“…convertir el deseo,
todo el deseo, en discurso.”
Michel Foucault. Historia de la sexualidad I
“Si no vives, la vida se te muere dentro…”, se escucha decir a uno de los personajes que Dazra Novak lanza a vivir en Cuerpo público, Premio David 2007. En la literatura de de esta autora se agitan, en browniano orden (vaya oxímoron), actitudes, situaciones, pensamientos, deseos, frustraciones, modus vivendi (y operandi) enraizados en ciertos sectores de la vida del aquí y el ahora. Pura sociología. Sicología social. Identificación proyectiva, al decir de Melanie Klein. Se asiste al deambular de cuerpos en un mundo que nada porta o aporta. El encefalograma social, plano, registra las únicas ondas sexo mediante. El mundo son las sensaciones. El resto es fango. No es que Dios haya muerto, como decretara Nietzsche. Dios nunca existió. Las sensaciones, en cambio, están cada vez más vivas. Sexo: sucedáneo de vida. Remedo de refugio. Alimento para la camada. Soft relief. Al final ni tan soft ni tan relief. Y es que sufre la parcelación de lo efímero. El pulso desvaído de los automatismos. “Quien usa ese lenguaje hasta cierto punto se coloca fuera del poder; hace tambalear la ley; anticipa, aunque sea poco, la libertad futura” (Michel Foucault, Historia de la sexualidad I). El sexo asoma en estos textos como única doctrina posible. Cuando todo ha muerto solo resta sentir. Se sale al almenar y se grita, urbi et orbi: habemus sexus. Dazra Novak adosa una variante (sexual) del solipsismo de Berkeley: “el mundo son mis sensaciones”. Supuesto idealismo subjetivo: existe lo que toco. Ni tan idealismo, ni tan supuesto, ni tan subjetivo. No hay cuerpo subjetivo. En especial si puede ser tocado, si en tanto gozante es gozado. Territorializar el sexo es reconocer que ese territorio está hoy más diáfano (y público) que nunca. El presente es un cuerpo dentro del cuerpo. El cuerpo social en el interior del cuerpo biológico. O viceversa. Que aquí los viceversas casi no se advierten. Corpus intra corpus. Como entidad creíble y disfrutable el cuerpo está (infortunadamente) solo. Creíble y disfrutable. Vaya duplicidad esa. Poco de lo creíble se disfruta, poco de lo que se disfruta resulta creíble. Dazra Novak lo hace, no obstante, posible. O lo intenta. Flota la sospecha, cierta vaga presunción: ni la credibilidad es suficiente ni el disfrute basta. La autora nos arrastra a un territorio donde el sexo y solo el sexo detenta algún valor. Sexo asidero. Despeñadero. Cráter o montaña. Sexo kibbutz. Sexo ashram. Falansterio. El resto es plano. Bored. Hastío. Impotencia o seudo albedrío. El sexo nos vuelve (y devuelve) autónomos y libres. Dependientes solo de otros sexos. ¿O es una mera entelequia? “Un cuerpo desnudo es más sincero”, se nos dice1. El cuerpo nos torna individuos, el entorno masa. Corporalidad en mitad de un entorno masificado y desritualizado. Porque si los ritos fallecen o han fallecido, el sexo deviene único rito. Ancestral, por demás. Toda forma de sexo. “….la sexualidad regular, es así por un movimiento de reflujo, a partir de esas sexualidades periféricas” (Michel Foucault, Historia de la sexualidad I). Existe lo que toco, existe lo que siento, lo que hace sentir, lo que hago sentir. El resto es el Sahara. El sexo un oasis. Si el entorno bulle henchido de arena hirviente el sexo es el camello que transporta. Sobre su giba nos movemos. La ilusión: huir. Huir del Sahara, vivos, safe and sound, puede que no muy airosos, puede que maltrechos, puede que mustios. Ni tan autónomos ni tan libres, pero vivos. Los cuerpos como bunkers. Ahuecados por el fragor de la reyerta pero empecinados en trascender. Salir del cuerpo (de los cuerpos) no se disfruta, no se solicitan salvoconductos. El