Narrativa

Bomba sexual

Prostitución, por Iyad Abbas

No es fácil ser una bomba sexual. Menos aún si vives en La Habana y caminas lentamente por cualquier acera. No es fácil tener un súper culo bamboleante. Los hombres se te acercan. Abusadorcita. Locota. A ti lo que hay que llenarte toda de leche.

No es fácil ser el blanco de todas las miradas mientras el vestido corto se sube más y más y entonces se te cae la cartera y debes recogerla con las piernas bien estiradas. No, no es nada fácil. Los hombres se alteran. Abren hoyos en la acera. Se golpean el pecho. A lo mejor en Suecia, en Taiwán, en Toronto, ocurre algo parecido. Pero lo dudo. Dudo mucho que en Londres exista un barrio como el mío, donde los hombres se sientan en una esquina de la cuadra para lograr la suerte de concentración que genera el trance casi eyaculatorio disfrazado de piropo.

Pero yo los entiendo. Pues, si difícil es ser una bomba sexual más difícil es estar cerca de ella. Por eso, luego de una especie de contención, de conteo regresivo llegando al límite, le digo que sí al mulatón de la esquina, que acepto salir con él a donde sea. El mulatón de turno, casi siempre salido de alguna cloaca de mi barrio oscuro mueve entonces la cabeza, complacido. Se siente alcanzado por la suerte.  Se amasa los testículos, sonríe de lado, sabe que una noche con una bomba sexual será algo memorable, para guardar toda la vida, o al menos para propiciar la excelsa concentración de algún piropo.

Ustedes se preguntarán por qué yo, habiéndome graduado con título de oro en la Universidad de La Habana elijo salir con tipos tan elementales (mamita, me tienes loco). Por qué, siendo una bomba sexual, con amplias posibilidades de escoger, no salgo con algún doctor, un director de empresa o incluso algún extranjero del viejo continente.

Créanme, ya lo he probado y no resulta. Ni siquiera llego al clímax.

A una bomba sexual, al menos aquí en Cuba, hay que tratarla con rudeza, decirle cosas obscenas al oído. Penetrarla con odio. Morderla. Estirarle los bucles. Hay que despingarla.

Los vinos de Rueda no resultan, los caviares rusos menos que menos. Las casas decoradas con originales de Andy Wharhol, con esculturas estilo Bernini no resultan; los ambientes edulcorados, qué va, esas habitaciones con camas de agua, inciensos de sándalo a los lados y televisores de pantalla plana TFT no me llenan; esas conversaciones sobre la inevitable caída del dólar y el advenimiento del socialismo del siglo veintiuno no me convencen. Queremos cosas más apegadas al suelo, que suelen ser las que nos aseguran que estamos realmente vivas. Como cuando cortan la electricidad y los mosquitos te empiezan a picar y zumbar al oído, o cuando llueve mucho y se te inunda la casa, algo así.

No sé en Nueva Zelanda pero aquí en Cuba, en cualquier barrio oscuro con solares podridos lo primero que desea una bomba sexual para llegar al clímax es un empujón contra una pared descascarada, acompañado de un apretón de nalgas y una mordida en las tetas, nada de concesiones ni tratamiento especial; queremos tener sexo en un cuarto alicaído, lleno de moho, de ser posible con madera plagada de bichos y aberturas para voyeurs; queremos mostrar todo de una manera obscena, vulgar, abrir las piernas para tragarnos el mundo; queremos ser penetradas encima de una cama crujiente que se destartala  durante el orgasmo; queremos que nos den un buche de chispa e’tren entre mamada y mamada, que nos abofeteen en cada grito o nos amenacen con una chancleta de palo; queremos ser tratadas sin misericordia, insultadas hasta más no poder.

Compañeras, compañeros, es cierto, somos exigentes. Pues una bomba sexual no es cualquier cosa. Nos formamos de diferentes maneras pero casi siempre tiene que haber una atmósfera hostil, de fricción ideológica, una especie de fibrilación sexual en el ambiente. Una, desde pequeña, debe salir a la calle y experimentar un acoso sediento de miradas, colmillos crecidos detrás de cada paso. Niñitos que quieren jugar al marido celoso que dice cosas, toca, y da golpes. Hombres que dicen, Mira qué linda, cuando sea grande va a ser candela. Madre que quiere llenarte de ropas para disimular las protuberancias, porque mi niña no va a ser una cualquiera. Padre que pertenece al partido comunista y aún piensa que el socialismo es la idea estática de una idea utópica y los individuos deben ser rígidos y perfectos, cuando se supone que un socialista o al menos un revolucionario debe ser una persona que cree firmemente en un cambio integral del mundo, que ve más allá de los dogmas y por lo mismo cree en el respeto a la diversidad y en el libre albedrío del ser humano.

Amigas, amigos, créanme, ser una bomba sexual es casi una forma de existir, un estilo de vida. Una no elige ser así. Un conjunto de fórmulas, de predisposiciones, se van uniendo a la ecuación del carácter y los hábitos, y cuando te das cuenta ya no hay vuelta atrás, así vivas en Cuba o en Helsinki.

