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Aquella noche en Moscú

Vasilio hojea el almanaque que tiene en sus manos hasta detenerse en el mes de enero. Su mirada se posa en una pequeña foto a un lado del buró. Que felices éramos por aquel entonces Lena —se dice—, cuando pasábamos el invierno en Moscú. Ahora todo es bien diferente. Continúa hojeando el almanaque hasta ponerlo en el mes actual: agosto. Repasa el pliego como si acariciase a una mascota. Ya solo se ven en fotos —murmura. El almanaque le devuelve la imagen de una palma real.

El frío está que pela, piensa. Vasilio avanza en la moto por la Avenida Boyeros. Hace ya dos años que se encarga del Departamento de Homicidios y, a decir verdad, no le ha ido tan mal. La prensa le quiere y el Alcalde de la ciudad lo tiene entre su lista de ciudadanos notables. Antes de dirigir el Departamento no pasaba de ser un teniente más de la escasa Policía de la agitada Habana. Pero el azar quiso que, de la noche a la mañana se convirtiese en el policía más seguido de los medios. Notoriedad que se debió a su aptitud holmesca para solucionar uno de los casos más escalofriantes de los últimos años: El Sapo, fue el nombre que le dieron los periodistas amarillos a un asesino que puso a la añeja ciudad patas arriba, dilatándose su captura por más de un año, año y medio, para ser más exactos.

La Avenida está casi desierta. Las pésimas condiciones del tiempo enclaustran a más de media ciudad dentro de sus calurosas y resguardadas guaridas. Vasilio acelera, la moto ruge cortando la masa de aire frío que a ratos la mece como si fuese una simple pajilla seca. Siempre es el primero en llegar a la escena de un crimen y hoy no será la excepción. Por fin se divisan los faros rojos y azules del patrullero que le espera.

Le cuesta dejar la moto, a pesar de las guantillas sus manos están adormecidas y los nudillos le duelen como si alguien hubiese caminado sobre ellos. Parquea la moto con sumo cuidado. Lo último que quisiese es arruinar una escena criminal. Del otro lado de la Avenida está el Ray’s Café. Lena y él solían venir una vez al mes, a reventarse los estómagos de comidas afrodisíacas.

—¿Ustedes fueron los primeros en llegar? —pregunta Vasilio.

Uno de los uniformados de la patrulla, el más alto de los dos, le contesta:

—¿Ve a alguien más?

Vasilio se agacha para recoger un trozo de metal que le resulta extraño. El tono en la respuesta del patrullero le produce un molesto escozor en el cuero cabelludo. Avanza hacia él, pausado. Saca una bolsa de nylon de uno de los bolsillos del jeans y guarda la posible evidencia. ¿Este con quién pensará que habla? Cada vez que alguien lo maltrataba en el Departamento, cuando aún no pasaba de sargento ordinario, sentía una rabia interna que le calcinaba el hígado. Un mal que le acarreó no pocos trastornos estomacales y le ganó la fama de berrinchoso. Pero las cosas casi nunca se salían de su curso, pues su físico de casi dos metros y una habilidad envidiable en el manejo de sus piernas, terminaba convenciendo a cualquiera. Ahora maneja las cosas de forma diferente. Ubica ese tipo de situaciones en la gaveta de los asuntos invertebrados, como él les llama. Y si tiene tiempo para más, cosa que nunca sucede, les da su debida solución. Pero hoy no es un día común, no para Vasilio, que acaba de dejar sobre la mesa del comedor de su casa la sentencia de divorcio del tribunal.

Por lo general, los del Departamento no eran bien vistos por los policías de uniforme, casi a modo de cliché cinematográfico, bajo el argumento de que el trabajo sucio siempre les tocaba a ellos, mientras los del Departamento se repartían el pastel.

A pesar de las adversidades, Vasilio prefiere concentrarse en su trabajo. Camina en círculos alrededor del cuerpo, que yace tapado con una sábana blanca toda ensangrentada. Hasta el más minúsculo de los objetos puede resultar imprescindible si de un crimen se trata y eso Vasilio lo sabe. En menos de diez minutos el lugar parece un campo minado. Vasilio planta balizas por todo el sitio. Si este frío sigue, pronto nevará en La Habana. La brisa sopla cada vez más fuerte y arrastra la hojarasca por toda la Avenida, convirtiendo la escena en un verdadero manicomio.