único conducto a salvo es el cuerpo. Se sale de él y la arena hierve. Se vive asilado-aislado en el (los) cuerpo(s). En el (los) sexo(s). No queda algo verosímil. Todo es baldío. Todo espurio. Fecundo el sexo. Verdaderos los cuerpos. En especial si están desnudos. Si los tocamos y nos tocan. Tocar: reconocerse. La franqueza de esa territorialización llega con espectacular fuerza al lector, especialmente a los más jóvenes. ¿Existes?, parecen preguntar a coro estos personajes, todo para que los lectores, también a coro, octava siempre alta, respondan: existimos. “Mi cuerpo está dividido en otros cuerpos, miles…”, nos dice uno de estos personajes. Panteísmo corporal. Expulsados del entorno social y territorializados en el sexo. En las sensaciones. “Placer de ejercer un poder que pregunta, vigila, acecha, espía, excava, palpa, saca a la luz; y del otro lado, placer que se enciende al tener que escapar de ese poder, al tener que huirlo, engañarlo o desnaturalizarlo. Poder que se deja invadir por el placer al que da caza; y frente a él, placer que se afirma en el poder de mostrarse, de escandalizar o de resistir” (Michel Foucault, Historia de la sexualidad I). Homo o hetero, mero plug in. Amar. Sexear. To sex or not to sex. Dazra es solo el portavoz. Si afuera hiede-hiela el hálito y el calor están dentro. Un calor mensurable en el tiempo y parcelado en el espacio. Finito. El cuerpo, a tenor de la poca fortuna, se mueve en parcelas. El tiempo y el espacio lo masacran. Lo asolan. Lo anclan. Apuestan por seres rellenos de serrín. Dúctiles. Ciertas mixturas, sin embargo, civilizan los cuerpos: cultura, historia, pensamiento, filosofía, arte. Homo sexus sapiens: salto en la especie. Salto que si bien no hace menguar los cuerpos incrementa el hastío. Extenuados. Destrozados. Ex-des: prefijos denotadores de pérdidas. Precisamente el hastío y el dúo de prefijos suelen empujar hacia mayores cotas de deseo. El ciclo (tristemente) se cierra con nuevos retornos al hastío. En estos libros no se deambula en espiral, se vaga en círculos, personajes macerados por esa dúplice temporalidad, ese tiempo fuera del tiempo, que es portar sexo y cerebro. Poematizar desde el cuerpo: profesión de fe. Una tribu de stalkers vagabundean a través de parcelas, política, filosofía, historia, arte, literatura, mixturas civilizantes tras un ménage à trois. El cuerpo social y el cuerpo físico: parcelas. De la parcela que nos contiene a la parcela que nos retiene. “…la represión ha sido, por cierto, el modo fundamental de relación entre poder, saber y sexualidad…” (Michel Foucault. Historia de la sexualidad I). No todos los cuerpos exhiben la dúplice armonía (¿atonía?) de pensamiento y deseo, de vez en vez Dazra alude a cuerpos sin otra pretensión que ser cuerpos. Serrín deseante. Para ellos todo está bien. Basta sentir, después duermen. Los otrora deseantes quedan debatiendo, olvidados de cuerpos o sexos debaten. Desnudos intentan desatar los nudos todos al mundo. Cada affaire asolado / asolando desde lo fugaz falaz, los cuerpos yacen ahí, un muy breve lapso, después se van. Se alejan. Son estos libros2 llenos de fugas, ahítos de perdidas. De ausencias que carcomen toda presencia. Cartografías de ausencias. Pérdidas y ausencias llevadas a cuestas con fría parsimonia, templanza que alguna vez fue espanto. Espanto que ahora reside en esperar cuerpos, aguardarlos como el ahogado aguarda su escafandra, su aire. “Tú eres la música mientras dure la música”, escribió alguna vez T. S. Elliot. Cuerpos: asideros truncos. La corporalidad conduce a la sexualidad, la seducción al amor. El cuerpo nos hace autoconscientes, la seducción conscientes de la existencia del otro. Acá, reconozcámoslo, la seducción es