No creo que sea en la lectura del teatro —una de las más difíciles, torpes y dispersas que conozco—, donde el lector contemporáneo se encuentre más a gusto. ¿Continúa siendo la escena el sitio predilecto de asistencia para quienes frecuentan las llamadas artes escénicas? ¿Es en el teatro, el de las butacas y platea, donde el lector de historias encuentra ese sitio predilecto? Muchos de nosotros conocimos —y conocemos— las historias de Electra, Tartufo y la de Romeo y Julieta a través de otros medios: el cine, la televisión, las radionovelas, los cómics. Hoy día son muy pocos los que se atreven a asaltar los originales teatrales, ya sean de Shakespeare, Racine, Sófocles o Lope de Vega; en una era donde prima la imagen visual por encima de la escrita, ya conocemos de antemano como terminan muchas de las llamadas historias clásicas, por lo tanto, para ese lector de novelas y poesía que va al teatro no resulta necesario leer unas cuantas páginas plagadas de acotaciones, nombres, salidas y entradas de personajes que terminan por extraviar hasta a los más asiduos. A nadie escapa que la lectura se está convirtiendo en oficio de pocos y el teatro, el escrito, lleva las de perder.
Entonces, ¿por qué Ediciones La Luz decide incluir un libro de este género, en su catálogo, cuando ni siquiera las grandes editoriales del país lo hacen? Además, ¿por qué atreverse con un autor inédito, que no ha probado antes sus armas en el mundo editorial? Sin embargo, es preciso dejar claro que semejante atrevimiento resulta doblemente saludable, pues no conozco otra editorial de su tipo en el país que acometa semejante empresa; la mirada oblicua hacia el teatro escrito, génesis de aquel que espera a ser representado, lo destierra a ser parte de un sistema de premios errático, imposible de rastrear en librerías y centros especializados; para no ir más lejos y quedarnos en casa, pocos libro de ese género de los publicados en esta ciudad (Holguín) ostenta el aval de algún premio, y para ir más lejos, solo Ediciones Alarcos publica a los dramaturgos cubanos con una periodicidad más o menos dilatada, pero palpable en cuanto a títulos y presencia en librerías.
Uno de estos títulos publicados por Tablas-Alarcos: Teatro cubano actual: Novísimos dramaturgos cubanos, que vio la luz en la Semana de Novísimos Dramaturgos Cubanos del año 2007, nos trajo la alegría de ver publicados a dos autores holguineros, jóvenes e inéditos por demás, en una antología que se preciaba de ser una de las más completas en cuanto a teatro escrito por ellos hasta ese momento. Los dos jóvenes que probaron lanzas gracias a esta antología fueron Fabián Suárez, que aparecía con La penúltima amante de Harry Jones, y Yunior García, quien firmaba Sangre. De ambos, el segundo era —y sigue siendo— el único que ha tanteado el mundo de la escena. Cuatro de sus obras: Malos Presagios, Baile sin máscaras, Todos los hombres son iguales y Cierra la boca, eran representadas en escenarios de toda Cuba o anunciaban su próximo estreno. Estas tres últimas, que integran el volumen Cierra la boca, recogidas por Ediciones La Luz en 2010, constituye la ópera prima de Yunior García, quien, en la presentación de su libro, a fines del año pasado, demostró que el teatro sigue siendo una lectura buscada, y si se trata de obras que ya probaron fuerza anteriormente en escena, mucho más.
Sin embargo, la mención de unos cuantos especialistas, entre las que destaca la del crítico Norge Espinosa; quien al referirse a Sangre, expresa su decepción en que esta obra se muestra como la primera de una serie de diez anunciadas bajo el título de Las diez plagas; para Norge: “una de esas elefantiásicas tiradas que de cuando en cuando un autor proclama entre nosotros”. Sin embargo, con el paso del tiempo, Yunior demostró que el listón no quedaba demasiado alto, la propia mención de Sangre en el concurso más importante de Dramaturgia en Cuba —el Virgilio Piñera—, el estreno de Asco, segunda parte del decálogo Las diez plagas; el Premio Calendario 2011 por una nueva obra: Semen; la residencia del autor en el Young Writers Programme del Royal Court Theatre en el Reino Unido, y el reciente premio La Puerta de Papel que otorgara el Instituto Cubano del Libro al propio Cierra la boca, demostraron que en el teatro, generalmente es el público y no el autor quien tiene algo que decir.
