Policial

Cosas de mujeres

Ilustración por José Luis Lorenzo Díaz
Ilustración por José Luis Lorenzo Díaz

Quien haya vivido en la ciudad de Santa Clara tiene que haber oído al menos mentar al Fide Stevenson, el que ahora es despachador de guaguas de la terminal de ómnibus intermunicipal.

Pero El Fide no es famoso por eso, sino porque en una época fue uno de los prospectos más grandes que tuvo la división mediana de boxeo en Cuba. Ahí, por su pegada, se ganó el apodo de Stevenson, solo que nació en el momento y lugar equivocados.  

El Fide una vez tuvo un hermano; es decir, lo más cerca que podía llamarse a eso, porque el Toto era en verdad su primo; pero, comoquiera que se criaron juntos en el batey del ingenio El Purio y ambos se mudaron a la ciudad en busca de mejor vida, habían hecho un pacto de sangre. Algo que en el argot del barrio era inviolable y va más allá de cualquier parentesco: “Tu amigo es mi amigo y tu enemigo es mi enemigo”: así de simple y de complejo. 

El tiempo de la juventud del Fide coincidió con el llamado Periodo Especial y el lugar de su hábitat fue la Calle Candelaria, en el reparto Condado, a una cuadra del puente donde el rio Bélico baja por detrás de la Audiencia, serpentea junto a la calle Caridad,  atraviesa la avenida Central y continúa su pestilente rumbo hacia otros suburbios de la ciudad. 

El Condado es, para Santa Clara, como el barrio de Villa Alegre para la ciudad de Sagua la Grande; Blúmer Caliente, para el pueblo de Encrucijada; o la Rebambaramba, para los habitantes del batey del Purio.

A fin de cuentas, como ser humano normal, el jovencito Fide Stevenson se enamoró de una muchacha, Angelina, bastante atractiva, criada también en el arrabal y, por tanto, de armas tomar.

Si bien El Fide era campeón nacional juvenil, no se decidió nunca a irse para la ESPA nacional, en la capital del país. Primero, por no dejar sola a su madre; y segundo, porque no iba a ponerle a Angelina mansita en la boca a los tiburones del barrio.

La cosa era que solo con buenas intenciones no se mantenía una casa, y muchísimo menos una hembra del calibre de la suya. Así que Fide Stevenson se enredó con Armandito, el administrador de la farmacia de la calle San Miguel, .en un negocio de venta de efedrina, parquisonil y metandienona 

La entrada de Fide Stevenson al interés con los psicofármacos y los esteroides mejoró un poco la economía familiar. Pero en la medida en que ganaba más, Angelina gastaba más, y entonces se fue involucrando con mayores cantidades de tabletas. Para llevarlo a la cárcel por tener encima alguna tirilla, la policía debía sorprenderlo en la ejecución del acto de venta; pero si le ocupaban en la casa un cargamento de pastillas, esto ya dejaba de ser una infracción menor. 

Cuando El Fide comenzó en la actividad, un intermediario le llevaba los medicamentos a la casa a un precio al por mayor muy ventajoso. Luego las cosas empeoraron, el costo de los suministros se fue a las nubes. Era imposible pedir más a los consumidores por la venta. Cosa lógica, las ganancias comenzaron a descender. 

A pesar del riesgo, prescindió del intermediario para ahorrarse ese servicio. De poco le valió, pues el valor de las adquisiciones parecía haberse disparado eternamente. Y cuando el importe de venta se mantiene y los costos suben, equiparar las ganancias sólo es posible haciendo tres cosas, vender, vender y vender. 

Para vender más tenía que ampliar las áreas de mercado. Mientras él se mantuviera en su calle, para los competidores las cosas estarían bien. Pero si cruzaba la frontera que constituía la arteria Candelaria, desde el Puente del río Bélico al Gimnasio de levantamiento de pesas, todo le podía suceder; lo mismo a él que a los miembros de su familia, y cuando en el Condado se decía “todo”, significaba “todo”, en el sentido exacto de la palabra.