Claro, es difícil ver una bomba sexual en Miramar, en el Vedado, o en cualquier otro sitio de La Habana donde no abunden los solares, los edificios al borde del derrumbe, donde no falte el agua o no se cocine con luz brillante.  Una bomba sexual de verdad, quiero decir, no una impuesta, que use carteritas D&G, pechos de silicona, vestidos diseñados en Paris, Oh, oh, mi Lada 2107 ayer hizo ro,ro, no me va a quedar más remedio que comprarme un auto moderno, un Audi o un Nissan. ¿Qué me compraré? ¿Qué me compraré? Porque una bomba sexual de El Vedado es siempre snob, usa sayas cortas, blusas transparentes, pero no busca en realidad una honda penetración anal sino una estratosférica compra por todas las boutiques de La Habana, unas vacaciones en Varadero, desayuno en restaurantes cinco estrellas, uñas postizas, un Chihuahua traído de México que haga así con la cola y entonces, etc., la lista es interminable…

Faltan pocos minutos para el inicio de mi cita. El mulatón de turno aparecerá con paso seguro y demoledor, convencido de que ésta será su noche de suerte. No sabe lo que le espera. Se ve que nunca se ha cruzado con una bomba sexual. Que ignora por completo que somos un resultado de nuestro contexto social o quizá al revés, que este cochambroso contexto social es un producto de nuestra inevitable existencia.

Ahí está, mírenlo. Esto me gusta. Me excita. Nada de camisa planchada, pantalón sofisticado, zapatos finos. Nada de eso. Esto es otra cosa. Sus cadenas en el cuello me dicen, Tú vas a ver lo que es bueno, mamita. Su gorra caída, su pulóver apretando y definiendo los pectorales, los bíceps tatuados (Luisa, to´esto es tuyo) me prometen un súper orgasmo.

Estoy desnuda. Tengo mi escueta blusa, mi inseparable sayita pero estoy desnuda para él, a juzgar por sus miradas y asentimientos. Estás en talla, mamita, me dice, pero yo traduzco, No veo la hora de caerte arriba, mamita.

Esto no es siquiera un choque histórico, cultural, posmodernista, abstracto, no, esto es la mecha encendida, avanzando sin prisa hacia su destino. Me toma por la cintura y me dice, Vamos, ya verás cómo te vas a divertir, pero yo traduzco otra cosa que no deseo revelar, ya estoy demasiado excitada.

La cita comienza. Mientras avanzamos por el centro de la calle algunos conocidos salen de sus casas, es decir, de sus intentos de casa y saludan al mulatón, lo felicitan, Vaya, asere, estás acabando; Vaya, mostro, te veo bien; Vaya, ahora sí consorte. Ven, no es una idea mía, ni una tesis sacada debajo de la manga, si no, díganme, ¿en qué país se puede contemplar una escena así? Estoy convencida de que en Vietnam esto sería de otro modo.

Caminamos, nos adentramos en una junglita con apariencia de barrio, con niños sin camisa que juegan a las bolas, se tocan los testiculitos, me miran, se muerden los labios, le dicen al mulatón, Sirvió asere mostro. Sorteamos charcos, escombros, mujeres con rostros arqueados. Una tiñosa entra en picada por una ventana y sale por otra con un zapato hervido en el pico. No me asombro. He visto cosas peores en este barrio. El mulatón tampoco se asombra. Más bien se ve concentrado en el papel que ha decidido interpretar: el de destructor de minas y tanques de guerra, de bárbaro solariego masticador de granadas antiaéreas. El pobre. No sabe lo que le espera.

Llegamos al fin a una casa metida en el fondo del fondo de un pasillo sin fondo. Casi todos están sudados, a mitad de una fiesta descontrolada. La música es irreconocible pero me gusta, nada de melodía, puro ritmo, movimientos de pelvis, pegadera por atrás, esto es lo mío. El mulatón me presenta a sus socitos, aseres, consortes, moninas, brothers de años y años que me invitan a beber diferentes tragos confeccionados por ellos mismos. Este trago se llama Chillido de mono, este se llama Pezuña de puerco, este, La traición del Manatí, todos mezclados con alcohol y aserrín.

Bebo, para enfriar un poco mi cabeza ya en ebullición pero ocurre todo lo contrario, o sea, mi mente empieza a desbordarse. Entonces no me queda otra salida que comenzar a bailar desaforadamente, como toda bomba sexual que se respete. El culo para allá, el culo para acá, frente a las bocas abiertas de los hombres y las mujeres. La fiesta se paraliza, se voltean algunos vasos con bebida humeante, caen muchos cigarros. La saya se me rueda hacia arriba. La blusa se adhiere a los pezones erizados. Las mujeres miran con odio a los hombres, se ponen las manos en la cintura. Esto va de mal en peor.

Finalmente, cuando todo parece caer por un barranco el mulatón me agarra por un brazo y me lleva hasta una esquina de la casa. Sus socitos protestan, Asere, déjala bailar. Déjala que se divierta. Pero el mulatón me baja la saya y niega con la cabeza. Asere, no te hagas el cabrón, dice uno y lo empuja levemente por el hombro derecho. Asere, no te hagas el bárbaro, añade y lo empuja por el hombro izquierdo.

