Acabo de terminar un capítulo que me pidieron para un libro sobre las revistas y los periódicos satíricos y humorísticos españoles desde el siglo XVIII hasta nuestros días. Fue un trabajo apasionante y agotador a la vez porque estas publicaciones son muy numerosas (más de mil) y sobre todo porque no se ha hablado mucho de ellas salvo de las más conocidas y famosas aunque no obligatoriamente de las más interesantes, y he tenido que rastrear durante semanas en archivos y bibliotecas para dar con ellas. Muchas de las que hablé fueron destruidas por los vencedores del momento o anegadas en mares de multas y secuestros, de encarcelamientos, de exilios o de asesinatos. Durante el período conocido como Trienio Liberal (1820-1823), es decir en apenas tres años, se publicaron casi más revistas que durante los cuarenta del franquismo que tuvo que sufrir España. Hoy estoy persuadido, porque nadie vuelve completamente indemne de tal investigación, que las revistas, satíricas, literarias y hasta deportivas o tauromaquias, constituyen la mejor radiografía política, cultural e intelectual cuando no moral que de una sociedad se pueda tener.
Actualmente somos todos nosotros unos Ulises que navegan como pueden, salvando los mismos escollos que éste y encontrando las mismas bellas y peligrosas sirenas por el océano de la red. Ulises y peregrinos (en el sentido gongorino de la palabra) que topan un día u otro con su peñón y cuando hay suerte con su isla. Fue mi caso con Isliada al cabo de una odisea de meses de un sitio a otro. Mi profesor de lengua y literatura española en el instituto Frederic Mistral, en Arles-sur-Rhône (Provenza), nos prestaba un Granma que no sé de dónde lo sacaba y nos pasábamos algunos (otros no lo tocaban ni con guantes) soñando con aquellos Barbudos maravillosos, nos proyectaba películas como ¡Cuba Si! de Chris Marker (1961) o Soy Cuba de Mikhaïl Kalatozov (1964) que originaban peleas entre quienes teníamos posters con Fidel y el Che fumando Cohíbas en nuestra habitación y quienes no, y nos hablaba de otras revistas cubanas como la para mí mítica El Caimán Barbudo que nutrió mi imaginario infantil o preadolescente, en aquella época de todas las posibilidades del mayo francés. Recuerdo que con algunos compañeros y amigas de curso, hijos algunos como yo de refugiados políticos de la guerra civil española, nos distraíamos en curso, casi siempre de inglés (que nunca llegamos a apreciar), dibujando “caimanes barbudos”; una de ellas, francesa de abolengo, quería competir con nosotros dibujando lo que ella llamaba des lézards chevelus (lagartijas peludas). No hace mucho indagando en el web encontré El Caimán en línea “la revista cultural de la juventud cubana”, (yo la prefería rebelde de verdad) y de ahí otro portal titulado “revistas de Cuba”, “revistas culturales” y “evistas literarias” entre las que no figuraba (¿entonces?, ¿todavía?) Isliada, que hoy cumple los dos años de edad.
A ésta la encontré por casualidad. Como los más bellos encuentros amorosos. Aunque un sinfín de causalidades primeras, de ilaciones sutiles e insospechadas me estuvieran conduciendo desde hacía tiempo hasta ella sin que tuviera clara conciencia de ello. Hoy que la conozco me paro a pensar en cómo empezó todo, en cuál fue ese primum movens leibniziano. ¿La sola casualidad? No lo creo. Una antigua estudiante mía de la universidad y que ahora trabaja en una casa editorial, me mandó un día una novela de Leonardo Padura con una dedicatoria, para mí, del gran novelista cubano. Habían organizado no sé qué feria del libro al que habían invitado a Padura y ella que sabía me gustaba la literatura cubana y la literatura policial de las que tanto les hablaba en curso, me ofreció la novela que acababa de ser traducida en francés. Era Electre à la Havane en las ediciones Métaillé, traducida por René Solís y Mará Hernández. Se trataba, en realidad de Máscaras que tradujeron por oscuras razones recurriendo al mito griego del que habló Homero hasta Sartre, pasando por Esquilo, Sófocles, Eurípides y hasta la académica francesa de origen belga, Marguerite Yourcenar, que quizá fuera la indirecta responsable de la traducción del título, por su obra de 1947 (Electre ou la Chute des masques a saber Electra o la caída de las máscaras). Decían un Marlowe tropical enquête sur le meurtre d’un travesti: entre mensonge et mélancolie, troisième polar non censuré d’un cubain de La Havane. Lo leí primero en francés; luego me hice con toda la serie de Mario Conde que pude encontrar en España y en español (¿en cubano como las novelas de Cabrera?) en Tusquets así como sus otros libros La novela de mi vida y El hombre que amaba a los perros.
