Narrativa

Azul y el único juego importante

Azul es una muchacha azul.

Azul cree tener un escarabajo en su corazón.

Mira, me dice, toca, no lo sientes.

Yo solo siento que no deberías tocar el corazón de una muchacha azul, así tan sencillo, en público, solo porque ella te lo pida.

La gente puede pensar muchas cosas. Demasiadas.

Por eso Azul se va y yo la dejo ir.

Tengo cosas más importantes que hacer que andar por ahí tocando los corazones de las muchachas azules. Espero que tú también.

Además, Azul tiene asimismo cosas importantes que hacer.

Por ejemplo, ahora va de prisa, muy de prisa por la calle, porque tiene que ir a casa de una tía, a ver los muebles nuevos.

Ver los muebles nuevos de la gente es una ocupación muy importante.

No es lejos, pero sí lo suficiente como para que el escarabajo en el corazón de Azul empiece a mordisquear y mordisquear.

A Azul le duele tanto mordisco y tanto arañazo.

A mí también me dolería.

A ti también, si tuvieras corazón.

El escarabajo en el corazón de Azul es un escarabajo muy consentido. Siempre mordisquea en los mejores rincones, esos donde suele esconderse el susto de un regalo inesperado, y la angustia de una voz desconocida, pero muy hermosa, en el teléfono.

Azul nunca recibe regalos inesperados. Y todas las voces, por teléfono, le suenan horribles.

El escarabajo a veces pone sus huevos, y de ellos salen muchos escarabajitos. Esto ocurre, por regla general, de noche, en la oscuridad de la cama. Los escarabajitos caminan las arterias y las venas de Azul, mordisqueando, arañando. En ocasiones, de un modo inexplicable, exploran el sistema nervioso, a lo largo de brazos y piernas, y entonces algunos músculos diminutos, de esos que desconocemos poseer, repiquetean bajo la piel de Azul, así; trrr…, y Azul se maldice por tener venas, arterias, brazos, piernas, músculos, huesos, pelo, ojos, pensamientos…

Pero nunca se maldice por tener corazón.

Como ves, Azul es, después de todo, una muchacha fuerte.

Por la mañana, los escarabajitos han salido del cuerpo de Azul y andan por las esquinas del cuarto. Si se levanta muy temprano, suele ver aún uno que otro correteando ciego a la luz del sol que entra por las ventanas. Tras chocar en su carrera loca con las patas de la silla y los zapatos, terminan escondiéndose en el clóset.

Azul siempre sacude muy bien la ropa antes de ponérsela.

No es conveniente andar por ahí con bichos en la ropa. La gente puede pensar cosas muy raras si te ve rascándote cada tres segundos. Puede pensar, por ejemplo, que tienes bichos en la ropa.

Y de nada sirve explicarles que no son simples bichos, sino escarabajos.

Eso solo tiende a complicar la situación.

Azul va por la calle de prisa, muy de prisa.

La veo eludir los semáforos, las alcantarillas, los gatos y los hombres. Azul es una muchacha muy cautelosa, además de azul.

La veo mirar al cielo y contar las nubes, mirar al suelo y contar los escarabajos que deambulan fugados del corazón de alguien. Azul desearía conocer a esa otra persona.

Quién sabe, tal vez esos escarabajos estén buscando un corazón donde alojarse.

Azul los elude, y yo la oigo pensar.

Quizás dios me está castigando por mis pecados, piensa Azul. Así que sospecho que tendré que cometer algunos para merecer el castigo.

Azul gira su cabeza noventa grados a la derecha y noventa grados a la izquierda: está comprobando que nadie la sigue, nadie la juzga, la censura, la castiga.

Yo me escondo. No sea que sospeche que soy yo quien la castiga.

Azul llega al fin a casa de su tía.

Besos, abrazos, cómo va la vida, bien, gracias.

Y bueno, dice al fin la tía, qué opinas de los muebles.

Ah, los muebles, recuerda Azul.

Son muebles.

Están lindos, no sé. Un lindo color, quién sabe. Cómodos, parece. Sí, cómodos.

Son muebles.

Pero el escarabajo muerde allí dentro, en su corazón, y Azul se obliga a decir: Son preciosos, tía, y de verdad que elegiste muy bien la paleta cromática, contrasta maravillosamente con las paredes, y se ven comodísimos, sí, sí, están requetecomodísmos.