un breve prolegómeno, un galanteo muy físico por demás, meramente la estratagema de mostrarse: “vamos, tócame, tómame. Aprovéchate, anda”. Al amor no se le menciona3, de vez en vez cree el lector percibir su hálito. Menguado. Tísico. Demodé. Old fashion. Más que hálito la demanda-nostalgia del hálito. Una voz que suele llegar en off. Alguna vez amamos pero sufrimos (o nos hicieron sufrir) una lobotomía. Ciertos tropismos llevan a estos personajes a la intentona de amor. Al remedo. Se tienden puentes pero quedan con un extremo al aire. Asolados y desolados (en puridad desconsolados) deambulan la mayoría de los personajes de Dazra Novak. Ni el sexo ni los cuerpos los tornan radiantes. Lo afectivo, urge decirlo, no deja de estar ahí…, como bajo cloroformo: atenuado. Abúlico. Emitiendo un S.O.S. desde algún recodo lejano. Pero el receptor es incapaz de descifrar el código. Lenguaje de otros tiempos. Olvidado. Cualquier maridaje con la realidad es pura analogía. Wilhem Reich creía a la felicidad sexual garantía del mejoramiento social. Lo mismo Marcuse. Los personajes de la Novak no son felices. En modo alguno. Son tan tristes que valdría llorar por ellos. Intentan ser beduinos en el desierto pero mientras el desierto es muy real ellos no pasan de ser falsos beduinos. En mitad del más hirviente ménage à trois repta la crisálida gris de la desesperanza. De la inercia. La abulia. Huizinga nos legó el concepto de homo ludens, el hombre como ser que juega, creador de mundos otros, émulos del real, alteridad de mundos que nieguen al mundo. Dazra Novak lo ha logrado. Como match point sus procedimientos territorializan todavía más la comarca, hacen creer (además) que estos textos no son solo textos. A modo de advertencia se acota que todo lo narrado es real, solo se ha velado los nombres, más tarde se lanza sobre ciertas notas al pie: los hechos ocurrieron o no de la manera en que se narra. Se fuerza (y refuerza) la sensación de realidad, se territorializa todavía más la zona, llega al lector la sospecha, cada vez mayor, de no hallarse ante un libro, lo mueven ciertos barruntos: cuanto leo no resulta meramente literatura, se dice, la autora ha tenido la osadía, se piensa, de hacer público lo que todos mantenemos privado. Los lectores se sienten de tal suerte aludidos: se habla de mí en estos cuentos, se dicen, este o esta soy yo. O me gustaría serlo. Tener el valor de decirlo, además. “…merced al aislamiento, la intensificación y la consolidación de las sexualidades periféricas, las relaciones del poder con el sexo y el placer se ramifican, se multiplican, miden el cuerpo y penetran en las conductas. Y con esa avanzada de los poderes se fijan sexualidades diseminadas, prendidas a una edad, a un lugar, a un gusto, a un tipo de práctica” (Michel Foucault, Historia de la sexualidad I). La autora no es la autora: es un alma gemela. Los lectores no son lectores: son personajes. Almas gemelas del alma gemela. No es un libro: es un reality show. De ahí el rapport. El territorio virtual de lector-autor se hace pedazos al verificarse territorio real. He ahí la premisa del homo ludens: un mundo otro. Premisa aderezada por el poderoso back up (sempiterno en estos textos) de la primera persona. Yo, nos hace leer continuamente Dazra. En cada uno de los cuentos: yo. Un narrador en primera persona coincidente en edad, género y hechos con la autora. Coincidente en amigos a los que, incluso, alguna vez menciona por sus nombres. Y si de remates se trata un exergo de Dulce María Loynaz: “Nunca me he arrepentido de las cosas que he hecho. Quizá de las que no he hecho”. En los cuentos de Dazra Novak el ciudadano, ese apelativo tan very polite, tan burgués que nos legara la Revolución Francesa, es