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Círculo vicioso

FRAGMENTO Y (…) CÍRCULO VICIOSO

(…) de la cual nada se sabe. No porque aprenda el oficio voy a estar muerto. Ficticio no es el mar (…) sino la llave que arrincona lo más grave de su hondura en la cabeza.

Me toca a mí ser (…) la pieza menos abstracta del juego, descubrir que un alter ego me atacará por sorpresa. La medianoche resiste (…) su irónica lucidez. Algo se aferra y no es contado entre lo que existe. De mis ojos, el más triste se encargará del asunto: voy (…) saliendo. (Me pregunto qué hay de malo en esta acción, si uno examina el perdón, se revuelve ante el presunto códice de la venganza (…) y huye por el inconsciente y jura que de repente nada concuerda, y se lanza con (…) herética esperanza desde el balcón de algún sueño).

Ya decía yo que empeño demasiado en ciertas cosas: el epitafio, las rosas inmutables de un pequeño (…) desahogo iconoclasta. “Demasiado” ni siquiera significa “noche entera” (…). La medianoche no basta si es ligero el crimen.

Hasta puede ser que le atribuya mi chasco al olvido cuya ferocidad me (…) regrese de otra gloria (no parece que Dios me tenga en la suya). (…) Bajo excelso y peligroso como después de entregar la vida. Llego hasta el mar que no es mar sino el embozo de (…) la cordura en reposo, doble fervor que silencia lo pactado. Su clemencia no atenúa el veredicto. Soy inculpado y convicto. Se ejecuta la sentencia (…).

EPÍLOGO

De modo que es posible cobrar por lo que debes,
y no pienso tomarme siquiera la molestia
de vigilar el pulso fallido de la Bestia.
Nadie se canoniza por milagros tan leves.
Que en París cualquier día lluvioso sea jueves
o haya un charco de frío sobre mi corazón
no es la prueba —y en esto me darás la razón—
de que exista la lluvia sin París otro día.
(Yo, en mi lugar, a falta de leña, encendería
la esperanza que otorga la desesperación).

Nos veremos en una de esas caras adversas
que intuyo en ocasiones al volverme de pronto
y arreglar mi perfil —el clásico, el más tonto—
si luego del suicidio me abandonan las fuerzas.
Nos veremos en cada síntoma que dispersas
—la negrura del ángel, su corrosivo aroma—,
siempre que no me salves del estado de coma.
Cuando llegue hasta Ulises la fama de Odiseo.
Cuando el susto devenga su propio mausoleo
y en el aire se escuchen los gritos de Sodoma.

SIGUE BRILLANDO, LOCO DIAMANTE*

Sesenta grados al norte.
Minutos a la derecha.
Seguir buscando la flecha del que muere por deporte.

Brazo.
Ilegítimo corte desde Orión hasta mi ombligo.
Resonancia del castigo benemérito.
Su herrumbre.
Que aguarde, que se acostumbre mi sueño
a viajar conmigo cuando sueñe.

Nervadura del misterio que se escapa.
Lisonja.
Cruz en el mapa cerebral.
Media tortura para el almuerzo.
Figura retórica, desempate.
Número que se debate con amor y escualidez.
Beligerancia del pez.
Nonagésimo quilate
del corazón sin tu pecho.

Yo cegando al resplandor.
Mi oficio, mi pobre flor,
y tú qué has hecho, qué has hecho
para evadir el derecho más tuyo, más aberrante.

Que veas en lo adelante por el ojo del anillo.
Que sea eterno ese brillo peligroso del diamante.

*Pink Floyd

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