Ay, ¿verdad que sí? Espérate, que voy a hacer café, dice la tía.

Un niño llega corriendo —los niños siempre llegan corriendo de alguna parte. Es el primito de Azul.

Te voy a enseñar una cosa, dice.

Azul le presta muchísima atención.

El primito de Azul es un profesional. Un profesional de nueve años. Eso quiere decir que todos los días cumple su ardua misión de salvar el mundo. Y no una, sino varias veces. Una vez lo vi salvar el mundo diecisiete veces en cinco horas.

A Azul le intriga cómo su primito de nueve años logra ser semejante héroe.

Mira, le dice el primito, te voy a enseñar.

Enciende el televisor, mete el CD, aprieta un botón, y el mundo ya está en peligro.

Una vez más.

Lo primero es aprender a moverte y golpear, dice él.

Spiderman corre por los techos, salta de edificio en edificio, colgado por un hilo del cielo invisible, sobrevuela calles cubiertas por una niebla amarilla. De vez en vez, hay villanos en los techos —tienen pistolas muy grandes y caras de bestias parapléjicas—, y hay que derribarlos con patadas. A veces, Spiderman se les trepa arriba y les machuca la cabeza con los puños. Azul sospecha que no es pelea limpia.

Hay movimientos diferentes, dice el primito, pero ellos mismos te enseñan.

El primito —es decir, Spiderman—, corre, y entra en un edificio. Un señor se le acerca, lo saluda y le explica:

“Los terroristas han ocupado el nivel secreto del laboratorio. Debes ir por los conductos de ventilación. Para avanzar a gatas, mantén apretada la tecla ▼.”

Correr, saltar —ves, dice Spiderman, ahora vamos por los conductos—, avanzar a gatas, llegar hasta una rejilla. En una esquina de la rejilla parpadea un rombito verde.

Eso que hace tic tic ahí significa que es una cosa que puedes tocar para que funcione, explica él.

Y de verdad, toca la cosa y la cosa funciona, la rejilla se abre, y suena una alarma.

Ahora hay que correr, o llega la patrulla.

Correr a dónde, pregunta Azul, maravillada.

A la derecha, y después por una escalera.

Cómo lo sabes.

Porque ya eso lo aprendí. Aquí me mataron como cinco veces.

Azul ríe de felicidad. Qué bien que ya haya aprendido. Qué bien que ya no puedan matarlo. Y luego mira a su primito con algo de tristeza. Es duro, con nueve años, haber tenido que morir tantas veces. Y renacer otra vez en el mismo lugar. Sí, es muy duro.

Pero espérate, vamos a cambiar, que ya este me lo sé de memoria.

Otro CD.

“Bienvenidos al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería”, dice el señor de barba blanca. “Yo soy Albus Dumbledore, vuestro director. Hogwarts es un lugar lleno de secretos. Os invito a que descubráis algunos por vosotros mismos.”

Tienes que aprenderte bien cómo hacer los hechizos, le dice Harry Potter a Azul, de lo más severo, me estás oyendo.

Sí, te estoy oyendo, dice ella, muy atenta.

“¡Wingardium Leviosa!”, grita Harry Potter, y un candelabro vuela hasta la cabeza de un monstruo.

“¡Estupendo, Harry, te has cargado al Policorno Silbador! ¡Con eso hemos ganado veinte puntos para Griffyndor!”, aplaude un personaje pelirrojo, “¡Ahora, oprime los botones ▲■▲ en secuencia para llamar a tu escoba voladora Nimbus 2005!”.

Harry oprime los botones, la escoba llega volando y se lo lleva por los aires hasta las afueras del Colegio Hogwarts. Allí, en los bosques, ruedan aros de fuego, chamuscando las ramas más bajas y espantando a las criaturas mágicas.

Tengo que atravesar los aros en menos de quince segundos, gruñe Harry, o no tendremos salvación.

El destino de inocentes está en los dedos ágiles de este consumado piloto de escoba.

El Harry Potter sentado junto a Azul manipula sus controles, y el Harry Potter en la pantalla vuela raudo, en complicadas maniobras, cruzando los aros de fuego. Los reflejos hacen que el Harry Potter junto a Azul se incline a uno y otro lado, y Azul también se inclina a uno y otro lado con él.

A esto se le llama interiorización del personaje.

Sufre, Stanislavski, sufre.

