego inveterado, reconoce: “No puedo desperdiciar el poquito de amor y compasión que me queda.”
VIII.
La pareja de Eidanth y Eivia y lo que pasa cuando ellos quebrantan la antigua Ley. Dado que se trata del “Génesis” según Elaine Vilar Madruga, la historia bíblica y con aditivos del mito de las Amazonas va a ser reescrita —quizás con influencias de la británica Tanith Lee— en los códigos de la fantasía heroica.
Chely Lima también escribe de amores transgresores y se inspira en la Mitología. Donde hubo un templo pagano se encierra el joven monje puesto a prueba; hasta la aparición de una criatura de cuernos y patas caprinas pero rasgos dulces y “delicados atributos de varón en la entrepierna”. “Dios Pan” narra una típica batalla a lo interno del corazón: con el terror y la fe de un lado, y el sentido de la belleza por el otro.
Obsesión, círculo vicioso, ansias de quedarse, someterse, borrar al otro, poseerlo, practicar canibalismo. Del amor como turbación extrema trata “Dominio, cita y cuerpos”, de Marvelys Marrero. Y basta la mera proximidad de un pretendiente, la sospecha de que alguien se interese en uno, para desatar la ansiedad y provocarnos hacer cosas impensables, tal y como experimenta la vendedora de libros en “Calle abajo”, de Liany Vento García.
¿Hasta qué punto el amor sobrevive si existe apenas en el territorio de las ensoñaciones y la ilusión? ¿Y cómo haces si el encuentro con Lena, tu media naranja, no transcurre en las horas normales de la vigilia? Son preguntas lanzadas al aire por Carlos Ávila Villamar en “De la continuidad de algunos sueños”.
La maduración física de la adolescencia precipita las vivencias del primer amor y la iniciación sexual. Sin embargo, cual nos cuenta Ariel Fonseca Rivero, la inseguridad propia de ese período y las rivalidades entre coetáneos pueden trocar en calvario la “Noche de graduación”. Rebeca Murga, autora de “Serenata para Rabindranath”, nos sumerge en las complejidades del sentimiento que coaliga a estudiantes y profesores: otra clase de amor bastante frecuente en los colegios de teenagers.
Miguel Ángel, el renacentista, creía que habitaba un alma en el mármol y de ahí su magia para esculpir el David. Lo mismo el escultor que de la madera extrae su avidez de “Julie sobre la cama”, desnuda, con las piernas dobladas, la chica Lolita para el afecto de un pederasta, que Dazra Novak afronta en su cuento con lucidez y compasión.
También hay arte en la trama de Edgar London. Que comienza como “un amor en colores”, aunque “resultaba evidente que algo estaba por romperse. Se percibía en el aire”. Él es pintor y pendiente de los azares del mercado. Ella igual tiene su habilidad, y aunque sólo lo demuestra una vez… “Colorimetría para dos” es una historia de celos, pero no del previsible temor al engaño sino de la “enfermedad de Salieri”, el miedo al talento del otro.
IX.
“Siempre nos quedará París”, dicen en Casablanca, el filme romántico por antonomasia; y bien lo sabe J.R. Fragela, que ambienta su relato en el arquetípico sitio de reunión para los amantes. “El puente de los enamorados” ironiza con esta condición de la llamada Ciudad Luz, al concebir ahí un Tour de l’Amour, donde van a enredarse los sentimientos del joven que acostumbraba decir “no soporto al amor. Ni me lo nombren”.
Campea el séptimo arte en “Último ciclo en la sala oscura”; y no en balde, porque Zulema de la Rúa Fernández fabula alrededor de este como constructor de prototipos ideales: los Humphrey Bogart y Marilyn Monroe, los hombres y mujeres perfectos. Aunque en la realidad sus personajes sean, apenas, una ensoñadora muchacha que frecuenta el cine de barrio y el proyeccionista del lugar.
