Poesía

Crepúsculo, torsos y polen

Crepúsculo, torsos y polen
Crepúsculo, torsos y polen

CONVERSACIÓN CON MI PADRE CUANDO MEDITA

Padre, cómo mirar al horizonte sin que la postura se afecte, haz marcado la pauta del desprecio, muro de sangre y odio. No puedo manipular el cañón, juego a las escondidas con soldados; que brindan su cuerpo, les ofrezco ron, cigarros y monedas. Te acercas, torvo, quieres incinerar mis alas, que nacen y mueren cada día, junto a los sueños; inútil moldearme a tu gusto, he crecido bajo flores y besos de amantes.

Padre, cómo mirar a tus ojos, sin temblar, el maquillaje esconde el rostro y las pestañas, nerviosas, delatan mi camino. No puedo tomar el hacha, derribar el árbol; el árbol es el escondite, mi escudo, mi casa. No quiero besar a las muchachas, tienen labios hinchados de veneno; ellas me odian porque seduzco y amo a sus novios.

Padre, no pidas vestir de verde, el color no enmienda lazos invertidos ni caminar en punta de pies, el verde no ata a la tierra; el alma navega por nubes, en la entrepiernas de jóvenes alegres. Soy templo donde ellos depositan su ofrenda, el cáliz donde derraman la virilidad, soy altar y cordero de inmolación, el mártir dispuesto a crucificarse en sus cuerpos sudorosos, velludos, aseados. 

Padre, no eres mi ídolo, tu lugar lo ocupan Cher y Marilyn, quiero ser como ellas, no importa llevar el bochorno tatuado en el corazón, de tus amigos, escupitajos en la espalda, manos y pies. Las plumas, como enredadera, crecen, se adhieren, no se rasuran. ¡Padre!, no puedo matarlas. Soy inocente en mi pecado, no tengo vestidos ni tacones ni muñecas, sin embargo, espero al príncipe azul, mientras celebro cumpleaños rodeado de seda y condones. No te miento, escribo cartas de amor a vecinos y hombres casados; las mariposas son amigas y confidentes; la luna, madre y celestina; vivo y cohabito con ángeles pervertidos.

Padre, nunca seré como tú. No quiero tu barba ni herramientas de trabajo, ofenden el carmín en los labios y el perlado en las uñas.

Padre, crucé la línea, no hay regresos. 

CANCIÓN PARA EL CREPÚSCULO

Para Yorvas

Al final todos dormimos solos. Él lo sabe, no acepta la verdad como nunca aceptó ser el hijo más pequeño, el desvalido, el gorrión caído del nido, a merced de los gatos; nunca aceptó que las flores se marchitaran sin poder darles color, resembrarlas. Él sabe que los perfumes y los amantes son efímeros, instantes en el éter, parpadeo de velas. Frente a la puerta de la calle, sentado en el viejo sillón del padre llora la vida, espera la llegada de las Estaciones; a veces no espera nada. El silencio siempre lo acompaña. Estira las sábanas, con el mismo gesto quiere alisar los años, las arrugas, los achaques; la cama susurra nombres, cuenta historias, despide olores, él escucha, suspira y gime. Las historias quedaron en el corazón, bajo la almohada, las historias semejan jardines multicolores, alientan hasta entrado el atardecer. De nada vale mirar atrás, le dicen, él vive del pasado, en el recuerdo, cuando reía descalzo bajo la lluvia, de mano con el otoño desnudo desandaba el invierno; dormía bajo el ciruelo, contando hormigas, bebiendo la miel de las abejas. Al final todos dormimos solos. A través de la rendija espía el paso del vendedor de pasteles, el pregonero de bisuterías, del ladrón, del viento y la hojarasca; la rendija anuncia los ciclones y la humareda, a los amantes, furtivos amantes, quienes como las golondrinas de luna llena y cuarto menguante, desaparecen al encontrar las arcas vacías, al sentir el frío de manos dispersas; esas manos sin melodías, sin un tiempo para escalar torsos anochecidos, febriles, como el David, como el Apolo. Las mismas manos agitaron la efervescencia hasta precipitarla en la boca; manos palpando la madera carcomida, manos que empuñan el candil y juegan con las sombras y el ocaso. Él sabe que la tristeza es un niño encendiendo fósforos. A la boca saltan los versos de Dulce María “Otro día ha pasado y nadie se me acerca/ me siento ya una casa enferma, una casa leprosa./ Es necesario que alguien venga/ a ordenar, a gritar, a cualquier cosa.” Las estrellas le anuncian la procesión de la noche, la danza de los cocuyos, la sinfonía de los grillos, la suave brisa del mar. Al final todos dormimos solos. Reniega a dormir en el lecho matrimonial, es grande, atemoriza, espanta. Prefiere esconderse en la cama pequeña, es estrecha, ampara, detiene los malos augurios, el pesimismo; la cama pequeña es una madre con los brazos abiertos, acuna, ofrece dulces sueños, en los cuales se levantará sin preocupaciones, encontrará la casa habitada, recién pintada y perfumada, en la mesa, la taza de leche humeante, los huevos y el pan calientes; en medio de la sala habrá una fuente plateada, de aguas saltarinas y purificadoras, le calmarán la sed del miedo y lo librarán de la soledad; por eso, duerme solo en la pequeña cama, las manos murmuran que al final todos dormimos solos.

