A Javier Rabeiro Fragela, quien esquiva su nombre completo o acaso se cobija con sus iniciales al estilo anglosajón ―Herbert George Wells: H.G.Wells, o tal vez mas cercano aún, John Ronell Reuel Tolkien: J. R. Tolkien— lo conocí, no a través de las letras, sino desde la imagen: VISUALEER, la singular propuesta deInternet que asegura que existe otra forma de leer desde el audiovisual.
Desde entonces, me propuse conocer quien estaba detrás de aquello. Ahora tengo en mis manos su libro El cordero aúlla (Editorial Letras Cubanas 2014). Primero, reparé en el título y este me hizo recordar mis estudios universitarios, especialmente la figura del oxímoron: dos conceptos de signos opuestos en una misma expresión. Los corderos, naturalmente balan; no aúllan; pero es mejor no apresurarse antes de leer estas páginas.
Un muchacho de 16 años, con cáncer de pulmón, enfrenta la vida que se le escapa en cualquier momento. Esta marcado por muertes anteriores, incluida la de su padre en un accidente. La muerte cabalga sobre él. La violencia le asoma por los poros.
Lo único seguro es que nunca había matado a nadie, pero las pulsaciones, las imágenes, el cosquilleo y la ansiedad lo perseguían. Era una sensación burbujeante, que le obligaba a cerrar los ojos y abrirlos de nuevo en el momento que su padre salió al patio para matar a una gallina (…).
El padre la tomó por el cuello y la hizo girar varias veces. La gallina, ya sin cabeza, saltó de un lado a otro con las alas separadas y el cuerpo sin albedrío. De momento parecía borracha, o pérdida. Un ser animado sin dirección lógica.
El destino había escapado de ella y ahora solo le quedaba esperar.
Aquello era todo (…)
Un final grande y pequeño a la vez.
Quizás por eso su padre reía. Contemplaba la muerte de la gallina y reía.
El muchacho deseó ese poder. Lo ambicionó. Adueñarse del momento en que la vida se transforma en muerte. Poseerlo.
Desde una ventana, agazapado en la penumbra, el muchacho observa a una mujer haciendo el amor, o mejor despeguémonos del eufemismo: haciendo el sexo. A la larga, será un juego donde uno querrá quemarse, y el otro, escapar; porque este es un libro sobre la vida y la muerte, sobre el odio y el amor, sobre la supervivencia y la obsesión. Y como es un libro sobre la vida, repito, es irremediablemente también un libro sobre el sexo. Sexo solitario, compartido y múltiple; sin guiños, sin gratuidades a la obscenidad. El lenguaje arrastra con sus párrafos breves, sostenidos, férreos; a contrapelo de los conceptos y frases hechas, filosófico, con asociaciones de una trabajada originalidad, con giros inusitados que te vuelcan.
El marinero estuvo casado con una muchacha que encontró en la bahía. El entretenimiento de la muchacha había consistido en ver llegar y partir a los barcos. Le gustaba ver flotar tantas toneladas en el agua como si se tratase de un acto de magia. El sonido de las anclas contra la marea. Las banderas intranquilas, en una promesa de libertad.
Ella misma parecía un barco. Zarpaba al pararse en la bahía. Acodada en el muro tenía la forma de un barco. Su cabeza era la cabina del capitán, sus pechos la proa (…)
Se casó con la muchacha sin pensar demasiado.
Luego tomó aire. Decidió lanzarse a fondo. Nadar hacia sitos inexplorados, con peces ciegos y monstruos sin forma. Bajar y bajar hasta descubrir lo que deseaba.
Pero en el fondo de la muchacha no existía nada para él.
Los diálogos son gotas; mejor, extractos. Nada sobra. Las descripciones han sido dejadas en el espinazo; pero tal vez la cota máxima se encuentre en el trazado de las atmósferas Permítaseme decirlo con un préstamo de las artes plásticas: sobre el papel se adivinala espátula más que el pincel; de ahí la sensación táctil de las letras, el relieve de los párrafos.
En el caso de J.R.Fragela ―nacido en un poblado con nombre literario, Sabanilla del Encomendador, 1978— no es difícil ejercer de oráculo. Galardonado en los Premios Farraluque de Literatura Erótica (2006), Ernest Hemingway (2007) y Luis Rogelio Nogueras de novela (2011), el autor entra con este libro por la puerta grande de la narrativa cubana actual, con una marca propia, minimalista, sacudidora.
No sé cuales serían las otras propuestas para el Premio Alejo Carpentier de novela que mereció este libro; pero el jurado que integraron Aida Bahr Valcárcel, Alberto Ajón León y Michel Encinosa Fú, acertó. Voy a todo riesgo.
Una historia sencilla ―si es que hay sencillez en la brevedad de un grito—, contada desde una intensa voz interior, desde la sajadura. Una novela conmovedora sin estridencias: cruel o cínica, a las veces; cinematográfica siempre; lírica y descarnada. Todo en la justa dosis, como un mosaico.
No contaré el final. No cometeré semejante sacrilegio, mas valga la advertencia: Los corderos también pueden aullar.