Vasilio se aproxima al cuerpo, se acuclilla y con la sutileza de una bailarina descubre sus piernas. El parecido con un cuerpo humano le resulta difícil de creer. Una sangre ennegrecida colma casi todo el sitio. Su rostro pudiera ser el de cualquier chica de la gran ciudad. Alguien se burla de nosotros. La industria corporativa camina a pasos agigantados y los androides son cada vez más humanos. Vasilio se siente como un cascajo obsoleto ante el cuerpo gomoso. No sé para qué el jefe me dice que venga a estas chiquilladas.

Vasilio mira en todas direcciones como si se tratase de un faro costero. Imagina que tras alguna de las tantas ventanas y resquicios, en algún lugar cercano, alguien se mofa de él con la mayor tranquilidad del mundo.

Uno de los uniformados se le acerca:

—Señor, para usted.

Vasilio toma el comunicador de la patrulla. Del otro lado de la línea su jefe le pone al tanto del hallazgo de un cadáver, a escasas cuadras de su posición actual. Vasilio tiene un mal presentimiento, concluye la llamada y prende un cigarrillo.

Un auto policial se aproxima. Yurién siempre apurado, cree que es repartidor de pizzas. Se conocen desde hace mucho, ambos solían compartir pupitres en los días de Academia. Soñaban convertirse en grandes investigadores, pero a su compañero el mundo de los vivos siempre le pareció muy complicado. Vasilio va su encuentro. Yurién sale del auto pero regresa de inmediato por la chaqueta de cuero del Departamento. La Avenida sigue desértica.

—¿Cómo están las cosas por acá? —pregunta Yurién, algo acatarrado.

—Otro más —le dice Vasilio—. Pero a este ponle mayor empeño.

—Pues no perdamos tiempo.

Yurién se aproxima al androide.

—Ya veo que has hecho bien tu trabajo —dice Yurién, evadiendo con saltos las balizas fosforescentes que señalan las evidencias.

Vasilio se queda algo rezagado. Sus ojos siguen inspeccionando el área como si fuese un águila a la caza de algún bocado matinal.

—¿No lo habías dejado?

—Lo mismo me pregunto yo.

—Había escuchado de esta tecnología, pero interactuar con ella es algo bien distinto.

—¿Qué cosas dices, Yurién?

—¿Ya viste el parecido?

—No me jodas con eso.

—Te hablo en serio. Esto es lo último.

—Sí, como no. Solo veo un maniquí.

Vasilio concentra su atención en Yurién, que no deja de examinar el androide como si fuese una chica real.

—Tienes que darte prisa amigo mío. Tenemos un caso real a unas cuadras de aquí.

Yurién lo mira, sus ojos esbozan un caudal de preocupaciones.

—A mí también me dio mala espina. Algo me dice que están conectados. Concéntrate en su cara, por si acaso.

Luego de recoger las balizas, empacar y etiquetar debidamente cada evidencia, marchan hacia la otra escena.

Vasilio intercambia miradas con Yurién, que no cesa de apretar el obturador de la cámara. Uno de los uniformados que custodia la escena se acerca con una sábana. Vasilio lo detiene, pensativo. Sus ojos confirman lo que hasta el momento era solo una corazonada policíaca: la cara de la chica es idéntica a la del androide. No puede creerlo. Se siente preparado para ver casi cualquier cosa por horrenda que esta sea, pero esto va más allá de una simple burla. Es una ofensa directa. Una cachetada en pleno rostro. La noticia puede convertir al Departamento, en un trozo de pan en medio de la Plaza Vieja, y los periodistas serían las palomas.

—Este se ensañó —le dice Yurién, mientras husmea bajo el cuerpo.

—¿Crees que fue aquí?

—No lo parece. Creo que la sangre es solo para despistar.

Vasilio se aleja del cuerpo con un manojo de balizas en las manos. Cuando concluye su recolección deja a Yurién a cargo del empaque y demás mecanismos rutinarios de una escena criminal. Quiere llegarse al Departamento para trabajar en el ordenador con lo recolectado hasta el momento.