Ahora debo ir a buscar grageas con sabor a cerilla de oídos para dárselas a los hermanos Weasley, reflexiona Harry Potter en voz alta. A cambio, ellos me darán las contraseñas…

La tía reaparece, deja una taza de café en manos de Azul, y se va para el patio: Tengo la lavadora andando, espérame un ratico.

¿Quieres probar? El primito le da a Azul los controles, y se va corriendo.

Azul mira los CDs. La pantalla. Los controles. Los muebles. Las paredes.

El escarabajo suelta una risita.

El muy no-sé-qué.

La pantalla.

Azul está en un cuarto blanco, muy blanco y desnudo.

Sólo una pantalla, y los controles en las manos.

Junto a Azul, sentada hombro con hombro, está Azul.

Y en la pantalla, está Azul.

Primero tienes que aprender a moverte, le explica Azul a la otra Azul.

Y Azul en la pantalla se mueve por una casa digital, del baño a la cocina, de la cocina al cuarto, del cuarto a la sala, de la sala a la calle.

“Bienvenida a la parada del ómnibus”, dice el mulato con diente de oro, “Se te hace tarde para el primer turno de clases. Tienes que coger el próximo vehículo, o estarás perdida. Para saltar por una ventanilla hacia el interior, oprime las teclas ●+. Para saltar por encima de las cabezas de los que vienen colgados en la puerta, oprime ■+●. También puedes obtener puntos extra si logras un aventón. Para ello, cuando veas aproximarse un vehículo, oprime +▲ para sacar el busto. Buena suerte.”

Azul se muerde los labios con resolución. La mejor variante es la de la ventanilla. Teclas en acción… y ya está dentro.

Uf, eso fue fácil.

En la entrada de la facultad, la recibe un condiscípulo:

“Felicidades. Has llegado a tiempo para el primer turno de clases. Has ganado diez puntos. Pero el elevador está roto, y la escalera, recién trapeada. Ve a la cátedra de Economía Política y coge un equipo completo de alpinismo. Luego, escala el edificio hasta el quinto piso, donde te están esperando para la clase de Latín.”

Azul en la pantalla corre por los pasillos, encuentra la cátedra y el equipo de alpinismo. Sale a la calle, emprende la escalada… Y llega a tiempo. Diez puntos más.

¡Fenómeno!, gritan juntas Azul y Azul, aplaudiendo a la Azul en la pantalla.

Sigue el juego.

Ahora es cuando llego al teatro, dice Azul. Pero no debo entrar. En vez de eso, tengo que doblar la esquina y sentarme en el parque.

Cómo lo sabes, pregunta la otra Azul.

Porque si entro al teatro, voy a conocer a un tipo que dos noches después me va a violar en una fiesta. En el parque va a estar una amiga esperando a su novio. Pero ella se irá, cansada de esperar, yo me quedaré, y él llegará medio minuto después. Y entonces él se hará mi novio. Eso me dará veinte puntos, y además, es el paso al nivel siguiente.

Qué sencillo. Ay, este juego me gusta. Qué fácil es.

Verdad que sí… No te engañes. Esto lo sé porque ya lo aprendí. Aquí me violaron como ochocientas veces, hasta que adiviné cuál era el camino.

Dedos, teclas, dedos, teclas.

Esto va mal. Debería tener más puntos al llegar a esta parte. Con tan pocos puntos, aquel hombre, ese sentado en el muro del malecón, no querrá salir conmigo.

Y entonces.

Tendría que volver atrás, y rehacer los episodios seis —el del maquillaje—, y ocho —el de la supervivencia del maquillaje en el ómnibus. Pero eso es mucho trabajo. Hubiera sido mejor acumular esos puntos en el episodio siete, donde puedo intentar capturar a ese hombre por teléfono antes de que salga de su casa y decirle que venga para la mía.

Bueno, hazlo.

No, ese episodio no se puede repetir.

Y entonces.

Fácil.

Oprimir un botón.

Ir a orinar, tomar agua, buscar unas galletas, arreglar los cojines, volver a sentarse.

Oprimir un botón.

Empezar de nuevo.

Es solo un juego, sabes, siempre puedes empezar de nuevo. ¿Quieres probar?