A Fide Stevenson solo le quedaba extender su mercadeo fuera de la ciudad. Muchas veces había sentido la tentación de salir hacia los campos aledaños a Santa Clara, a las ciudades colindantes de Placetas o Camajuaní, más próximas. Donde de seguro el negocio caminaría mejor que en la metrópoli, pero el razonamiento lo contenía. ¿Cómo trasladar la mercancía regularmente hasta allá sin ser notado? ¿Qué tiempo duraría a salvo sin que la diligente tropa de los auxiliares voluntarios lo delatara? Un solo encuentro con la policía significaba el fin. Si viajaba al mismo lugar una y otra vez con un maletín, se convertiría en sospechoso. 

Por otra parte, ya Angelina no quería vivir tan cerca de las aguas emponzoñadas y, a la contrariedad del Fide, oponía siempre el pretexto de evitar epidemias mortales para los tres.

Fue Toto, su primo, quién le dio la solución. 

Desde la época de la escuela primaria en el batey, El Fide había tenido que protegerlo de los ataques de los demás niños. Toto nunca se endureció y, para colmo, era hombre de muy poco ingenio, incapaz de ver más allá de las nalgas de su mujer. 

Todo es equilibrio, y no podría existir el bien si no existiese el mal por el otro lado; cómo mismo no podrían existir la aberración y la fealdad, si en el mundo no hubiese espacio para lo bello. Y el primo Toto, tan bondadoso en apariencia, estaba unido a Laura, una mulata agraciada y que escondía bajo su cuerpo delgado una ambición sin límites, una voluntad y una viveza a prueba de fuego, y un don de poderío sobre la voluntad de las demás personas que rayaba en la tiranía. 

Laura se preciaba de tener una clara inteligencia. Pero en lo que todos coincidían era en su talento para el engaño, y la rapidez y malicia con que elaboraba un tupe, lo que la hacía salir ilesa de las situaciones más desagradables. Al final, aunque los había tenido de todos los tamaños, tipos y colores, ninguno de los hombres que compartieron su cama, valieron gran cosa después de la ruptura.

Para nada le importaron los consejos y las alertas al primo Toto. Estaba tan enamorado de Laura que veía en cada hombre un enemigo. Su disposición estaba tan dominada por la mujer, que haría cualquier cosa solo por complacerla o siquiera por arrancar de aquellos labios sensuales una sonrisa leve. 

A medida que El Fide y su familia se iban sumergiendo más y más en la vida decadente del Condado, de alguna forma, la antigua timidez de Toto iba tomando aires de superioridad.

Una tarde, la libertad que iba sintiendo le llevó hasta formular una idea. 

—Primo, yo sé que las cosas no te están saliendo tan bien como antes.

El Fide miró a Toto, asombrado de que este pudiera hablar de temas que no fueran Laura.

—¿Qué tiene que ver eso contigo, Toto?

—Aparentemente nada…

Un calor sombrío se había posado sobre ambos. El Fide recordó que, hacía mucho tiempo, Toto era un joven un poco tonto, sí, pero lleno de ideas y de sueños. Pero desde que se enredó con Laura, él mismo lo había olvidado.

Y súbitamente, como un torrente de sonidos modulados, la voz de Toto se abrió.

—Yo creo que lo mejor que haces es hablar con Silvino. Quizás él te pueda ayudar.

Silvino era un prestamista del barrio. Daba dinero al garrote, a pagar dos por uno más los intereses, cada día cinco del mes.

—¿Y para qué necesito yo endeudarme con Silvino?

—Silvino también es corredor de casas. Tal vez acepte que tú le compres una casita pequeña.

El Fide se echó a reír. El sonido de la risa voló hacia el techo y rebotó hacia abajo convertido en miles de fragmentos disonantes.

—¿Y de dónde voy a sacar yo el dinero para eso?

Toto se puso de pié y se rascó el abdomen, con suficiencia 

—Lo que te propongo es vender las tabletas a Silvino, en vez de tu deslomarte y jugártela todos los días con eso. Eso de la venta a toda hora te va a durar hasta que te cojan de saltimbanqui por ahí, o hasta un día en que un “chiva” de este barrio dé el pitazo. Silvino te puede ayudar a que le pagues la casita poco a poco, en lo que vendes esta y completas el dinero.

Sonaba bien aquello. 

Y era tan perfecto el momento, que los dos respiraron palpitantes, escuchando ya dentro la felicidad alta, excesivamente orgánica.

