Reseña

(A)premio de La Gaceta de Cuba: aproximaciones a una década de riesgos

Una de las acepciones de “antología” es: loc. adj. Extraordinario, digno de ser destacado y aunque la más cercana designación es la de: Libro que contiene una selección de textos literarios de uno o varios autores; desde luego, sus sinónimos también “articulan”: selección, selectas, florilegio, colección, compilación, reunión, analectas, todas suficientes y elementales desde el diccionario Espasa Calpe, S.A. ©. Pero sabemos que una antología es mucho más que esa dicotomía que registra en sus páginas los oficios de autores y compiladores por tensar aquello que el poeta y profesor Roberto Manzano define como el arco poderoso de nuestra historia lírica, incluso mucho más que esos aljibes de multitudes de poemas —para el caso de las de poesía— como un acto, un rapto o un pacto único con la literatura.

Acotado esto, no caben dudas de que no tenemos por qué ver en las antologías solo un soporte que lleva el estigma de algo que incluye en la misma medida que excluye, aún cuando los criterios del compilador estén basados en un a priori inducido. Sostengo el criterio de la libre selección para (con)formar estas ofertas, adonde, casi siempre, se va a carenar en pos de conquistar una idea orgánica y generalizada de un período de tiempo, una zona estética, una generación, un movimiento, un fenómeno que genere ese sentido y esa amalgama aglutinadora con la que pueda conceptualizarse una producción artístico literaria determinada. Un premio literario.

Una antología, entonces, según la concibo, se me antoja (in)definirla como un acoplamiento temporal en su carácter, entre lo que hoy se pretende inhibido y lo que mañana se manifieste en ademán de obligatoria consulta; mas las antologías son también un espacio para disentir desde el discurso desacralizado(r) que ellas mismas proponen per se; no las considero, como algunos piensan, un apéndice de la bibliografía, que de forma imperceptible o taciturna aparecen de vez en vez por las guardarrayas de la literatura, sino más bien un producto de su devenir —o su deber ir— que nos acerca a la otredad; otra estética, otra poética, otra manera de visualizar, otra constatación formal. La otredad, esa reencarnación que tan agraviada ha sido desde las márgenes desconcertantes de algunos discursos escépticos, otredad que como acierta la canción de Habana Abierta, dice un poco de lo que hay y un poco de lo que hace falta.

Creo que ese es el prisma con el que hay que mirar los intentos de los compiladores de textos poéticos, sobre todo cuando ellos animan la fertilidad creadora, con la intrepidez sustantiva de crear, más que un espacio tangible, una moldura juiciosa de armonías; hacer accesos directos para conciliar credos estéticos dispersos que potencien la (dis)conformidad, esos hilillos que van al gran ovillar que es nuestra Literatura (con mayúsculas), sus perspectivas, asentadas o acentuadas desde disímiles derroteros.

Así se me escurre la idea de poder encontrar ese “quiénes” que le pende a cada antología, inferido o suscrito en un “por qué” imprescindible, en virtud de la memoria de ese “qué” soportado en el índice de los elegidos, un criterio para justipreciar la voluntad inefable de la poesía como impasse de la agonizante pesadumbre que nos acecha; lo cierto es que se conforman —y se confrontan, ¿por qué no?— unas a las otras; consúltese la bibliografía de este género, por ponerle otra acepción, y regresaremos al sitio adonde comienza esta travesía, pero con muchas de estas interrogantes resueltas, desde cada una de sus variables o, cuando menos, despejadas.

Cada antología trae un afluente que, sistemáticamente, vale decir, de vez en vez, la literatura cubana produce como esa suerte de termómetros literarios réprobos o no, certeros o fallidos, más o menos consecuencia los unos de los otros, paradójicos, discrepantes, controversiales, parciales o imparciales, pero todas traen un denominador común: cada nueva entrega ensarta las expectativas de los lectores del género —críticos o leedores pasivos— con más o menos temperatura; los cierto es que estas eventuales apariciones aglutinan en sus páginas, compiladores mediante, estéticas concisas que de otra manera naufragarían o pasarían inadvertidas para la historia de la literatura nacional, para su acontecer inmediato y para ese proceso de estratificación vital por la que ha de pasar lo más granado de nuestro lirismo.

Es así que el río de nuestra literatura crea, como iniciativas loables, esos deltas de la poesía que van conformando el sedimento de voluntad y gracia lírica, como invariable excursión hacia el horizonte en cuya cercanía estamos inmersos; trepidante atisbo de coordenadas imprescindibles para acercarse al desarrollo de ese fenómeno que es la poesía cubana desde varias aristas, como son la estrictamente literaria, pero también la arista sociológica como dejara asegurado Jesús David Curbelo en las palabras de presentación de la antología propuesta por Leonardo Sarría bajo el sello de Ediciones UNIÓN, 2012; con un ingenioso y no menos incitador título: (Des)articulaciones. Premios de Poesía–La Gaceta de Cuba (2000-2010), donde congregar, con o sin el ánimo de los autores contenidos, con el sutil pretexto, repito, de comprobar el temple —más bien el estado de ánimo del devenir lírico— a una década que reclamó suprema atención para sí y no la suficiente para el Hombre en sí, es un hecho extraordinario, digno de ser destacado; de forma tal que quedan salvadas las apariencias y esas (in)certidumbres o —para colocarme a tono con Sarría— esas (des)articulaciones que, siempre, (o casi siempre) nos proveen de más. Dar es dar.