Sí, pero déjame ver un poco más cómo lo haces. Todavía deben faltar movimientos especiales…

Sí, mira: Para mantener todo el curso enamorado a tu profesor de Lingüística sin tener que darle el culo, debes apretar ▲+▲ cada vez que te cruces con él; así terminarás con notas de cinco y el culo virgen. Para que el amor de tu vida no se corra con ninguna de esas pirujas-activistas-de-sindicato-fans-a-Ricardo-Arjona-Alejandro-Sanz de su trabajo, tienes que apretar ■+■ cada vez que hagas el amor con él, fíjate bien; ■+■, no te olvides de esa combinación. Y para que no se mueran tus padres, para que no se vayan tus amigos, para que duermas por las noches en vez de aprender los cantos de los gallos y las ranas, para que logres estirar doscientos treinta y siete pesos de salario hasta fin de mes, para que puedas alimentar a tus hijos, para que las mañanas empiecen con el sol y los días terminen con una sonrisa, para todo eso hay combinaciones especiales de botones.

Ay, pero todo eso es tan complicado.

Sí, pero tienes que aprender. O pierdes en el juego.

¿Sabes qué? Prefiero no jugar.

Ja ja ja. Si no juegas, también pierdes.

¿Y qué pasa si pierdo?

Pues que de algún rincón sale un escarabajo y se mete en tu corazón.

¿Así de simple?

Así de simple.

¿Y qué te hace ese escarabajo?

Pues ese escarabajo es una maquinita de morder y arañar, y siempre anda arañando y mordiendo por dentro tu corazón, y puedes oírlo repetir, interminablemente; estás perdiendo el juego, estás perdiendo el juego, estás perdiendo el juego…

Eso da ganas de llorar.

Sí, ¿te das cuenta? Da ganas de llorar.

Y Azul —la otra Azul, no nuestra Azul— llora.

Nuestra Azul la mira con desdén, se levanta y sale del cuarto blanco, y entra en la cocina de su tía.

Más café.

Al escarabajo le gusta el café. Como dije, es muy consentido. También le gustan las montañas rusas, los paracaídas lituanos, los ascensores sin frenos y los conciertos de Marilyn Manson.

Mientras, el primito recupera sus herramientas de salvar el mundo.

Azul no tiene ninguna prisa por salvar el mundo. De cualquier forma, sospecha que el mundo no va a venir a salvarla a ella.

Azul trata de llorar. Logra que los ojos se le pongan pesados, como si fueran a caérsele de la cara. Logra una leve picazón, un leve salitre, una leve humedad.

Y un bostezo.

Azul trata de llorar, y solo le salen bostezos.

El escarabajo le susurra que eso es natural, qué otra cosa esperabas.

Día tras día, todo se va a la mierda.

No se le ocurre un modo original de pensarlo, pero es la verdad.

Todo se va a la mierda, todo se va a la mierda, todo se va a la mierda.

Todo se va lamiendo, todo se va lamiendo, todo se va lamiendo.

¿A qué se parecerá el odio?

¿A qué se parecerá una lengua?

Azul teme que siente muchas ganas de salir a la calle a averiguarlo.

Y sale, y yo estoy allí en la esquina, y me pide, por favor, déjame probar tu lengua.

Pero le digo que no. Tengo cosas más importantes que hacer que andar por ahí probando la lengua de muchachas azules. Espero que tú también.

De verdad, espero que tú también.

Me disgustaría mucho que probases la lengua de Azul.

Hablo en serio, me disgustaría muchísimo.

Azul se va, sin conocer a qué se parece una lengua, pero sabiendo un poco, al menos un poco, a qué se parece el odio.

Sospecho que sospecha que se parece a mí.

Azul es solo una muchacha azul.

Solo Azul.

Y yo tengo cosas más importantes que hacer que andar por ahí contando cuentos de muchachas azules.

Si eres una muchacha azul, pues lo siento mucho.

Lo mismo si eres un muchacho azul.

Yo no soy Azul.

Y lo siento.

Mucho.

Michel Encinosa Fú. La Habana, 1974. Narrador y editor

Ha obtenido, entre otros, el Premio Ernest Hemingway 2002; el Premio Calendario 2006 por partida doble (Cuento y Ciencia Ficción); los Premios Cirilo Villaverde y Hermanos Loynaz 2008; el Premio de Cuento Fundación de la Ciudad de Matanzas 2008 y el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2011. Entre sus libros publicados están Sol negro (Extramuros, 2001); Niños de neón (Letras Cubanas, 2001); Dioses de neón (Letras Cubanas, 2006); Vivir y morir sin ángeles (Letras Cubanas, 2009) y Casi la verdad (Ediciones Matanzas, 2009).