un ciudadano sexuado, las 24 horas, los siete días de la semana, los 365 días del año, en todos los espacios posibles, y aún en los imposibles. No se vive, se sexea. Cuando el afuera no resulta pródigo se viaja a la prodigalidad del adentro. Pese a los múltiples menage a trois que bufan y corretean por estas páginas son estos, no se dude, libros dualistas. En el ménage à trois el trois es casi un accidente, no pocas veces se desdibuja, desaparece, se difumina en el decorado, es un extra el trois, se evapora para que siempre dos acaben acercándose: las afinidades, recordemos a Goethe, son electivas. El tercero es la transgresión, el salto más allá de la linde. La respuesta al ahogo. Al hastío. La escafandra del ahogado. El dos: la entropía. El equilibrio. Mas el hastío demanda el plus, ansía el ultra. De ahí el trois. Todo para quedar ahí, tan hastío como antes, incólume, incapaz de resolver y componer dentro lo que desgarra y descompone fuera. “Si el sexo está reprimido, es decir, destinado a la prohibición, a la inexistencia y al mutismo, el solo hecho de hablar de él, y de hablar de su represión, posee como un aire de transgresión deliberada” (Michel Foucault, Historia de la sexualidad I). Acuden a estas páginas multitud de seres que emigran, cuerpos que pierden el cuerpo. “Nada basta. Ni el sexo. Hay que irse a España, pero sé que si se queda yo puedo con todo esto”, nos dice uno de los personajes. Tómese nota: “Nada basta, ni el sexo”. Cunde la desesperanza. “Si se quedara, si el otro se quedara”, se nos dice, “se podría con todo esto”. Emigrar dentro de otro(s) cuerpo(s). Dos cuerpos tienen más poder que el entorno. Dos anulan las calamidades. Las migraciones. Dos: número mágico. Multiplicador de panes y peces. Dos pueden revocarlo todo. Dos pueden. Ah, y si no bastaran… si no bastaran siempre puede asomar el tres. Y si no bastara el tres… urge seguir respirando. Aguardando. Echar mano a lo que Julio Cortázar alguna vez llamara “mansa desesperada esperanza”. Salir del cuerpo es dejar de ser. Abandonar otro cuerpo es desertar del ser. Sé es por (y para) el (los) cuerpo(s). No salvan los viajes hacia fuera. Lo que salva y alza y crea es el viaje hacia dentro: irse al cuerpo. Afuera-adentro: búsquedas. Los personajes de estos dos libros semejan outsiders pero no lo son. En plena cortadura de cabezas francesas Sade hacía de las suyas con los cuerpos. El Charenton de Sade era la negación del París de Robespierre. O de Luis XVI. Hasta quizá la negación del París actual de Sarkozy. Toda negación es atemporal. Queda ahí, latiendo. Y es que los burgos actuales descubren y encubren ciertos escorzos de los desaparecidos feudos. Los lectores de Dazra Novak lo advierten: viven su Charenton. Son insiders. El dómine puede estar ahí, vigilante, anunciar bandos a respetar y deberes a cumplir. El único sitio ajeno a bandos y deberes, a dómines y escrutinios es el cuerpo. Los cuerpos. “Después de decenas de años, nosotros no hablamos del sexo sin posar un poco: consciencia de desafiar el orden establecido, tono de voz que muestra que uno se sabe subversivo” (Michel Foucault, Historia de la sexualidad I). Sexo, luego existo. Dazra Novak dota a sus personajes de sexo y materia gris. Maya mixtura. Se ocultan ciertos resquicios de corazón. Esquirlas. Miocardios en fuga. Metamorfoseados. Automutilados, quizá. La cardiotomía como mecanismo de defensa. A los siervos de la gleba, salvo en las formas y manifestaciones admitidas por los bandos, se les permite usar muy poco corazón y materia gris. Ambos quedan ahí, constreñidos. Restringidos. Burlados. Cuerpos y sexos asoman como módulos de ascenso. De olvido. Modus operandi negador de los bandos del dómine. Un decano hace su