Es esta una antología que presagia la sed, entendámonos, la sed que antepone escanciar fragmentos, circunstancias, veladuras, propensión a re-pensar “yoes” que se difuminan rodeados de un universo que crepita en el tiempo de cada cual; sed que estalla en su intención como arqueo estético, sobre todo si nos hacemos eco del compilador cuando nos induce a valorarla como un sondeo—inclusivo, agregaría yo— del estado de la lírica (…) de poetas de disímiles registros y orientaciones que conforman una muestra plural, rica en matices y posibilidades de lectura;de donde “posibilidades de lectura” vendría a ser (otro) Leitmotiv, más que encrucijada, para este comentario.

Cronos (dis)pone sus marcas, arrancadas y aperos. Creo en él. En la manía de atravesar la intemperie, cada acontecimiento que se le antepone o se le pretexta en su juego a lo inmanente/trascendente con ese regusto suyo por preservar la realidad con su propio atisbo; su caprichoso e irreversible discurrir, ora velando, ora develando con qué substancia franqueamos el corredor de las discordias estéticas.

Una antología que presta sus servicios para fijar la bitácora, no ya de una generación de poetas ni de su apetito grupal, o de un manierismo escritural, sino del hecho concreto de un certamen literario como el Premio de Poesía La Gaceta de Cuba, de honda y capital importancia en el devenir de la lírica cubana, que actúa, por demás, como suerte de bisagra estética o pivote de consonancias para algunas de las más destacadas voces del género en la Isla; es, de por sí, estimable tañido. Resonancia donde el eco se agacha. Se ennoblece, luego, en levitación de los ánimos.

Gustos y paisajes complacientes aparte, esta compilación se mece también en el gozo de los lectores que agradecerán la armonía consecuente de la generosa intención de Leonardo Sarría, desde la impronta misma de un prólogo que, más que enjuiciar el fenómeno de la poesía cubana durante la década del 2000-2010, pace sobre ese ejercicio de “alegría estética” —dice Sartre refiriéndose, justamente, a la intención del escritor por conseguir la emoción del lector— que como un diálogo esencial ya, encontramos en un único volumen de poesías, amparados por una pregunta que, desde las sospechas de Sarría, incita por sí sola: ¿Qué comparten esos poemas, qué pudiera aproximarlos por debajo de distancias y simetrías?

Creo que nos toca el turno de alistar el ojo lector, aliviar la resaca gustosa que nos deja la lectura de la revista La Gaceta de Cuba y que ahora viene a suplir, en simbiosis con el lector de sus poemas, este libro, que luce un equilibrio fisiológico sobre el remanso de la lectura de estos poetas.

No quisiera caer en las distinciones —o no— que los autores recogidos en esta selección prohíjan, cada uno desde sus esencias; apuesto por no despeñarme en los desenfrenos de los “bizantinismos infructíferos” de los que nos advierte Enrique Saínz, pero valga insistir, no obstante, que esta es una antología que agrupa “una década de poesía cubana a través de un premio”, cuya selección de poetas y poemas suele resultar atractiva para un sector nada despreciable de consumidores de caudales legitimadores. No hay que perder de vista que estos autores —por suerte— no son intocables, que el sitial en que les supuso un premio literario, con todas sus influencias estéticas y/o jerárquicas, no es ni mucho menos una perpetuidad de calidades formales de sus obras; así como no traen las bases de la convocatoria de este apetecible certamen, una cláusula desde la que se garantice un absoluto y premonitorio fardo de futuridad. Una perspectiva que no podemos darnos el lujo de llevar más allá de nuestra mesura y nuestra distancia electiva. Curbelo lo advierte como un suceso curioso, muchos autores considerados capitales de la posvanguardia lírica cubana o no enviaron sus obras el certamen o no obtuvieron el galardón. Todos púgiles de la propia década, acaso delirantes y exquisitos poetas. La nómina daría para otras “articulaciones”.

Leonardo Sarría, con este volumen que nos acaba de entregar, se convierte él mismo en un creador útil, oportuno y esperado. Yo al menos confié en ver aparecer de un momento a otro un libro así. Por otro lado, me gustaría dejar en letras una deferencia: el diseño de cubierta interesa portentosamente, atrae su tamaña elocuencia y alcanza a suplir un silencio temerario que se le encimaba a este Premio de Poesía; démosle las gracias también a Michele Miyares Hollans, a su gesto gráfico y al (des)velo con que ha de haber seguido las luces de este ejercicio de exploración. Solo me resta esperar la próxima entrega, allá por el 2022, Cronos mediante.

Un delta no es sino sedimento del caudal aletargado de dos torrentes, por una parte las aguas de los afluentes, por la otra el raudal del efluente al cual tributa este, acompasados por el parsimonioso murmullo que los meandros de cada cauce. Desde ese estuario metaforizado se yergue la poesía cubana. A toda vista el libro que termino de comentar es de por sí expresión de una realidad literaria que surca aguas hacia las alucinantes escalas de los (con)textos de estos poetas. De ahí al mar, aunque solo quede tal vez un estrecho páramo rodeado de agua.

Coda: Se agradece particularmente la idea de incluir en el corpus de la antología la nómina de los jurados que durante esta década contribuyeron, desde la vilipendiada subjetividad de los jueces, a la decantación de estos poetas, quienes les debo —particularmente— una canción.

Racso Morejón. (La Habana, 1965)

Carpintero, poeta y promotor cultural. Aparece incluido en la antología Rapsodias, selección de poesía contemporánea, Montevideo-2006-Brasilia, Editores Bianchi del Movimiento Cultural aBrace que organiza el Festival de Poesía de Montevideo, Uruguay y en El ojo de la luz. Antología de poetas y artistas plásticos cubanos, editado por Diana Ediciones, edición bilingüe sin fin lucrativo. Poemas suyos han sido publicados en las revistas El Caimán Barbudo y Educación. Colabora con reseñas literarias para publicaciones seriadas como Cubaliteraria, Esquife y El Caimán Barbudo.