Vasilio cubre parte de su rostro para evitar las ráfagas de viento que cruzan la Avenida de lado a lado, como verdaderos cuchillos filosos. Nadie va a burlarse de mí. Acelera. Está ante un pasadizo desconocido para él. En los años de la Academia escuchó de las muchas mañas que tenían los perpetradores para burlar a las autoridades, pero jamás se tropezó con algo siquiera similar. “Es lo bonito de esto”, le decía su profesor de Criminología, “Siempre te encuentras con algo novedoso que desentrañar”. Acelera aún más. La moto se torna casi insostenible, por el fuerte viento. Deja atrás los semáforos por poco margen. Espero que Yurién no abra mucho la boca.

Desde el panorámico ventanal del Departamento, Vasilio hace desfilar su mirada sobre la parte más añeja de la ciudad. Una zona en decadencia. Muy poco frecuentada por detectives de su categoría. Las paredes descarnadas parecen burlarse del tiempo y de sus moradores, que aún se empeñan en sostenerla, so pretexto del Patrimonio. Las ráfagas de viento retuercen las ramas de la cortina de árboles que se extiende a lo largo de la calle. Lena vuelve a su mente. No había pensado en el dichoso dictamen de divorcio. Siente que algo le oprime el pecho, como si tuviese un gran peso encima del tórax. Hace mucho que no la ve. Se percata de que le cuesta remembrar su rostro. Aquel cutis que lo cautivó desde el primer instante. Fueron buenos tiempos. Luego llegó la crisis financiera. Después las malas noches, las peleas, los hijos que nunca llegaron. El engaño. La ruptura. El bullicio tecnológico de la oficina no distrae la atención de Vasilio, que permanece frente al vidrio, incólume. La secretaria clama por él.

—Señor —le dice—. Por la línea dos.

Vasilio toma el teléfono y marca. Es Yurién, con algunos resultados parciales de las pesquisas.

—Tú siempre tan eficaz —le congratula Vasilio.

—Te diré que es un androgift

—¿Cómo?

—El maniquí compadre. Es lo último en el mercado de las corporaciones médicas.

—Bueno, eso ya lo imaginaba.

—Pero lo mejor está por llegar…

—Dispara.

—Solo lo produce una compañía irlandesa. La TOPsystem. ¿La conoces?

—Me suena. ¿Ellos no fueron los que compraron los terrenos de la antigua terminal de ómnibus?

—Tienes buena memoria. Aún hay más. Resulta que todavía no lo han lanzado al mercado.

—¿Cómo dices?

—Que parece que se trata, además, de un robo corporativo. Sabes que eso está de moda.

—Ok, Yurién, me llamas si ves algo más. ¿Y de la chica?

—Bueno hombre, el computador está frente a mí. Yo soy de carne y hueso.

—Está bien, pero no aflojes. Me pondré en movimiento. No estaría mal una visita a esos almacenes.

Vasilio le ordena a la secretaria que le tome cualquier mensaje importante que llegue, siempre y cuando esté relacionado con el caso que atiende. Algunos compañeros le miran algo recelosos y otros se mofan del caso a sus espaldas. Vasilio lo imagina, pero nada detendrá su lucha por encontrar al asesino. Fuera del edificio la masa de aire frío le golpea en el rostro como si fuese un puñetazo. Se coloca el casco protector y parte rumbo a los almacenes de la TOPsystem. Una compañía irlandesa que no goza de un pasado muy transparente.

Aparca la moto a un lado de la cerca perimetral que lo separa de los almacenes. Un guardia con aspecto de matón se le acerca.

—Soy del Departamento de Homicidios. Tengo una cita.

—No hay problema, teniente, pase usted.

Tiempo atrás, cuando la compañía entró en la pugna por los terrenos que hoy ocupan sus almacenes, uno de sus directivos se vio involucrado en un asesinato. Vasilio atendió el caso y gracias a su pericia logró probar la inocencia del mismo. La prensa nunca creyó la historia y los informativos más reaccionarios llegaron a tildarlo de soborno. A modo de agradecimiento, las puertas de la compañía siempre están abiertas para él, cualquier día a cualquier hora.