La bronca sobreviene rápidamente pero yo, atrapada en el inicio del éxtasis, lo veo todo en cámara lenta: los botellazos contra la pared, los gritos de las mujeres, los piñazos al aire, la abertura de un telón aparecido de pronto, con unas porristas también aparecidas de pronto que saltan y corean un reguetón mientras unos payasos juegan con aros en llamas y hacen chistes subdesarrollados.  Los ojos se me van cerrando a intervalos al tiempo que un comentarista deportivo me va narrando al oído la pelea del mulatón con sus socitos. Esta cita va siendo todo un éxito. Mejor imposible.

Cuando vuelvo a abrir los ojos ya estoy en un cuarto deprimido, con un colchón en el piso lleno de polvo. En la pared cuarteada cuelga una reproducción de la Mona Lisa. Sobre una mesita coja veo un radio que a simple vista adivino oxidado, puesto a morir. Del techo cuelga un bombillo ahorrador que pestañea mucho sobre un televisor en blanco y negro que trasmite una película invisible. A mi lado está el mulatón, se me acerca quitándose el pulóver rasgado, el pantalón sucio. Tiene un ojo hinchado, una gota de sangre le rueda por el cuello, pero aun así me parece sexy.

Le miro las marcas de los golpes en la cara y me río. Jí, jí. Cuando estoy sobrexcitada no puedo evitar esta risita nerviosa. Jú,jú, digo, y él me empuja contra el colchón, se desnuda completamente, se agarra con las dos manos el largo y ancho miembro en total erección. Jó,jó, digo y me agarra por el pelo, me introduce sin paciencia su miembro en la boca. Je,je, y me muerde el cuello, me quita la sayita de  un tirón. Ja,ja, y se traga mis senos, se atraganta, tose, los vuelve a babosear. Jí, jí, y me succiona de arriba abajo, me coloca en un nivel de expectación y entrega, lista para ser vaciada.

Mi mecha interior sigue ardiendo, avanza y me ilumina toda. Ahora mi reloj psicológico empieza a emitir señales de alerta y yo separo los muslos, me ofrezco aún más. Él me penetra desaforado, como si temiera por el fin de un sueño imprevisto. Me muerde. Me aprieta. Esto es para que aprendas a respetar, y me penetra más duro. Me estira el cabello, la mete hasta lo último. Yo jadeo, cierro los ojos, me voy adentrando en un peligroso clímax de trueno, de ansiedad, de enajenación. Él se percata, aumenta la velocidad, la furia de la embestida. Gózala toda, mami.

Al principio intento contenerme, evitar el catastrófico final, pero después el instinto de dejarme llevar, de sentir el estallido dentro de mí es más fuerte. Esta situación se prolonga lo suficiente, se une al avance de mi reloj biológico. Entonces empiezo a gritar como una loca mientras la cama se remueve, empiezo a caer hacia el final estruendoso. Luego aparece la inevitable explosión y un caos de sangre, órganos y huesos queda diseminado por todo el cuarto. Mi cabeza cae frente al destrozado televisor en blanco y negro, mis brazos debajo del colchón hecho añicos, mis piernas junto a los restos de lo que fue el mulatón.

Y todo es un revolico atroz pero armónico. Todo es un reguero de lo más pintoresco. Lo único malo es que después tendré que empezar a recoger el desorden.

Zulema de la Rúa Fernández. La Habana, 1979. Narradora y poeta.

Ha obtenido el Premio Abdala de cuento, 2003. Premio Farraluque de poesía erótica y premio del  Centro Provincial de Casas de Cultura, 2004. Premio del Mar, 2006. Premio Juventud Rebelde en concurso de décima escrita Ala Décima 2007. Premio Luis Rogelio Nogueras, 2008. Premio Ernest Hemingway, 2009. Premio Calendario de Narrativa, 2010. Beca de creación “Onelio Jorge Cardoso”, 2011. Premio Glosar a Martí, 2013. Textos suyos han aparecido en diferentes antologías, entre ellas: El equilibrio del mundo y otros minicuentos (Editorial Cajachina, 2006). Todo un cortejo caprichoso (Ediciones La Luz, 2011). Escenarios (AEN, 2012). Los cuerpos del deseo (NeoClub ediciones& Alexandria Library,2012). Como raíles de punta (Ediciones Sed de Belleza, 2013).La vida en papel (Sika S.L.U.2014). El Árbol en la Cumbre (Letras Cubanas, 2014). Sombras nada más (Unión, 2015). Isla en rojo (Editora Abril, 2016). Isla en rosa (Editora Abril, 2017). Tiene publicado La Gata con Botas (plaquette, Ediciones Hipocampo, 2004), La Sobrevenida (plaquette, Ediciones Hipocampo, 2005), Habana Underground (Ediciones Extramuros, 2009) y Cuentos para huir de La Habana (Casa Editora Abril, 2011). Las trece historias del libro Cuentos para Huir de La Habana han aparecido en diferentes antologías y revistas nacionales e internacionales. Ha sido traducida al inglés, al francés, al italiano y al portugués.