Al igual que Lorenzo Lunar, no tuve una prima lujuriosa y voluptuosa y rubia y linda y liviana y liberal. Y a la imaginación del propio Lorenzo Lunar tengo que echarle ahora la culpa de esta repentina congoja mía por la prima Berenice que nunca tuve.
La cabellera de Berenice (Editorial Capiro, 2012) es el último título del escritor nacido en Santa Clara, 1958, puesto a circular en las librerías de la isla. Sólo 83 páginas y ya es suficiente para conocer “la fórmula” que hizo de Lunar el autor preferido entre los lectores cubanos durante el pasado año.
En su narrativa hay “caracteres” bien delineados que se nos vuelven “amigos entrañables”; hay sus cuotas de sexo, intriga, escenas para adultos, llaneza de lenguaje (que es “purificación”, limpieza de lo superfluo que implica mañas de oficio y no “simplificación”); más el estilo típico de “ir al grano”, aprendido de la novela negra norteamericana y su escritor favorito: Raymond Chandler. Al día de hoy, Lunar ha llegado a esa fase de autoconciencia donde le queda claro que no hay que ponerse en lo oscuro para morir como un gran escritor… al que nadie entiende ni lee.
Una sinopsis de La cabellera: El joven protagonista viene desde ciudad del interior para probar fortuna en la capital. Pero sobre todo con una idea fija: “templarse” (cogerse, follarse, fuck!, como dirían en otros lares) a la prima Berenice. Eso es para él cuenta vieja que saldar, ilusión quedada a medias, capricho forjado en la adolescencia, cuando la blonda primita compartía con él camas y retozos en casa de tía Graciela, moralista y revolucionaria de patria o muerte. Pero al encontrarse con la impúdica blonda, tropieza otra vez con la piedra del mundo equívoco y de juegos, materialista y de trasfondos turbios en el que vive su adorada pariente…
Esta historia de descubrimiento e iniciación en los afanes, sabrosos pero morbosos, y rodeados de prejuicios, del amor y el sexo, hace evocar una noveleta de tema similar, Fiebre de caballos, de Leonardo Padura. Sin embargo, el tono apesadumbrado de aquella aguaba la fiesta del desfogue del adolescente con la varios años mayor y muy hermosa Cristina, como cabría esperar de una obra escrita en la muy recta Cuba de mediados de los 80; mientras que el abordaje de Lunar de un episodio cuasi-incestuoso se reviste de humor irreverente, acaso desfachatado, en sintonía con el destape de los nuevos tiempos.
Si de buscar sonrisas se trata, este recurso ya lo explotó Lunar en El asere ilustrado (2010). Y a La cabellera le introduce también, hacia el final, una pizca de policiaco, el género que tanto ha cultivado en cuentos y en las novelas del Ciclo del Barrio: Que en vez de infierno encuentres gloria, La vida es un tango y Usted es la culpable, internacionalmente multipremiadas.
Otra intención reconocible en esta Berenice es la voluntad de hacer homenaje a las lecturas guardadas en la memoria, a la trayectoria propia desde el simple lector de ayer hasta el escritor de hoy. De ahí la cita de Vargas Vila, casi cursi, casi profunda, que abre el libro; y la intertextualidad escogida para nombrar los capítulos: “El vino del estío”, “Las ilusiones perdidas”, “El mundo es ancho y ajeno”, “Un hombre de verdad”, “El amor en los tiempos del cólera” y “Epitafio para una espía” (que remiten a títulos de Bradbury, Balzac, Alegría, Polevoi, García Márquez y Eric Ambler, respectivamente).
Así que a Lorenzo Lunar tendré que echarle ahora la culpa doblemente. Una por la prima Berenice que nunca tuve. Y dos, por obligarme a recordar todos los libros que sí me he leído.