Vasilio rodea los almacenes, que se alzan ante él como murallas infranqueables. No hay movimientos importantes de mercancías. Alguien le explica que las instalaciones aún están en fase de aprobación por las autoridades estatales. Eso explica esta calma. Todo parece estar en su debido lugar y los sistemas de alarma son de última resolución. Ni un gato pasaría inadvertido las cercas metálicas. El único punto débil es la puerta. Indaga con los jefes de seguridad sobre los guardias encargados, pero estos no revelan nada significativo. Sabe que no le dirán nada al respecto. Aceptar una falla en sus sistemas internos de vigilancia significaría ponerse en riesgo corporativo frente a sus competidores.

Antes de abandonar el lugar echa una última ojeada al guardia de la puerta. Su rostro no le convence. Una corazonada le dice que el individuo esconde alguna información valiosa. Trata de amilanarlo con algunos cuestionamientos, pero este le cierra el paso a cualquier clase de cooperación. Si no es él, algo sabe. ¿Y si no, por qué sudaba tanto?

Vasilio irrumpe en el Departamento y le indica a la secretaria que lo comunique de inmediato con Yurién. Entretanto su jefe le llama desde la oficina.

—Diga usted.

—Ve a esta dirección y rápido.

—¿Ahí no hay una escuela?

—Encontraron otra de esas porquerías plásticas. Ya sabes lo que puede venir después.

—Mierda.

—Mierda me hará el Alcalde si no agarras al cabrón que está riéndose de nosotros. Tienes tres días.

—Jefe.

—Ni un minuto más.

Vasilio sale de la oficina visiblemente perturbado. La secretaria le informa que Yurién ya está camino a la escena. El tiempo no está a su favor. Por otra parte, el frío imperante en las calles lo pone de mal humor. ¿Quién será este maldito y qué quiere con todo esto? Algunos compañeros del Departamento se le acercan para brindarle su apoyo. Vasilio les agradece y continua inmerso en una andanada de papeles que cubren su buró. Todos saben de sobra que le gusta trabajar solo.

—¿Has visto la jodida llave de la moto? —le pregunta a la secretaria.

Antes de entrar a la escuela se detiene en el parque arbolado que está a un lateral de la misma. Lena y él solían conversar en las tardes, cuando terminaba las clases, sobre el césped. Hablaban de la vida y los planes futuros. Un futuro que se les presentó con la fragilidad de un castillo de naipes. Ya nada volverá atrás. La última vez que conversaron, o hicieron el intento, fue en el juzgado. Para entonces ya eran un par de extraños. No puede evitarlo, todo el lugar huele a ella, puede percibir su presencia física.

—Llegas retrasado, Vasilio.

—No jorobes, Yurién.

—¿Qué tienes?

—Lo mismo.

—¿Nada nuevo o fuera de lo común?

—Como si hubiesen clonado la escena anterior. Salvo porque ahora cambió la cara.

—Deja ver. Esto no me está gustando.

Los ojos de Vasilio se pierden en la masa infantil que rebulle por todo el recinto escolar. ¿Quién querría perjudicarlo de esa manera? En menos de veinticuatro horas dos androides. Algo andaba mal, muy mal. Lo peor es que está convencido de que en cualquier instante lo llamarán del Departamento avisándole del hallazgo de algún otro cuerpo, no muy lejos de allí, y con el mismo rostro que ahora tiene delante.

—Esto empieza a calentarme la cabeza. ¿Quién lo encontró?

—La directora de la escuela. Ella reportó el asesinato, bueno, el hallazgo. Con esta belleza tecnológica es fácil confundirse.

—Tú y tus cosas Yurién. Los niños son como urracas para estas cosas.

Yurién sonríe.

—Estamos en cero. Y el jefe arde más que un clavo caliente.

A su entrada a la oficina la secretaria le entrega un papel con un número telefónico. Lleva varias horas sin dormir y el cansancio comienza a pasarle factura. Todavía no dan las diez de la mañana y ya va por seis tazas de café azucaradas. Afuera el frío no ceja. Marca el número.

—Dígame —apuntan del otro lado de la línea. La voz le suena familiar.

—Eso digo yo. Soy el teniente Vasilio…

—Ah, ya. Le habla el guardia de la TOP. ¿Me recuerda?

—Por supuesto. Pero supongo que no llamó solo para eso.

—Tenga calma. Esto no es fácil para mí, puedo perder mi empleo y sabe lo que eso significa.

—¿Por qué no hablamos en privado?

—Eso sería peor. La compañía nos tiene vigilados todo el día. Ahora le hablo desde un público, en la parte vieja de la ciudad. Ellos no vienen por esta zona.

