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Aventuras de un escritor desconocido cubano

1.

—José Manuel debe estar buscando todavía la estación de metro para llegar hasta aquí —bromeó Senel Paz a costa del autor de Nocturnal Butterflies of the Russian Empire1 y su condición de “neoyorkino” de visita en La Habana.

Fue un azar lo que condujo al escritor de El lobo, el bosque y el hombre nuevo a unirse por un rato al trío de la paciencia, conformado por Leopoldo Luis, Ahmel Echevarría y yo. Hacía tres horas que aguardábamos la llegada de José Manuel Prieto, aunque la cita se hubiese convenido formalmente, por teléfono.

Y ciertamente, la opción de que Prieto se había perdido sólo cabía a manera de chiste. Porque estábamos parados frente al Capitolio Nacional, en el llamado “Kilómetro 0”, el mismísimo corazón capitalino. Y porque Prieto nació en La Habana, en 1962.

Era tiempo ya de que perdiéramos la fe en el encuentro…

2.

Pero dos días después entró una llamada de Prieto en mi móvil, andábamos muy cerca el uno del otro, y encima Leo me acompañaba con la cámara fotográfica colgada del cuello.

A contrapelo de las expectativas más lógicas, la persona que nos topamos ni siquiera tenía “pinta de extranjero”. Lo escudriñé bien: Piel mestiza, estatura mediana, algo grueso; vestía shorts de color beige, largos hasta la rodilla, y un pulóver común. “El domingo ya me voy y quise pasar un rato en las Playas del Este”, explicó José Manuel y se sacó de la cabeza una gorra en la que distinguí el emblema de los New York Knicks.

Analicé entonces sus maneras; buscaba yo el aire desenvuelto, cosmopolita, que uno imagina en alguien que vive en la ciudad de los rascacielos. Pero no… El rostro afable, un hablar pausado y poca desmesura en los gestos, me hizo recordar más bien mis experiencias de trato con mexicanos. Y de inmediato se lo atribuí al tiempo vivido por José Manuel en México, algo de lo que me había enterado leyendo su biografía en Internet.

No se notaban en Prieto las ínfulas presumibles en un escritor publicado por Mondadori y Anagrama, y autor de Livadia, novela que recogió excepcionales críticas de medios como The New York Times, The New York Review of Book, Le Monde y The Times Literary Supplement. Al contrario, desde el inicio propició una charla relajada, que borró la aprensión mía por no entrevistarlo como Dios manda y la ocasión facilitaba.

Nunca he querido entrevistar a escritores sin antes haber leído sus libros. Pero en este caso no tuve opciones. Apuesto a que el 99,9975 por ciento de los cubanos ignora la existencia de un paisano escritor cuyo nombre es José Manuel Prieto. Al menos yo formo parte de ese 0,0025 que lo conoce de oídas. ¿Cuántos compatriotas míos habrán tenido en sus manos un libro de Prieto? ¿Trescientos?

3.

La hoja de vida de una persona trashumante es siempre atractiva. Y si es cubano más todavía. Porque la trashumancia no es un rasgo muy común entre mis coterráneos. Incluso los que alcanzan a tener la oportunidad de “levantar el vuelo”, suelen transitar solamente en el sentido de la ida, o se pasan la vida entera en un ir y venir, como la lanchita de Regla, entre los mismos puntos de embarque. Por eso fue interesante que José Manuel contara su historia:

—En 1982 me voy a la Unión Soviética a estudiar Ingeniería Electrónica. A Cuba regreso en 1986 y me ponen a trabajar en una empresa llamada SERVITEC, donde se reparaban aquellas primeras computadoras rusas. Como yo me había casado con una rusa, retorno a Moscú en el año 88. ¿U 89…?

Estando ahí, le “agarraron los cambios”, la URSS volvió a ser Rusia, empezó a hacer traducciones de literatura rusa, surgieron las facilidades para viajar, y en uno de ellos puso el pie en México.