FUI VIOLADO…

Fui violado. Estaba en el capullo. Aun cazaba mariposas en el arcoiris, las atrapaba con manos de niño-niña, las besaba, devolviéndolas al aire, al perfume, al jardín. Padre me violó. Maña y agresión fueron los componentes de su vejación. Irrumpió en mi vergel, empujó como quien deshoja un cuaderno, desgarró ropas y penetró. No lloré. Los hombres no lloran. Absorbí el dolor, los deseos de ser Isolda, Julieta, Rose. 

Fui violado. Quise otra suerte para mi destino. Él truncó sueños, derribó castillos de naipes, me violó sin son ni danzón; a golpes y porrazos abrió la flor, cual abeja en el lirio profundizó el aguijón. Madre, rosario en mano, vista en el cielo, dijo: Hijo, recuerda Lucas 6,29; Mateo 18,22. Madre, no tenía otro trasero que ofrecer, di mi espalda, el mordió siete veces y siete veces gritó maricón.

Fui violado. Mi padre fue el perpetrador. Imitó al segador, como se arranca la mala hierba, se separa el trigo de la cizaña, arrancó de raíz los sueños, mis sueños de vivir el momento cursi: entregarme en cuerpo y alma al hombre amado, al príncipe azul, no importa si era estibador, letrado o bugarrón. 

Fui violado. Si me hubieran pedido opinión, optaría por el jardinero del parque con su mal olor en los pies, al recogedor de basura y su ausencia de dientes, al barrendero de manos toscas y callosas, manos para apretar, listas para abofetear. Si la virginidad era cuestión de casa, en última instancia, mi hermano mayor. Pero fui violado por mi padre. Él me arrebató los juguetes, las flores y mariposas, gritándome maricón. Madre, con el corazón contrito, aconsejó: Hijo, recuerda Lucas 6,29; Mateo 18,22. Madre, quise ser violado por Wesley Snipes, Staler Hernández, Pierce Brosnan, ser ultrajado setenta veces siete por los chicos del barrio, los compañeros del aula, no por mi padre, no por mi padre, no por mi padre. Eso no.

Fui violado. Madre, ¿qué diré a mis amigos-amigas cuando pregunten mi primera incursión? ¿Les miento, madre, o les confieso “Mi padre me violó”? 

Fui violado. Dime Madre, ¿en qué versículo encierro mi dolor, la vergüenza y el bochorno? ¿Dónde jugaré lejos de las garras de mi padre? ¿Dónde pongo las señales: “Cuidado, anda suelto el violador”? Madre, pon tu mano en mi corazón, mírame a los ojos, rézame:

Bienaventurados los niños violados porque de ellos serán todos los hombres de la tierra.

Bienaventurados los niños violados porque ellos heredarán el título de maricón.

Bienaventurados los que tengan hambre y sed de vergas porque serán recompensados con un padre violador.

Fui violado. Tengo tatuada la espalda de apretones y mordiscos. Dime Madre ¿debo llamar padre a mi violador? Tú, él y yo sabemos lo que pasó, recordemos Lucas 6,29; Mateo 18,22. Padre fue mi violador. 

Bienaventurados los niños violados porque Dios los acogerá en su seno.