—Bueno, dígame.

—Pues verá: hace un mes, más o menos, los sistemas de seguridad tuvieron una falla. Ellos dijeron que fue pequeña y nunca nos explicaron nada más…

—¿Y?

—Sé por buenas fuentes que durante las dos semanas que estuvimos a la deriva se llevaron una docena de los bichos nuevos. Los tal… androgifts. Ahora ya sabe, y por favor no le diga a nadie.

—Cuente con ello y gracias.

La mirada de Vasilio se torna escurridiza. Su sistema neuronal elabora más interrogantes de las que puede responder. Conque un ladronzuelo de maniquíes está jugando al asesino. ¿Pero quién pudiera ser? ¿Y qué significado tendrán los malditos maniquíes? Rellena algunos formularios burocráticos que tiene encima del escritorio. Una vieja foto de Lena le aviva la memoria. La Avenida, la escuela. ¿Qué tienen en común? Busca en las gavetas del buró alocadamente. No puede ser lo que estoy pensando. En la foto de Lena, al fondo, está la escuela donde trabajaba cuando formaban una pareja. Maldito miserable. Debe recordar otro de los lugares que frecuentaban por aquellos tiempos. Aunque para eso deba llamarla y suplicarle y arrodillársele. Cualquier intento con tal de darle caza al asesino que le tiene robado el sueño. Vamos, piensa Vasilio, piensa. Su teléfono móvil se activa. A seis cuadras de la escuela encontraron otra víctima. Vasilio mete un puñetazo sobre el buró. La saliva desciende por su garganta como una bola espinosa. El último androide tenía un rostro casi infantil.

Deja el casco sobre la moto y avanza hacia la escena criminal con más miedos que ganas. Si tuviese que escoger entre los tantos homicidios que ha presenciado, borraría los de menores de edad. Su estomago se revuelve como un molino cuando le toca ver algo semejante. Se traquea los dedos de las manos. Ordena que le pongan algo por encima en lo que esperan al forense. Va por un bulto de balizas a la moto y regresa de inmediato. Las sostiene en las manos. No sabe por dónde empezar. Nunca se había sentido así. Tiene ganas de tirarlas y que todo no sea más que una fastidiosa pesadilla. Llega el auto forense con otro médico.

—¿Y Yurién? —pregunta Vasilio, paseándose por la escena como un alma desarraigada.

—Está con el otro cuerpo.

—Le tiras fotos a los alrededores también.

El muchacho lo mira.

—Cuando termines con ella, claro…

—Es casi una niña.

Vasilio se detiene: —¿Más o menos cuántos?

—A lo sumo dieciséis.

Es un milagro que los periodistas ya no estén tras esto. Son una cabrona plaga. Pero así está mejor. Quizás este maldito lo que busque sea solo eso. Y no se lo voy a dar. A Vasilio le preocupa que todavía el asesino tenga alrededor de diez androides más en sus manos. Una cantidad así de asesinatos sería realmente fatal, no solo para él como detective, también para la imagen del Departamento que tanto le gusta a su jefe defender.

Decide quebrantar su orgullo machista y llama varias veces a la casa de Lena, pero todos los intentos fracasan. La contestadora automática está al mando. Tampoco responde a su móvil. Es una mujer muy atenta a todo. Le preocupa que le haya sucedido algo trascendental y, más aún, que tenga que ver con el asesino. Agarra el teléfono de la oficina y llama a Yurién.

—¿Cómo te va con el catarro?

—He tenido tiempos peores.

—Suelta.

—Nada, están más limpias que cuando nacieron y la sangre de las escenas es simplemente de puerco. Eso contamina más cualquier posible rastro.

—Yurién…

Vasilio se queda en silencio. No se decide a revelarle a su amigo las coincidencias de las escenas con la vida de su ex esposa. Sabe que si se filtra de alguna manera, su jefe lo sacará de la investigación de inmediato. Pero es mucha carga para él y el rumbo de las cosas comienzan a nublarle los posibles atajos que le puedan servir para resolver el caso antes de que se le vaya de las manos.

—Habla hombre.

—Tienen que ver conmigo y con Lena.

—¿De qué hablas?

—Los asesinatos.

—¿Y cómo es eso?

