Site icon ISLIADA: Portal de Literatura Contemporánea

¿Cómo matar al dinosaurio?

Monument Valley. Foto por John Fowler en Unsplash

Monument Valley. Foto por John Fowler en Unsplash

Cada mañana el dinosaurio sigue ahí. Despierto con la esperanza de que todo sea un sueño, pero la realidad me golpea como una pedrada en la cabeza. Miro el revólver y lo tomo en mis manos. Dice mi abuelo que él lo usó en la lucha clandestina de los años ’50. Desde hace unos días, está preocupado porque no lo encuentra.

Desde que pasó aquello, lo saqué de la gaveta en el fondo de su escaparate y lo escondo aquí. 

He apretado el gatillo en varias ocasiones y hasta he visto mi cuerpo sobre la cama. El rostro de mami al abrir la puerta, y he escuchado sus gritos. Pero no, nunca he tenido el valor.

Voceo, aprieto la almohada con todas mis fuerzas, doy piñazos a la pared. Y lloro. Sé que mami lo escucha todo desde el otro lado de la puerta. A veces viene a consolarme, me abraza y también llora. 

Jamás imaginé que Jorge lo hiciera. Lo creía mi amigo, mi hermano, al que nunca le negué nada, con quien compartí mis tormentos desde nuestra infancia en el barrio. Verdad que las jebas se enamoraban siempre de mí, sacaba notas más altas que las suyas y los profes me elogiaban. Él bajaba la cabeza o me decía que clase suerte tú tienes, y yo percibía la envidia; sin embargo, pensaba que eso era normal, yo lo ayudaba en todo lo que podía. Pero aquel día tuvieron que aguantarme para que no le rompiera la cara.

En ocasiones, descargo mi furia sobre Jorge. Disfruto oír sus gritos…, pero, en la mejor parte, su cuerpo se desvanece y aparece el techo de mi cuarto.

Aquel ejercicio de tiros en la escuela militar sería uno más, uno de tantos. Me comentó que su fusil tenía problemas técnicos y eso le dificultaría obtener una buena evaluación que tanto necesitaba. Yo estaba indeciso, pero los amigos se ayudan siempre, pensé. Además, era apenas una leve violación del reglamento.

Estábamos esperando que le tocara a nuestro grupo. Pregunté por Jorge varias veces, y nadie sabía dónde estaba. Escuchábamos los disparos de otros a lo lejos. Hacíamos chistes, y él nada. 

Entonces se formó una corredera del carajo. Decían que habían matado a un muchacho de un año superior. Y todos estábamos como congelados. Me llamaron y ahí sí que se puso mala la cosa.  

Yo no entendía nada. ¡El fusil! ¡El fusil!, repetía el Capitán. Y sí, era el mío, pero yo estaba aquí, junto a todos ellos. Eso era fácil de probar. Pero ¿por qué tu fusil? Y también era fácil de explicar, o al menos decir quien lo tenía. 

Jorge lo negaba. ¡Tú también!, me decía el Capitán. Y hablaba de un supuesto complot entre Jorge y yo. ¡Los dos! ¡Los dos! Y al final, Jorge dijo que fui el de la idea. ¡¿El de la idea de qué?! Yo ni siquiera conocía bien a quien le disparó. Y él nunca confesó por qué lo hizo.

Por suerte, el muchacho sobrevivió. De todas formas, me expulsaron de la escuela, al igual que a Jorge. Mis sueños de ser militar se fueron al carajo. No sabía cómo llegar al barrio, cómo explicarles a los socios lo de mi expulsión y menos a mis abuelos. 

Mami me dio un abrazo largo, y no dijo ni una palabra. Ella les dio la noticia a todos. Me encerré entre estas cuatro paredes. 

Desde entonces, sólo salgo con el pensamiento y siempre hago lo mismo, voy con una idea fija que no me deja ni saludar a los demás. Cada vez que termino, siento un arrepentimiento tremendo, por eso no lo hago en verdad.

Tampoco tengo fuerzas para comenzar de nuevo, no soporto las miradas de la gente ni sus comentarios.

Miro el revólver, lo tomo en mis manos, pienso en Jorge. Apunto a mi cabeza, por haber confiado en él, por ser tan débil para salir de esto. Mi dedo está en el gatillo… Guardo el revólver otra vez. Sé que mañana el dinosaurio seguirá, pero al menos pasará algo distinto, no puedo seguir escondido, aunque nunca encuentre cómo matarlo en verdad.

Libros

Exit mobile version