—¿Y qué te llevas tú en esto? —preguntó El Fide porque si una cosa había aprendido era que en el Condado nadie, ni siquiera un pelele como el primo Toto, daba nada de gratis.

—Solo quiero que aumentes las cantidades a vender y yo iré contigo en eso. Como tú sabes, yo no tengo ni un kilo para empezar, pero con tu ayuda y tú con la ayuda de Silvino…

No concluyó, era un trabalenguas: “Tres tristes tigres tomaron tres tazas de trigo”. Pero uno solo era triste, los otros dos eran tigres sin tusar. Porque detrás de la idea del Toto, veía clarita la mano, el cuerpo y hasta la cara de Laura.

Pero si podía resolver lo de la casa ya para El Fide era un alivio. Es más, lo envolvía la sensación de que si mantenía unos instantes aquel estado de éxtasis, tendría una revelación. Si lograba que se duplicaran las cantidades y las entregas, se podría vender la mercancía a Silvino a menor precio y, aunque le diese alguna migaja a Toto, el dinero sería más y con menos riesgo. Matemática pura.

—Necesito levantarme, apenas puedo sobrevivir con Laurita, tú sabes cómo está esto…—se quejó Toto.

Vaya si El Fide lo sabía. La respiración agitada del Toto por tener a Laura hablando por su boca. ¿Dónde estaría ese otro Toto, el distraído?

Todavía por un instante más, continuaron inhalando levemente, arropados por sus mujeres, vibrando todavía bajo los efectos de los últimos sonidos traslúcidos que permanecían en el aire.

—Vamos a extendernos a otras farmacias. Los medicamentos los compramos nosotros… Bueno, tú los compras, la inversión es tuya, porque lo que soy yo, no tengo un medio partido por la mitad. ¿Pero tú te imaginas cuánto dinero podremos hacer hasta que…?

Hasta que nos cojan, iba a decir Toto, pero se contuvo, pues en ese momento la policía era un concepto abstracto, vacío de lógica. Mejor era sumar y multiplicar billetes, ropa nueva para Laura. ¡Sonaba bien! 

Las ciencias exactas. Matemática pura, de la simple.

Los objetos volvieron a tomar forma, a levantarse a su alrededor y moverse.

La plenitud se tornó dolorosa y pesada. La figura de Toto volvió a tener límites, de vuelta en su cuerpo.

—Voy a pensarlo toda la noche y me ves mañana, después que yo vuelva del Campo Sport. En todo caso, tú hablas con Silvino y me resuelves lo de la casita y el pago. Yo me encargo de todo lo otro —dijo El Fide.

—Hasta que tengamos todo cuadrado no le digas nada a Laurita, tú sabes cómo es ella…

Sí, casi como Angelina, solo que un poco más pequeña, maquiavélica y quemada.

El Polideportivo Campo Sport está ubicado en la carretera de Camajuaní, muy cerca del gimnasio de boxeo donde entrenaba Fide Stevenson. Campo Sport tiene una pista de cuatrocientos metros, cancha de basquet y vólibol y, además, una arena bio-saludable, con aparatos excelentes. 

Los atletas de boxeo, entre ellos Fide Stevenson, aprovechaban las bondades de Campo Sport para realizar su preparación física. 

El Fide siempre era el primero en la pista; en las vueltas al ovalo, los demás atletas lo único que veían era su dorso. Cuando concluían las carreras, el Fide daba dos recorridos más corriendo de espaldas, ochocientos metros a paso de vértigo.

Encima del ring, los contrarios pensaban que El Fide estaba rehuyendo el combate y entonces caían en la trampa, porque él solo se estaba desplazando como había ensayado en Campo Sport. El Fide pegaba hacia atrás con tanta potencia como hacia delante.

Pero en los últimos días algo cambió. El Fide apenas era uno de los atletas del montón. Concluidas las vueltas reglamentarias en la pista de Campo Sport, se derrumbaba en la tierra, abriendo la boca en busca de aire.

Primero todo marchó sobre ruedas: buena pasta, casa nueva, la madre contenta, Angelina contenta… Luego entró un ruido pequeño en el sistema, que empezó a crecer y a crecer.