—Las dos escenas tienen que ver con el pasado de ella o de ambos. Eso me tiene muy preocupado. Fui a los almacenes; quien está detrás de todo esto tiene más maniquíes para sus fantasías. Pudieran ser seis o siete, no sé.

—Calma, hombre. Tampoco te culpes por algo de lo que no eres culpable.

—Te digo que la cosa es conmigo. Pero no logro aclarar de quién pueda tratarse. Después te veo, voy a ver si encuentro a Lena.

—Ten cuidado con lo que haces.

La moto avanza deprisa, el frío también. Vasilio siente que el tiempo se le escurre como arena entre las manos. Que el asesino está un paso por delante de él. Serpentea entre los pocos autos que desandan la ciudad a esas horas. Ni los más jóvenes se atreven a salir de parrandas con el frío imperante. Avanza sin un rumbo determinado, a expensas de su olfato policial. Aparca a un lado de la calle, el móvil vibra.

Mensaje: Anthony Brown. Expediente al margen No. 78. Programador-Inventor. TOPsystems. Expulsado deshonrosamente. Nueva Galiano, zona norte, 57489. Cuídate.

El rumbo de Vasilio se desvía abruptamente. Es un bólido que surca la ciudad. Sus neuronas entretejen un pasado volátil. Se trata del irlandés que estaba a cargo de los nuevos diseños de androides de la corporación. Por mera coincidencia los puntos de la investigación criminal de Vasilio se cruzaron con algunas incoherencias del proceso fabril y contable de la producción de androides. “Nos haremos cargo”, le dijeron los de la mesa directiva. Recuerda que lo plasmó en su expediente al margen, pero nunca imaginó hasta que punto llegarían esas palabras. Ahora explica el fácil acceso a los androides y el silencio de los dueños ante el robo.

Vasilio inspecciona más allá de la cerca de madera que separa a la instalación de la acera. Un añejo almacén de víveres, aún clausurado, en uno de los pocos lugares despintados de la parte moderna de la ciudad. Camina cauteloso, por el lado este. Unos ruidos al fondo de la edificación le alertan. Tengo compañía. Vasilio desenfunda su pistola automática. Sus pasos ahora son más débiles, casi imperceptibles. Una sombra se contonea en los muros perimetrales del fondo. El frío le entumece las manos. Su móvil vibra. Vasilio se detiene: es Yurién, con más información. Quiere seguir adelante, pero la curiosidad termina venciéndolo.

—¿Qué coño quieres ahora? —le dice en susurros.

—¿Dónde estás? —la voz de Yurién suena mutilada.

—Eso no importa, habla o apago.

—Tiene a Lena con él…

Vasilio apaga el móvil sin importarle el resto de la conversación. Su mirada se torna taurina. Lo que más temía es ya un hecho. El irlandés tiene consigo a Lena. Debe relajarse o el corazón le estallará dentro del pecho. Queda una posibilidad de que permanezca con vida. Necesariamente no tiene que haberla matado. “Mente positiva, agente”, le decían en la Academia. A pesar del frío el arma se le humedece. Sus habilidades se remontan al marco del campo de tiro. Son contadas las ocasiones en que ha tenido que hacer uso del arma. Casi puede ver al intruso. Vence unos ladrillos que encuentra a su paso y prosigue. Llegando al final, pega la espalda a la pared. Está seguro de que delante tiene a su hombre. Esta vez no te me escapas, cabrón. Con la destreza de un felino salta sobre un montículo de tablas corroídas para tener un tiro limpio.

—¡Alto, policía! —grita Vasilio.

El irlandés se voltea con elegancia.

—Por fin —le dice.

Vasilio se familiariza con el rostro. Advierte en su voz una ironía que le eriza los cabellos. Los brazos del irlandés están ensangrentados hasta los hombros. Hay sangre de ave por doquier. Esto es un asco. Tendido en el suelo, uno de los androides. Vasilio está consternado. Piensa que la sangre es de Lena y que ha llegado demasiado tarde. Si apretase el gatillo pondría punto final a todo, pero si la tiene escondida en otro sitio, entonces no volverían a saber de ella.

—¿Vas a dispararme?

Un maullido posterga la tensión entre ambos. Vasilio titubea. El hombre se pierde en la oscuridad. Vasilio vuelve a seguirle hasta que logra tenerlo a tiro, una vez más.