LOS ASTROS CONFABULARON…

Los astros confabularon para la colisión, el silencio y el inhóspito lugar urdieron el filtreo. Semejaste al cazador, oteaste puntos cardinales acariciando lo vendible; los ojos en la zona exacta y un gesto congeniaron mercado. La ebullición revoloteó sobre nuestras cabezas, trampa tendida, caímos en la manigua: jardín de paz, sin prohibiciones, sin árbol del Bien y del Mal, sin ángeles guardianes, solo hierbas de terciopelo y nuestros cuerpos tumescentes. Al abrazarme me llamaste Clara, mi pelo suelto te recordó a Cristina, mis besos a Lourdes; me abandoné en tu confusión, te deseé como si fueras Rubén, besé los labios de Manuel, el pecho de Carlos. Los cuerpos fueron la enredadera de la alambrada. Me hiciste el amor militar: de pie, con las botas puestas, esposaste mis manos, la Makarof en el estómago, alucinando con Martha, evocando a Beatriz; eras Raúl, con brazos de Leonardo, muslos de Michel, sudor de Tomás. Nos entregamos, tú el hombre ansiado; yo, la mujer ideal. Torsos confluyendo en la promiscuidad de la noche, detrás de la música de los grillos y el murmullo de hormigas bravas. No hubo flores para coronarme, pero creí en tu promesa de vestirme con pétalos y perfumarme de miel. Tu uniforme sirvió de biombo, mis ropas, de sábanas. Volvías a Sonia, a Niurka, a Esther; Mariano y Pedro vigilaban mis ansias, Yunior y Luis mis caricias. No confesamos nombres, para qué, las sombras nos bastaban, todos los rostros eran conocidos, bebieron del mismo licor, saltaron por la ventana por temor a las cerraduras, tu cañón lo engrasó Xiomara, Bertha prendió la mecha; Rolando me hizo ver la luz del alba, Antonio me baño con su nieve. Jugamos a las cartas, cada cual mostró el arma y la maña, ocultó las manos, la suciedad, las caras; amarramos la cuerda y rezamos sin esperanzas. Éramos tú y yo, solos, espiados por fantasmas, quién culpará a la mente de engañarse, fantasear con los que nos faltan; fuimos carne comerciable, juguetes baratos, bazares en rebaja, tú copulaste con el albergue de hembras; yo, con el de militares. 

Y SI ME MARCHO…

Para Ernesto

…a cualquier geografía, en cualquier estación, con las promesas en la espalda; a través del calidoscopio veré borrarse nuestros horizontes, la luz será día de luto, pecado,… y llorar por dentro.

Y si me marcho, del gorrión alas truncadas, tal vez asesinemos sueños para que no nos delaten ante los ojos; llevaré el Arca de la Alianza porque el retorno vive del polen, del rocío, de la fragancia del sándalo. 

Y si me marcho, los libros quedarán a medio leer, las historias y fábulas se suicidarán, los corazones, tan temerosos y frágiles, estarán sin refugio, a merced de las murmuraciones; los pasos se perderán con la prisa, en el paredón del tiempo.

Y si me marcho, las Calamidades envestirán los Puntos Cardinales, la niebla oprimirá Casa de Lágrimas, el ejército invasor pisoteará el Jardín, fotos y pergaminos presos en Auschwitz. 

Y si me marcho, te dejaré mi piel y mi alma como talismán y enigma, me llevaré las mentiras que deseé escuchar el fin de semana y tu sudor para arroparme, para que me acompañe en el peregrinar hacia el Cosmos.

Y si me marcho, contaré el calendario al revés para calmar la sed de las Parcas, me tatuaré las tonterías cotidianas obligadas a olvidar, brindaré por los novios recién muertos y el anjou envenenado. 

Y si me marcho, quizás para siempre, los anhelos quedan en el iceberg, fluctúan en el puerto de incertidumbres, en un país extraño.

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Crepúsculo, torsos y polen – Juan Manuel Alsina Milanés

Juan Manuel Alsina Milanés. Manzanillo, 1969. Poeta, narrador, promotor cultural y artesano.

Tiene publicado los libros Otras formas, Ed. Paranoia, España, 1996; Beautiful people, Ed. Orto, 2010; y Crepúsculo, torsos y polen, Ed. Laponia, EE. UU., 2019. Textos suyos han aparecido en el fanzine Salto Mortal, España; Revista Primicia, Argentina; y en las antologías Memorias de una isla. La isla en versos II, Apostrophes Ediciones, Chile, 2014; Isla sin dioses (selección de cuentos granmenses), Ed. Orto, Manzanillo, 2014; y Tres toques mágicos. Antología del minicuento de ficción cubana, Letras Cubanas, La Habana, 2017.