Cuando el artista y la crítica niegan en parte a la obra, así justifica a la crítica, es entonces que el autor tiene algo que decir cuando todo ha sido dicho. ¿Qué otra cosa puede decirse de la obra más que la obra misma? Estas tres piezas, Baile sin máscaras, Todos los hombres son iguales y Cierra la boca, se defienden por sí solas, y me apresuro a decir que están escritas para ese lector moroso del teatro escrito del que hablé al principio. Ni siquiera los guiños constantes en la escritura que nos harían recordar a Virgilio Piñera, a Estorino y su rejuego escénico del teatro dentro del teatro, al juego de espejos tan caro a la dramaturgia contemporánea, tanto como la elección de Brecht y su distanciamiento, podrían hacer que este lector abandone un libro como Cierra la boca.
Consciente de que cada vez más la mayor parte de la gente perdió la costumbre de asistir al teatro —y por ende de leerlo—, esta dramaturgia se aboca a buscar una mueca en el lector, como si la máxima de escritura de estas obras hubiera sido el peligro de la no diversión, la ausencia de referentes cercanos y conocidos que obliguen al lector a no disfrutar del texto y dejarlo por aburrido. Aún así, estas líneas, las de Cierra la boca, no escapan de formar parte de una crudeza en el lenguaje casi siempre fragmentado, muy cercana a la escritura de autores de la generación del autor formados en el Seminario de Dramaturgia del Instituto Superior de Arte (ISA).
En estas obras Yunior García proyecta temas de su interés, según una experiencia ante la sociedad que describe: sexo, violencia, las relaciones interpersonales, un pilar fundamental de estas propuestas, una poesía que subyace bajo el discurso verbal, un lugar y un tiempo que juega y asume códigos anteriores o clásicos —lo que más llama mi atención—, ocultando sucesos que no muestra en la fábula, además de insertar a su lector dentro de las piezas, creando una teatralidad y representación en nuestras mentes sobre lo que se lee. No comparto la idea de muchos que tildan al teatro de Yunior de populista, escasamente teatral, burlón… En sus propias palabras, el autor ha declarado que representa: “una generación joven que disfruta de lo light en la cual existe un deleite que es imposible obviar, cuando representamos para una generación de la que lo light forma parte, incluso los que intentan alejarse caen en otra forma de lo light, en una forma de pedantería light”.
Ese rechazo al llamado arte periódico, interesado más en el ahora cotidiano y palpable no es el que motiva a Yunior: una primera lectura de Baile sin máscaras, texto que abre el libro, arrojaría esa conclusión. Cuatro jóvenes que intentan ser parte de un juego que los despoja de sus secretos más ocultos terminan por hacer parte al público de él. Más que un texto cercano, este baile responde a una lectura light, ¿por qué no?, de la misma forma que lo hace Todos los hombres son iguales, la siguiente obra del libro. Aquí la serie de acontecimientos, como cadena ininterrumpida de sucesos, cede espacio al enigma que deberá develarse al final del texto: ¿qué pasó esa noche en el apartamento?
Sin lugar a dudas deudora de una estética que pretende acercarse al teatro musical, esta obra explota lo que quedó a medias en Baile sin máscaras; aquí el acontecimiento no es efímero y por lo tanto no caduca, no abarca un solo momento sino que va más allá. Este es el caso de Cierra la boca; sin discusión, la más lograda de las tres. Aquí también cuatro personajes escapan de los temas que ellos mismos lanzan a la escena. La situación de dos matrimonios que no funcionan y las frustraciones humanas continúan siendo temas universales y no patrimonio de cubanía e inmediatez; me atrevo a decirle a un amigo querido y cercano que no comparte mi entusiasmo por el teatro de Yunior, mi manera de divertirme cuando leo estas obras, mi opción de creer que en su lectura no debo pretender más.
De este empeño solo extraño la inclusión en Cierra la boca de un texto que hubiera ayudado más a la comprensión del resto y equilibrado la balanza, me refiero a Malos presagios, texto de inicios que completaría la visión de Yunior García sobre este tipo de teatro light al que él mismo se refiere, sin lugar a dudas de formación diríamos, alejado ya de otros como Asco y Semen, en los cuales laten ya otras preocupaciones y conflictos tanto de índole temática como estética.
Para el editor de este libro, Adalberto Santos, Cierra la boca es más que una conminación al silencio perentorio. Sobre todo, es una interesante propuesta a escuchar, una llamada a ese callar en activo que, dicen muchos, conduce al provechoso camino del conocer, para conocernos. Diría, en cambio, que estas obras, más que teatro, son una parte de la propia historia de un autor en busca de su público, escritas bajo la férrea estructura de la dramaturgia; una alerta para que no perdamos ese ser dionisíaco, desbordado y único que debería latir en cada uno de nosotros. Y para concluir una última confidencia con respecto a la lectura de este libro: ¡cierren las bocas y abran las piernas…!