Lo sedujo la tierra azteca y ahí se le abrieron nuevos caminos. Alcanzó un Doctorado en Historia en la Autónoma de México, participó en la redacción de varias revistas culturales, enseñó en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), hasta que la estancia se dilató por una década, entre 1994 y 2004.

Por el medio, durante los 90, se da una vuelta por el terruño y publica acá los cuentos de Nunca antes había visto el rojo (Un libro espectral. Todavía busco alguien que lo haya visto o posea un ejemplar).

La obtención de una beca del Cullman Center for Scholars and Writers propicia la mudanza a Manhattan. José Manuel queda fascinado con la New York Public Library y los tesoros literarios que ahí se archivan.

Por esa época había publicado ya Enciclopedia de una vida en Rusia (Ed. Conaculta, México, 1998), Livadia (Ed. Mondadori, Barcelona, 1999), Treinta días en Moscú (Ed. Mondadori, Barcelona, 2001), El tartamudo y la rusa (Ed. Tusquets, 2002, cuentos).

Por ese entonces la crítica lo elogia ya por “la elegancia de la prosa”, “la riqueza psicológica de los personajes”, “la estructura compleja de las novelas”, “los homenajes literarios”, y le señala influencias o lo compara nada menos que con Borges, con Proust, con Nabokov… En 2007 publica Rex con la Editorial Anagrama y en El Cultural, de España, se dice: Leer a Prieto es dejarse llevar, dejarse afectar por una verdadera experiencia de lectura”.

—Ahora mismo —culmina su recuento José Manuel—, acabo de terminar una nueva novela, que lleva por título Voz humana.

4.

Para dar un giro a la conversación le pregunto a Prieto si conoce algún otro escritor cubano que esté viviendo en Nueva York.

—No —responde.

Me viene a la mente una frase tonta, “El habanero solitario”, que parece remedo del título de un viejo cómic. José Manuel me cuenta que habita en el Upper West Side, cerca del Hudson, y me da por imaginármelo paseando muy solo, por las riberas del gran río, lanzando piedritas al agua mientras evoca su infancia a la orilla del vasto mar tropical.

¿Habrá al menos un entorno literario donde él pueda encajar?, me pregunto, y decido indagar.

—El ambiente literario en Nueva York es riquísimo, pero en inglés. Para los que escribimos en castellano no es igual, aunque hay sus espacios… Mira, sobre ese tema tengo escrito un artículo, te lo voy a mandar y lo publicas si quieres…

—¿Has pensado en pasarte a escribir en inglés?

—No, nunca se me ha ocurrido eso…

—¿Vives de la literatura?

Prieto sonríe como si le hubieran contado un chiste.

—Imparto clases en la Universidad —responde.

5.

Cuando los cubanos de la isla andan de paso por cualquier parte del mundo, suelen soltar esta advertencia: “Por favor, no he venido aquí a hablar de política”. Algo muy curioso, porque estando entre compatriotas solo brotan dos temas obsesivos de conversación: los deportes y la política.

Sin embargo, nosotros (José Manuel, Leo y yo) no hablamos de deportes en ese encuentro. Tampoco mucho de política, a decir verdad… Sí, en cambio, bastante de literatura, a pesar de que en algún momento José Manuel dijo que…

—La literatura no le importa más o menos a nadie.

6.

En 2011 a Prieto lo invitaron a participar en la edición del número 82 de la prestigiosa revista Review, de la Americas Society de Nueva York. Fue un número especial, titulado “Cuba Inside and Out”, que reunió a Reina María Rodríguez, Pedro de Jesús, Juan Carlos Flores, Ena Lucía Portela, Abilio Estévez, Rolando Sánchez Mejías, Damaris Calderón, Amir Valle, Nivaria Tejera, entre otros cubanos “de aquí” y “de allá”, y que funcionó como muestra de la actual literatura cubana.