—¡Párate, cabrón! —le grita— O no vuelves a moverte.

El hombre se vale de la poca visibilidad del entorno y retrocede unos pasos. Vasilio lo pierde por un momento, pero el irlandés reaparece con Lena. Ahora todo gira en reversa. La tiene con una brillosa navaja delante del cuello y atada de manos y pies. Su ropa está algo desgajada y los brazos le sangran. Vasilio aprieta los dientes.

—¿Por qué haces esto?

—No me atraparás. Voy a hacerte lo mismo que hiciste conmigo.

—No entiendo.

—TOPsystem. ¿Te dice algo?

—¿Fuiste empleado de ellos?

—Bien sabes lo que fui. No me vengas con olvidos premeditados. ¿Me crees tonto?

—Pero mire, yo no quise…

—Cállate, inútil.

—Bueno, está bien, pero suéltala. Esto es entre nosotros. Son cosas del pasado.

—¿Pasado? ¿Eso es lo que significa para ti? Mírame bien. ¿Te parece cosa del pasado? Infeliz.

Un finísimo hilillo de sangre mana del cuello de Lena. Cualquier movimiento en falso acabaría con su vida. Vasilio lo sabe. Tiene que andarse con pies de plomo. Desearía que alguien decidiese por él, pero nadie puede. El problema es solo suyo. Sabe que si deja al irlandés llevar las riendas de la plática podría resultar fatal.

—¿Y qué buscas con todo esto?

—Acabaré con tu reputación de buen policía. Nunca darás conmigo. No suelo dejar cabos sueltos.

—Todavía podemos entendernos.

—¿Entendernos, dices? ¿Eso te lo enseñaron en la Academia? Ella iba a ser la última, la más exquisita, el más perfecto de todos. Pero para qué esperar a tanto, así sufrirás más…

Las palabras del irlandés retumban en los sentidos de Vasilio, que busca afanoso una salida viable. Si dispara puede fallar y todo habría terminado para él, tanto en lo personal como profesional.

—¿A qué esperas infeliz? Tira el arma o la convierto en un androide. Sería una pena, porque comenzábamos a llevarnos muy bien. ¿Verdad, Lena?

Los límites de Vasilio comienzan a colapsar. Si accede a la petición del irlandés, este huiría con Lena. Entonces le quitarían el caso y ella sería con toda seguridad el próximo asesinato. Tiene que dispararle aunque en ello le vaya la vida a Lena. Es la única manera de detenerlo. Si espera por los refuerzos cualquier otra cosa podría suceder y obtendría la publicidad tan anhelada de los medios. Todos son iguales, en el fondo no pasan de ser egocéntricos. El Departamento saldría muy mal parado, su jefe ardería con las declaraciones del Alcalde y a él lo pasarían a la Unidad de Patrullaje Nocturno.

El entrecejo de Vasilio se torna tan frío como el aire que arremolina la basura que pulula por todo el lugar. La pistola al frente, firme. Su perfil cubre los espacios libres de la mira, está en el trayecto del proyectil. Sus nervios se ausentan, quiere sentenciar el caso. El miedo absorbe el sudor.

—Definitivamente no la quieres tanto y a mí ya no me sirve…

Un fogonazo irradia la oscuridad. Vasilio descarga un plomo que después de rozarle el cabello a Lena, destroza el cráneo del irlandés. Lena cae, arrastrada por el peso del cuerpo inerte. Vasilio piensa en lo peor y se derrumba sobre sus rodillas. Toma el móvil y da cuenta al Departamento:

—Dos muertos…

Los gritos de Lena le interrumpen el dictamen de los hechos.

—Un muerto. No hay prisa.

Enfunda el arma y va por Lena, que a duras penas se saca el cadáver de encima. Vasilio sonríe, no recuerda tanta alegría producto de un encuentro de ambos. Son pequeñas ausencias que lastraron su relación, irreversiblemente. Lena esboza una mirada agradecida.

—No sabía que dispararas tan bien —dice Lena, consolándose entre sus brazos.

—Yo tampoco.

Lena refuerza su entrecejo.

Los faros rojos y azules se acercan al lugar. El ambiente se torna inaudible. Vasilio la arropa con su chaqueta de cuero:

—Toma, abrígate, hace más frío que aquella noche en Moscú.

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