Fue un comentario muy bajito en el barrio, que luego se fue arrastrando por todas las calles y las casas, amenazando con que el día menos pensado llegaría adonde no debía llegar, con todo su efecto destructivo, como todos los rumores: Por un enredo de sayas y debido a Toto, Silvino iba a cortar de cuajo el negocio de las pastillas.

“Si yo le hubiera pagado ya la casita al mierdero ese de Silvino, lo iba a llamar enseguida”, pensaba el Fide.

Pero todavía le debía bastante dinero

“Te lo voy a vender a plazos porque es a ti, y tenemos negocios, pero si me fallas en un solo pago, el cuarto es mío otra vez”, le dijo Silvino. Ese maldito no creía en boxeadores ni en los guapos del barrio; tenía dinero y con eso se creía Dios y le era fácil cumplir con sus promesas.

Fide Stevenson volvió a abrir la boca para oxigenar al máximo los pulmones. Antes de la preparación física venía la técnica y, concluida esta, el momento más esperado por todos, los sparrings. Nadie quería hacer sparring con Fide Stevenson; él sacaba las manos tan rápido que le hacía daño al contrario aunque no lo quisiera.

Al Fide le tocó el sparring con el Torito, un boxeador de los llamados fajadores, tirador de swings y gancheador tremendo que, si bien pesaba más que él, era más pequeño y lento. Muchas veces habían intercambiado en los entrenamientos y siempre al Torito le había tocado quitarse los guantes. 

Fide Stevenson comenzó desde afuera, llaveando fuerte con la derecha a la cara y cruzando con izquierdas rectas que paraban en seco al impetuoso semipesado. Haciendo honor a su apodo, este iba siempre hacia delante en busca de la corta distancia. Cuando Torito lo arrinconaba en una esquina, El Fide castigaba sus planos bajos con ganchos y uppercuts y salía del ángulo con elegantes movimientos de piernas y de torso.

Los presentes tuvieron la primera señal de que las cosas no andaban bien, cuando después del cuarto o quinto round de prácticas, la pelea no salía de la media y la corta distancia. Inexplicablemente, El Fide no tenía la fuerza en la pegada ni la velocidad suficiente en las piernas para escapar de las esquinas. Primero los intercambios subieron de ritmo, zapatilla con zapatilla, bastante parejos, pero con ligera ventaja para “el Fide”, que pegaba con más exactitud, colocando sus manos por dentro. Luego se veía que sus golpes ya no llevaban la fuerza de los hombros, mientras Torito arreciaba el ataque. Ulteriormente sucedió lo increíble; había un solo hombre sobre el encerado. Fide Stevenson estaba en la lona, encogido y tapándose la cara con uno de los guantes.

Danzante y con una sonrisa en la cara, Torito” se retiró hacia una esquina neutral, mientras el entrenador Rigoberto Alfonso y un par de boxeadores ayudaban a incorporarse a un Fide Stevenson que, si hubiese dado una ojeada al espejo, habría sorprendido la misma mirada de desconcierto que tuvo el campeón ruso Ustinov cuando él lo noqueó en la final del torneo Giraldo Córdoba Cardín.

Mientras el entrenador conversaba con El Fide, el suelo se movía bajo sus pies. No era tan terrible. No dolía físicamente. Prácticamente no sentía nada, excepto un poco de frío que más tarde se le pasaría.

—Tómate el tiempo que sea, pero resuelve tus problemas y solo entonces vuelve, porque yo sé que algo está pasando. Hace días que te observo y te veo mal y desconcentrado. Cuando regreses, te quiero aquí completo, cuerpo, mente y corazón, demostrando bien claro lo que eres.

—Nunca más va a tumbarme nadie, se lo prometo— replicó.

—El problema no es que te derriben, sino que confíes en mí para poder ayudarte.

¿Cómo iba a decirle de las preocupaciones por el negocio de las pastillas y sobre todo por la debacle que divisaba en el horizonte? ¿Qué explicación le daría acerca del agotamiento que producía aquello? 

No fue a correr a Campo Sport, no podía. Una hora después, cuando Angelina  vino a buscarlo al gimnasio, ya los redobles en sus oídos se habían desvanecido, pero El Fide aún dudaba de la ubicación exacta del Condado.