Sobre esa experiencia dijo José Manuel en una entrevista que la literatura cubana “es una sola, no importa desde donde se escriba” y “está muy al día en cuanto a temas y tendencias con lo que se hace en toda América Latina y en España (…) no se reduce a la protesta, a la denuncia, sino que busca plantearse preguntas más profundas, funcionar más allá de las contingencias políticas o biográficas”.

A propósito del tema, averiguo con Prieto sobre el nivel de actualización de los lectores estadounidenses acerca de la literatura cubana.

—Sólo en los círculos académicos, donde se estudia a Lezama, a Carpentier… De los vivos, está Barnet, con sus libros etnográficos, Biografía de un cimarrón

—¿Y la latinoamericana?

—Para los estudiosos sí cuentan Cortázar, Carlos Fuentes, Vargas Llosa, pero el lector norteamericano promedio apenas reconoce a Borges, a García Márquez, a Bolaño que se ha sumado a última hora, y para de contar… Ah, también a Isabel Allende, y sin ponerse a distinguir si ella es de los buenos o no…

—¿Qué piensas del fenómeno Bolaño?

—Conocí a Bolaño en 2003, durante la Feria del libro de París, y en ese entonces todavía era uno más. Estábamos juntos, en el stand de Anagrama, como decimos nosotros, “mosqueados”…

“Su muerte pudo contribuir al aura que tiene hoy, pero creo que sobre todo vino a llenar el vacío en un momento diferente… Pues si el boom latinoamericano está asociado a los años 60, la revolución cubana, las utopías; en cambio, Bolaño aparece para rellenar el imaginario del desencanto, del fin de siglo y el fracaso de las utopías.

“Yo pienso que en el auge de un escritor, en definitiva, hay que buscar siempre las razones en contingencias extraliterarias más que en el valor mismo de su literatura.”

—¿Y tú qué contacto tienes “desde allá” con la literatura cubana “de acá”?

—Trato de estar al tanto a través de los amigos escritores que están en Cuba, de gente como Eduardo del Llano, Arturo Arango, Víctor Fowler, Carlos Alfonso, el propio Senel Paz. Ahora que estoy aquí, por ejemplo, fui ayer a Torre de Letras, el espacio de Reina María.

“Y estando en Nueva York, pues hago cosas como la presentación de la novela La vida real de Miguel Barnet, o hago una fiesta en casa para celebrar a Leonardo Padura y el lanzamiento de la edición en inglés de El hombre que amaba los perros.“

La plática se ha extendido más allá de dos horas. También José Manuel ha hecho sus preguntas. Él se interesó en saber sobre Isliada; Leo y yo le exponemos acerca del proyecto; y luego le sacamos la promesa de hacernos llegar sus novelas, para leerlas y compartirlas.

Llega la despedida con un “ojalá que el judío no te retenga en La Habana” (por esos días el huracán Isaac se abalanzaba sobre la isla). Cuando ya nos quedamos solos, Leo y yo comentamos “Qué buena conversa, eh”, y revisamos las instantáneas fijadas en la cámara.

7.

Pasaron los días, y no fue hasta la madrugada del 30 de agosto que me puse a revisar las notas del encuentro con Prieto y empecé a escribir la crónica para Isliada.

En eso estaba cuando se coló por la ventana una de las butterflies a las que tildan de “brujas” por su matiz casi negro, y fue a posarse justo enfrente de donde yo me afanaba en la laptop.

Existe entre cubanos un sentimiento supersticioso que asocia las mariposas nocturnas con el mal agüero. Pero dentro de mí tal creencia funciona de modo totalmente contrario; y de ahí que al instante adivinara yo el motivo de la visita del bicho.

Fui al buzón de entrada y en efecto, había llegado un email de José Manuel:

“Ya en NY. El domingo suspendieron todos los vuelos, excepto el mío. Y el tiempo en NY era excelente…”

NOTAS

1. Título de la edición en inglés de la novela Livadia.

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