La revista en línea Isliada, de bello nombre, me ha reconciliado con las letras cubanas. Aquí dicen, no sé si también en Cuba, que el amor es ciego pero que el matrimonio le devuelve la vista a uno. Alumno y luego estudiante en la universidad nos leíamos, que digo devorábamos, todo lo que encontrábamos que producía Cuba y sobre todo la Casa de las Américas: Julián del Casal y Martí (y eso que mi bisabuelo luchó en Filipinas y Cuba contra los americanos allá entre 1895 y 98), cuyos escritos políticos tuve luego que estudiar para las oposiciones, con los de Simón Bolívar y los de Fidel Castro; Mariano Brull a quien llegué por su traducción de mi poeta tan querido Paul Valery; Guillén, Carpentier, Cabrera; encontré en un vendedor de libros viejos, por unos pocos francos (todavía no existían los euros), un libro de un tal Manuel Pedro González sobre José María Heredia, primogénito del romanticismo hispano, dedicado en Los Ángeles en mayo de 1956 a una tal Anne de Gruson-Wenger “en quien rivalizan la belleza y el talento”, creyendo erróneamente que se trataba del autor de Les Trophées ( Comme un vol de gerfaut hors du charnier natal, etc.) cuando de un tío suyo se trataba y así descubrí al “héroe” de la futura novela de Padura; Virgilio Piñera, Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, Lisandro Otero, Miguel Barnet, Pablo Armando Fernández, José Lezama Lima, Fernández Retamar y tantos otros a quienes leía con gusto y algunas veces, cada vez más, con disgusto. Hasta Heberto Padilla de quien no hablaban mis profes y de cuya existencia me enteré gracias o a pesar de Cortázar, Gabriel García Márquez, Vargas Llosa y Goytisolo. El matrimonio devuelve la vista y la lucidez. Fue para mí un verdadero desmoronamiento intelectual. ¿Cómo podían actuar en Cuba, en “mi” Cuba de la Revolución castrista, de la misma manera que en la España de Franco? ¿Que en la URSS de Stalin? Súbitamente muchos me parecieron momias, escritores putrefactos, bien pensant como dicen aquí, tan odiosos como los del régimen de Franco a quienes tanto asco les tenía (los Gironella, los Rosales, los Ridruejo, los Luca de Tena, los Sánchez Mazas, los Pemán, los Miquelerena, etc., todos esos lameculos del franquismo) a quienes leía más por obligación que por gusto y porque creo que hay que leer a quienes cuyas ideas uno quiere combatir para saber de qué se habla. Confieso, no que he vivido, sino que entonces le di las espaldas a Cuba, con dolor. A esa Cuba a la que ya no quería con el amor de antes, la de los Lisandro Otero, los Nicolás Guillén, los Alejo Carpentier que fue responsable de que me hiciera especialista de literatura española del Siglo XVII y no de literatura cubana; y eso que tampoco me gustaban los Severo Sarduy, ni los Reinaldo Arenas ni sobre todo las Zoe Valdés y me doliera el último Cabrera a pesar de haberlo invitado a nuestra universidad para el XXX Congreso de los Hispanistas de la Enseñanza Superior, al que no pudo venir porque la muerte lo sorprendió, ese mismo año, en su exilio londinense.
Por eso Isliada constituyó para mí una divina sorpresa. No tengo, y a veces lo siento, esa inocencia de lectura que me agradaba tanto cuando era joven. Sigo siendo un lector empedernido, un “buen lector”, es decir que leo hasta lo que no me gusta, como he dicho, hasta la propaganda política que ya hay que tener mérito, e incluso la publicidad y las instrucciones farmacéuticas que eso ya es vicio. Pero ahora leo cum oculi spiritualis como lo quería San Lucas. Por deformación profesional quizá, y es eso lo que les enseño a mis estudiantes, leo lo que hay detrás o debajo de la escritura. No quiero que, en sus exámenes que estoy vigilando estos días ahora que terminó el año universitario, reproduzcan lo que les dije en curso sino que critiquen lo que les he dicho, lo pongan en tela de juicio y organicen su propio pensamiento crítico en función de eso. Que no acepten nunca como verdad revelada la palabra ex cátedra. “Ni en dioses, reyes ni tribunos/ está el supremo salvador” reza el maravilloso himno de Pottier La Internacional. Eso trato de que comprendan: que la palabra libre empieza por el enjuiciamiento de la palabra del profesor, del dirigente, del jefe, del rey y de la palabra en general. Lo otro es enajenación, adulación, fascismo. Hay aquí en la Bretaña francesa donde vivo una leyenda muy arraigada en la memoria colectiva: la del reino de Ys (o Is) ; era una isla perfecta, un poco como la de Tomás Moro; pero por culpa de la desidia de sus habitantes y sobre todo del inconmensurable apetito de poder de su rey Gradlon que terminó muy olvidadizo de sus súbditos para no pensar más que en su familia y su interés personal, desapareció abismada en las aguas oceánicas sin que la historia pudiera absolver un día al desdichado rey Gradlon. Un poco la versión celta de la Atlántida. Yo no quisiera que mis estudiantes padecieran la misma enfermedad del rey Gradlon.