discurso mientras dos chicas se acarician en un baño. El poder, desacralizado y vacío, puede hablar, los cuerpos, sacros y plenos, tienen lenguaje propio. No importa el balbuceo, el sound and fury, urge escucharlos. Dos cuerpos desnudos se elevan en una bañadera: todo espacio puede erigirse en adminículo dador de libertad. Pese a tales supuestas (ahora sí, supuestas) libertades los personajes de estos libros no dejan de parecer eternamente aburridos. Son libres aherrojados. El tedio baña los cuerpos más que el sudor, todavía más que cualquier otra emanación corporal. No se aburren porque hayan dejado de compartir algo en común, se aburren porque han llegado a ser demasiado comunes. En mitad del sexo se reconoce la argamasa del tedio. En uno de los cuentos se conmina a una chica a salir al balcón: “Anda, atrévete a salir con las tetas al aire”. Cuerpo: territorio fuera del alcance del dómine. Sexo: Charenton que viola fronteras. El cuerpo biológico que transgrede el corpus social. Tetas al aire: reto al poder. Fuero. Libertad de los cuerpos. “…haría falta nada menos que una transgresión de las leyes, una anulación de las prohibiciones, una irrupción de la palabra, una restitución del placer a lo real y toda una nueva economía en los mecanismos del poder; pues el menor fragmento de verdad está sujeto a condición política”. Michel Foucault, Historia de la sexualidad I). Si el deseo es la manifestación de la incompletitud del ser estos seres han llegado al súmmum de esa incompletitud. En mitad de ella emplean el cuerpo como arma. Como reprobación. “Vivo en un país de ciegos voluntarios”, leemos. Son cuerpos podados. No obstante asoma cierta vaga ternura. Una ternura desvaída. A menudo inconfesable. Fría. Tal vez desentrenada. Cloroformizada. Reminiscencia de ciertos olvidados tropismos. En instantes en los que el cuerpo pende y depende cada vez más de elementos que lo materializan Dazra (pese a las hirvientes arenas del desierto) dota a ciertos personajes de espíritu, y desde el espíritu, ese sitio no visible en las radiografías, les hace derramar cierta contenida ternura. Sexo y ternura. El entorno social, pletórico del primero, asiste impávido a la necrosis de la segunda: la ternura es instilada sobre ciegos que no la ven o pieles que no la advierten. Un Morse que no se entiende: ante la mudez (parcial) se alza la sordera (total). Naturalezas muertas. “Trata de saciar su hambre del espíritu saciando mi hambre del cuerpo”, es la lógica de uno de los personajes. Elemento que no debe ser soslayado: el erotismo, eso que Octavio Paz llamara “nuestra ración de paraíso”, no conforma las raciones de estos libros. Ni las públicas ni las reservadas. Y es que en estos libros el paraíso está ausente. Se anhela, eso sí, a gritos pelados. Mi reino, mi reino por un caballo, así, como el monarca de Shakespeare, parecen aullar estos personajes. El balance es desolador: no existe reino que ofrecer ni caballo que lograr. Los cuerpos quedan solos. Se tocan, se gozan. Y continúan solos. Triste onanismo grupal. “…se asiste a una explosión visible de sexualidades heréticas” (Michel Foucault, Historia de la sexualidad I). Recordemos a Ovidio: Post coitum omne animal triste est. Dazra Novak hace literatura desde la pararrealidad. Se lee estos libros y se sospecha de la pertinencia referencial del prefijo. No pocas veces desde esa pararrealidad se juega con el tiempo: flash back, flashforward, diarios que se enmiendan, notas al pie. Tiempo: amalgama que circunda cuerpos. Cápsula. Enviroment. Y la palabra como elemento feérico, transmutación de la realidad, si el reencuentro con un cuerpo resultó alguna vez gélido pues he ahí que se reescribe para dotarlo del justo calor. Las letras