—Estás en peligro— dijo ella sin saludarlo—, en el barrio dicen que tu primo Toto va a echar palante a Silvino con la policía por lo de los préstamos, porque ya hasta los perros del Condado saben que él se está acostando a Laura.

—Lo veía venir, coño, yo sabía que eso iba a pasar. Habiendo tantas mujeres por ahí, a Silvino se le ocurre tirarse a la de mi primo. Lo de echarlo palante, en lo personal, no me preocupa mucho, porque Toto es mi hermano y no me denunciará a mí. Tenemos hecho un pacto, no lo olvides

Pero su voz no sonaba para nada convincente.

—La cosa es que Silvino dice que Toto es un flojo y que, cuando vaya a denunciar, lo van a apretar hasta el eje. No aguantará ni dos minutos en “todo el mundo canta” y que nosotros también vamos a explotar. Silvino quiere que tú resuelvas ese problema, o nos va a quitar la casita.

—Es él quien buscó el problema y no yo… ¡Me cago en mi suerte!

—Cágate en tu suerte, pero tenemos que hacer algo y rápido, porque me veo en la calle y cargándote jabas para la prisión. Y tú sabes que yo no soy mujer de prisiones ni de jabas.

El vértigo y la indisposición volvieron renovados, tan densos que le humedecían los ojos haciendo que lo viera todo borroso. La voz de Angelina le taladraba la cabeza. El Fide observó a duras penas cómo a ella se le diluía la cara para luego recuperar su forma primitiva.

—¿Qué quieres que haga?— preguntó.

—¿Y yo qué sé? Aquí tú eres el hombre. Solo vine a decirte que lo que vayas a hacer, lo hagas rápido, porque ya no estoy para seguir perdiendo el tiempo contigo.

Qué clase de mujercita aquella, lo llevaba contra las cuerdas todo el tiempo. Pero no resistía imaginarla en la cama de otro hombre. Cualquier cosa menos eso.

La mente le trabajó a mil revoluciones por minuto. Lo peor era que si no se movía, iba a perder a Angelina, porque como dijo, ella no era mujer de llevar jabas a la prisión ni tampoco de esperar por la salida de un macho que estuviera dentro.

Fide Stevenson nunca había liquidado a nadie, pero le sobraba timba para hacerlo, por Angelina eliminaba a un ejército, si fuera necesario

Si desaparecía a Silvino se desataría el infierno en el barrio: patrullas, investigaciones, gente presa. Con el comentario de la pegadera de tarros de Laura con el prestamista, el principal sospechoso sería el Toto y, como era tan blandito, en la prisión cantaría lo humano y lo divino. Al seguro que el Fide sería de los primeros en caer; por lo de las pastillas le tocaban cuando menos 10 ó 12 años. Y lo peor, la pérdida de Angelina.

En cambio, si sacaba del aire al Toto, nadie en el barrio iba a sospechar que él violó la promesa de sangre con su primo. Para el mundo entero aquello sería una cuenta más saldada por el prestamista y, como siempre, todos se quedarían calladitos y quietos.

—Tranquilízate que ya sé cómo voy a resolver el asunto —dijo, y cerró los ojos, aliviado.

Reynaldo Cañizares. Calabazar de Sagua, 1963. Narrador y periodista

Director del Canal municipal de TV Encvisión. Ha publicado los libros de cuento Espigas y ángeles (La Loma, 1999) y Alucinaciones del último sobreviviente (Editorial Capiro, 2001), así como la novela Nevermore (Editorial Capiro, 2004). Ha obtenido los siguientes premios nacionales: Amistad Cuba China; Onelio Jorge Cardoso; Raúl Gómez García; Agroecología 2008 y Primera Mención en Encuentro Nacional de Talleres Literarios (de Cuento). De Novela: Ciudad del Che; I Taller de Creación Carlos Loveira; Primera Mención del Premio de Novela Silverio Cañada de Guijón, España y Premio Accésit Katharsis, Universidad Complutense de Madrid. Con "Juana la Loca" obtuvo el Premio en el Concurso de Relatos Policiales Fantoches 2012, relato que será incluido en el volumen Isla en negro, previsto para su publicación por la Casa Editora Abril en 2013.