Me gusta Isliada porque trae aires caribeños nuevos. Porque, por fin y no sólo en Cuba sino también aquí en esta vieja Europa, le da a los “subgéneros” sus credenciales nobiliarios. La literatura policial, la ciencia ficción cesan de ser literatura de los supermercados (de aquí), es decir literatura barata, de poca monta, para alcanzar el sitio que le corresponde y que se merece. Es decir una literatura en su sentido pleno, no inferior a otros géneros llamados más “serios”. Porque los autores que publica y esos de quienes habla no se parecen a los Moaïs de la isla de Pascua, petrificados para siempre jamás.
Dirijo una revista universitaria, Amadis, en la universidad de Bretaña Occidental. El próximo número que espero salga antes de fin de 2013, está dedicado a la ficción policial cubana. Muchos autores cubanos de ahora a los que admiro me han mandado escritos suyos, teóricos o relatos breves policiales; especialistas de universidades cubanas, periodistas y escritores cubanos, profesores de universidades francesas, irlandesas, chilenas, norteamericanas, portuguesas, españolas, etc., se han comprometido en mandarme estudios sobre la ficción policial en Cuba: la novela, el relato breve, el cine, las series de televisión, la pintura, el teatro… Si todo sale como me gustaría, en el 2014 o 2015 (aquí también tenemos una crisis económica de armas tomar) pienso organizar en mi universidad un congreso sobre los géneros llamados menores, es decir, la CF y la ficción policial. También, para que se siga queriendo, no sólo apreciando, la literatura cubana, pienso poder publicar en Francia una antología del relato breve policial cubano, tan importante, tan impresionante, y genial como lo que se puede producir en Europa, Rusia o América del Norte. Todo gracias a Isliada. Gracias a Rafael Grillo y Eduardo del Llano, a Lorenzo Lunar y Rebeca Murga y tantos otros.
Espero que ese desamor que se ha instalado entre las letras cubanas y Francia desaparezca y una nueva llamarada se apodere de los lectores gracias a Isliada. Yo por lo menos, a mi nivel, es lo que trato de hacer aconsejando a mis estudiantes la lectura regular sino cotidiana de Isliada. “Disles que no me maten” de Lorenzo Lunar, cuyo título me recordó el relato de Juan Rulfo de El llano de llamas, “Juana la loca” de Reinaldo Cañizares, “Un caso de Rodríguez” de Eduardo del Llano, “Historia sin ventanas” de Yonnier Torres, “Te deseo” de Álvarez Betancourt, “El novato” de Carlos Alberto García Pentón y tantos otros relatos breves policiales (que son los que más me gustan), pero también de ciencia ficción, los artículos y ensayos sobre autores y géneros (“La parodia lúdica” de Ernesto Peña González, “Salvar al poeta Novás” de Rafael Grillo por ejemplo) o más urgentes como “Cubalibro 2015” de Leopoldo Luis o “Padura, hablemos de Paul Auster” de Grillo o la “Breve guía para rastrear escritoras cubanas” de Fragela y tantos y tantos artículos de autores que no olvido pero a los que no puedo citar porque son, justamente, muy numerosos. Isliada permite ese diálogo soñado con los autores de una literatura que se está haciendo, una literatura viva, moderna, “oxigenada”, tan alejada de los museos y de los cementerios. Cuando leí la última novela policial de Padura, eché de menos a Mario Conde y al Flaco Carlos, a sus borracheras con ron. Por eso nunca le agradeceré bastante a Isliada la publicación del texto Herejes de Padura, del 19 de junio, esperando la publicación de su última entrega de Mario Conde. Lo único que me cuesta es la inmensa frustración de vivir tan lejos, tan lejos de mi isla, tan lejos de Isliada y me repito los versos que dedicara mi querido poeta francés del XVI, Joachim du Bellay en su libro Les Regrets:
Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage,
Ou comme cestuy-là qui conquit la toison,
Et puis est retourné, plein d’usage et raison,
Vivre entre ses parents le reste de son âge!
Porque la única patria que tengo es la de la lengua, la de la literatura (sea cual sea la lengua en que está escrita) y porque Isliada es esa mi isla jónica, esa mi Ítaca a la que tanto aspiro.