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Bitácora de la tristeza

Fugado del compromiso de la presentación y la lectura de los poetas y movido por la ansiedad, me aislé por unos minutos en la librería de la UNEAC, apacible y climatizada hasta el delirio, recorrí sus anaqueles ávido pero sin prisa, hasta detenerme en una cubierta acaso insignificante que portaba además de un diseño sobrio una presunta falta de ortografía en su título, a menos que se tratase de una paráfrasis, Bitácora de la tristreza, editado por la Colección Sur, cuadernos de poesía, auspiciada por el Proyecto Cultural Sur. Por un momento pensé que se trataba de parafrasear a Tres tristes tigres, un juego de los tantos y tan socorridos que se hacen hoy, uno de esos guiños intertextuales donde un escritor dialoga con otro, pero al penetrar la página de cortesía me percaté del error. Este es el caso en que el autor salva al editor. Adquirí el ejemplar y lo llevé a casa sin pena alguna. La décima de Alexander Besú lleva desde hace algunas páginas ya, una brújula orientada a sotavento.

Alexander Besú (Niquero, 1970) explayó su ámbito íntimo contras las páginas en blanco y a la memoria de su padres ha dedicado un cuaderno de poemas sencillamente impresionante. Con un título que a ojos vista me preocupó, Bitácora de la tristeza arropa dolidas interpretaciones de una realidad común y, al mismo tiempo, particularísima, sobre todo en su manera de enfocar estados de ánimo que en estos tiempos duramente (in)humanos suelen acorralarse en melindrerías sensibleras.

Con casi todos su textos dedicados a amigos y poetas —entrañables–o–demonios buenos—, preside cada uno de los cuadrantes del libro un diálogo a manera de citas con bardos que, en un atisbo apacible y caprichoso, suma las consanguíneas edificaciones o lecturas del autor con las visiones interiores de su dardo estético, un poemario acotado por una definición que advierte: Décima, desde le inmediatez misma del título, para que los que juegan a interferir entre poesía y décima sientan que fluye la estrofa clásica y tradicional en este cuaderno, merecedor, por demás y como valor agregado, del Premio del Concurso Internacional de Décima El Cucalambé y que viera la luz desde las páginas del sello editorial de la Colección Sur en el año 2009.

No encontramos aquí unos versos que se insinúan a la realidad, sino la poesía que se compromete con ella, y sobre esas ansias teje lo que me gustaría delimitar con las propias palabras del autor, su juramento del perjuro, para darle voz a sujetos líricos que nos adentran en la soledad como ensordecedora causa de un lirismo proverbial rompiendo el anquilosamiento, y desde el que se agitan, e ineluctablemente se viene abajo el lenguaje ya sometido, sus patrones y manierismo académico. En este sentido nada lastra esta poesía.

La génesis de estas interpretaciones que dispongo se me ajusta como mecanismo para deslindar entre el hombre interior y el hombre exterior que hallo en estos “apuntes” que, por su propia naturaleza, contienen excelencias metafísicas, ontológicas y oníricos opúsculos de la propia (i)racionalidad del Ser, como si el hablante lírico, el propio autor y cada uno de nosotros, ¿por qué no?, tuviera delante, más que el sordo diálogo con el azogue aletargado en su penuria, esa “tristeza” elevada a salto estético, pues está siempre por encima de sus a-versiones. Sintaxis del espíritu a la deriva.

No podemos, sin embargo, olvidar que sentir esa (i)realidad, trascenderla y cualificarla, será siempre la única hazaña que rivalice con el éxtasis para, a veces, aventajarlo, eclipsarlo. Con Bitácora de la tristeza está resuelta esta premisa del escriba, sobre todo cuando es sabido que la vida es el umbral de la cosmogonía de la existencia, mientras la poesía es su señal, es decir, su Voz.

En principio, presiento en este autor una poesía escrita desde la fatiga del poeta, no desde la pasión volátil, fatua, porque la tristeza, la ausencia, la angustia, la ansiedad y su diatriba, tantas privaciones y carencias, un silencio sin motivos, en fin, el dolor, al propio tiempo que (se) nos empoza, intensifica nuestro pundonor y, en todo caso, nuestro adversario sufraga nuestra defensa, de lo contrario ¿Cómo eludir el nocivo/ y demiúrgico gravamen/ del tiempo?, pregunta nada grandilocuente que nos lanza el autor–sujeto lírico provocando descubrir en lo más profundo de sí mismo —y de nosotros— desde la brújula que nos deja, ese impulso indulgente que es la “eficacia” a partir de la cual revelar la luz “del autoexamen”.

Bitácora de la tristeza trae al lector un indiscutible tono conativo, supuesto en el cuidado con que nos reclama atención sobre enunciados que el propio lector puede verificar, y más, asirse a ellos para reenfocar hábitos, experiencias, aspiraciones, conductas que la subasta íntima del ser reserva para nuestra travesía.

En la exaltación por el poema deja en algún paraje su semblante el poeta, se procura íntegro en el verso, como en ese juego de espejos en que apuesta todo su Ser. ¡Ah! ¡el espejo antiguo del Silencio está roto!, dejó escrito en una carta Stéphane Mallarmé a su amigo poeta y dramaturgo François Coppée y en la que se quejaba de su tristeza; Alexander Besú no llega al lamento, pero en este poemario rompe silencios, transfigura duras realidades, desde la palabra (…) melancólica y donde la poesía apetece ser reintegro de la voz de lo fraterno e íntimo a que pueda conducirnos la brújula de la desolación, de las frustraciones, del encono, lo sombrío y fatídico que pueda habitar en las mareas del ser humano.

¿Cómo asaltar sin ser visto el búnker de la tristeza?, se/nos pregunta el poeta arropado en la piel lírica de uno de los sujetos; descontextualizo el verso, salto la valla, porque leo es su poesía un clima y una contingencia dramática que sintetiza la distancia entre el sujeto que enuncia y la expresión misma haciéndonos leer, descubrir y conjeturar el alcance de esas cicatrices de la vida bajo una luz dialógica, pero disímil.

Aquí la oculta contraseña de lo poético hace una peregrinación hasta el lector celoso del desconcierto que le presenta el poeta, una atmósfera espiritual, susceptible, honda e indómita aún y por revelar; Besú lo sabe, o lo intuye. Con la poesía el Hombre redime su lugar en el mundo, en el que se hundirá sin llanto alguno por las aspiraciones de levar velas.

El artista intenta y potencia un elevado horizonte de artesanía y tratamiento a la trama plasmada en sus versos, y el poemario resulta ser una luxación a propósito de su plectro sugestivo, buscando una continuidad de los estados del alma y del ánimo que trasciendan unos a los otros. En cualquier caso la vida de los textos, su energía como entidad propia, estriba en la disposición para desafiar la pleamar de remanentes y apremios que sustentan los lectores potenciales.

Zarpar hacia su lectura es una absorbente y plena seguridad para los navegantes de la poesía, de la décima que impone hoy códices de lecturas abiertas, desinhibidas y de vanguardia, vayan pues con este bajel de la tristeza y su brutal custodia hasta el posible retorno de sus próximos versos, hasta la venidera bitácora de la alegría que es siempre la obra de este poeta apostado en la funda de la décima. Apresten el timón a futuros vientos.

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