domeñando, poniendo en fuga entuertos. Eso hizo el hombre primitivo sobre las paredes de las cavernas, impotente ante el entorno. Eso hacen los personajes de Dazra Novak, no menos impotentes. “Cuando la realidad es más grande que uno suceden estas cosas, solo nos quedan los libros como este hablando de falos erectos…, de lesbianas que se aman de verdad…” Libros: petroglifos sobre cavernas. Reflejo de cavernas interiores-exteriores. Si la realidad presiona y persiste, si incólume no se deja domeñar, al menos urge sacarle la lengua. Eso intentan, presumo, estos personajes, eso intentan libros como estos, Cuerpo reservado y Cuerpo público4, ambos premiados y publicados en el 2007. Recuerdo cierta frase del diario de Franz Kafka: “escribir es alzar la bandera de Robinson desde el punto más alto de la isla”. Dazra Novak la ha alzado. Cada uno de sus personajes hace ondear la suya. Un Robinson escribe sobre Robinsones para ser leído por otros Robinsones, si Dazra Novak hace literatura desde la pararrealidad los jóvenes (esos que hoy intentan ser escritores) introducen a Dazra Novak en sus propias pararrealidades. Dazra Novak deviene cuerpo-cuento en los cuerpos-cuentos de otros. Petroglifo en multitud de cavernas, cada uno deambula en la suya. Robinsones todos. Entre autora y lectores bulle un entramado de vasos comunicantes, armazón en la que la referencialidad se torna en extremo referencial y el trasvase de cuerpos es la ley al uso. “La revolución y un cuerpo otro, o incluso la revolución y el placer. Hablar contra los poderes, decir la verdad y prometer el goce” (Michel Foucault, Historia de la sexualidad I). Una prosa directa sostiene todo el engranaje. Dazra Novak se debate entre la sicóloga social y el anhelo del estilista. Ignoro cuál será su derrotero, puede que una mezcla de ambos. Si he de elegir uno de estos libros me inclino por Cuerpo público. Si Cuerpo reservado es el cosmódromo, Cuerpo público es el ingenio volador, ha vencido la fuerza gravitacional. Vaticino otros artefactos dazranos, auguro que esos otros volarán todavía más alto. Hasta esas alturas llevará Dazra Novak los cuerpos. Los sexos. Los ménage à trois. La ternura contenida. La sublimación y el exorcismo ante pérdidas. El tedio. El amor que nunca menciona y está ahí, doliendo como a un mutilado duele el miembro fantasma. Y los cuerpos serán públicos o reservados. Y el orden puede resulte todavía más browniano. Y habrá que vivir, sí, vivir para que la vida no se nos muera dentro. Hasta esas alturas nos llevará Dazra Novak, allá nos hará agitar —¿quién duda que cuerpos mediante?— la bandera de Robinson5, nos hará aguzar los oídos, reparar el corazón desde su meras esquirlas, intentar desbandar al hastío, todo eso para sostener (ondeantes) las banderas, allá, en el punto más alto de la isla, sostenerlas, Robinsones todos, Robinsones nosotros, sus lectores.
NOTAS
1. Recordemos la sentencia de Erasmo de Rotterdam en Adagiorum Chiliades: In vino veritas (En el vino está la verdad). La Novak parece parafrasear a Erasmo: in corpus veritas.
2. Fugas y pérdidas todavía más palpables en Cuerpo público que en Cuerpo reservado.
3. Salvo desde esa extraterritorialidad, esa suerte “no libro”, que son las notas al pie.
4. Cuerpo reservado (Editorial Letras Cubanas, 2007). Cuerpo público (Ediciones UNIÓN, 2007).
5. “Quizá ningún otro tipo de sociedad acumuló jamás, y en una historia relativamente tan corta, semejante cantidad de discursos sobre el sexo. Bien podría ser que hablásemos de él más que de cualquier otra cosa; nos encarnizarnos en la tarea; nos convencemos, por un extraño escrúpulo, de que nunca decimos bastante, de que somos demasiado tímidos y miedosos…” (Michel Foucault, Historia de la sexualidad I).