Si de juegos intertextuales se trata, pasar de los referentes cinematográficos a los específicamente literarios, transporta a “Con una flor amarilla” y “Clarice, yo, la felicidad”. El primero, de Laidi Fernández de Juan, arrastra evocaciones de Cortázar; aunque el París de Rayuela sea desplazado hacia Nueva York; y en esa megalópolis, una cubana de visita disfrutará y sufrirá, tendrá la experiencia de emociones contradictorias, durante sus días de reencuentro con un amigo de antaño ahora emigrado. Mientras, el segundo es narrado desde la primera persona de una mujer identificada profundamente con la escritora de La pasión según G.H. Como perseguidas por la mano negra de Clarice Lispector, quiere decir Marilyn Bobes, hay gente predestinada a conocer del amor solo el reverso de la felicidad.
No por capricho dejado para lo último, “Los amantes del Abecedario” reincide tanto en el juego de “modelo para armar”, idéntico a sus otras Historias del Abecedario, como en la intención de Rafael Grillo de exprimir la entera tradición de un tema y en sus distintos afluentes: literatura, cine, música, pintura… Lo hecho ya con el policial y el terror, aquí se repite con lo amoroso dando como resultado otro collage o ajiaco paródico, en el que se revive a la autora romántica Gertrudis Gómez de Avellaneda (Tula) y su Ignacio Cepeda, a la Maja de Goya y la Carmen de Bizet, al gran Bola de Nieve y Dooley Wilson (el pianista Sam de Casablanca), y hasta a John Lennon, ayer Beatle y hoy estatua en un parque de La Habana.
Todo ello para volvernos a contar una de las historias más rancias que se conocen: la del artista pobre encandilado por la bella casquivana, y los muchos obstáculos por el medio: un pretendiente rico, la noble vecina enamorada, una amiga celestina, la carta fatal…
X.
65 cuentos de 53 autores. De los cuales, 38 hombres y 15 mujeres. Entre los convocados, 11 viven fuera de la isla. Más allá de las preconcebidas separaciones por temática o género, el corolario apreciable de sumar Isla en rosa+Isla en rojo+Isla en negro es la posibilidad de arrojar un vistazo en abanico, panorámico, a la narrativa cubana del siglo XXI.
Cuando solo resta acabar de una vez este largo prólogo y dar por terminada la trilogía de islas a color, una curiosa escena se recrea en la mente del antologador:
Por fin. Un barco arriba a la costa atraído por los fuegos del desamparado. ¿Happy End? Todavía no: el capitán se niega a subirlos a bordo, so pretexto de que hundirán la nao. Robinson alega no poder abandonarlos, les debe la vida y la ilusión. Pero el capitán se aferra al sentido común. Y no así el náufrago. Que regresa junto a sus mil y un libros, a quién sabe cuántos años más en la isla desierta.
NOTAS
- Término que significa literalmente “ficción de fans”, acuñado para denominar a las derivaciones de una obra literaria (cinematográfica o televisiva) producidas por sus adeptos o fanáticos. Por ello se le dice también “ficción derivativa” y es una práctica narrativa muy extendida en la actualidad a partir del desarrollo de internet, las páginas web y blogs personales. En ella se utilizan personajes, situaciones o ambientes descritos en la historia original y se les realizan variaciones nacidas de la creatividad del autor de fanfiction.
- Siglas de “Bondage, Disciplina, Sadismo y Masoquismo”, una serie de prácticas y aficiones sexuales relacionadas entre sí, pertenecientes a las científicamente denominadas “sexualidades no convencionales o alternativas”, y simplificadas en el habla popular como “sadomasoquismo”.
- Como la mayoría de las etiquetas que terminaron identificando a los movimientos literarios o artísticos, esta nació igualmente con visos de sarcasmo cuando Cris Mazza y Jeffrey DeShell la usaron en 1995 para titular su antología: Chick-lit: Ficción Postfeminista.