ANTIGUA QUE ES LA NOCHE
Antigua que es la noche,
canta,
se alegra como una manzana,
para los amantes no es oscura ni triste.
Porque cada uno se conoce la boca del otro,
el tacto del otro,
los latidos en las manos febriles.
Apenas se da cuenta,
olvida la existencia de los seres perfectos,
de los seres brutales,
los amantes.
Les sonríe.
Disfruta que se hundan en su vientre.
No se impacienta.
La noche envía sus emisarios,
cuida de los amantes.
Las sombras no son sombras,
son un río donde juntos nadan brazos y piernas,
cada cuerpo se impregna en las aguas del otro.
Cercano un hombre mira correr las aguas,
tantas veces se ha soñado cuerpo en otro cuerpo.
Su sombra se proyecta inquieta sobre el río.
Como un suicida, alejándose flota.
QUIÉN FUERA AVE
¿Quién fuera ave
que todo lo observa
desde lo alto?
¿Quién lo fuera
alejado de todo pesar,
de la vileza,
de los celos?
¿Quién,
sin conciencia
de las pasiones?
¿Quién fuera ave
en su trágico,
inconsciente vuelo
hacia la muerte?
DESCUBRIMIENTO
Porque andaba sumergido entre las sombras
no tenía conciencia del sol donde vivía.
No me observaba sino desde los otros.
Y era abominable.
Se me había advertido que en tal versículo
decía,
desde hace siglos,
cuál era mi ruta.
Sus voces
―la Palabra―
llenaban hasta el más recóndito
paraje de mis sueños.
Esa Palabra había henchido de oscuridad a mis ancestros:
y mis abuelos la aprendieron creyendo que era buena,
y mis padres por inercia la heredaron,
y mis hermanos la legaron como acervo.
Y los hijos de mis vecinos la adoptaron como justa
porque era engendro de los templos.
Y todos los siglos me juzgaron.
Por sofocar mis fuegos entonces
cuánto fuego me causaba.
Por apagarme,
cuánto ardía.
Cuánto me abrasaba.
Pero crecí.
Y mi razón desechó libros,
renglones caducos,
que mentían.
Crecí.
Sí que crecí,
a pesar de la horda que acosaba.
Crecí liberado con mi ansia de gigante.
Crecí para reinar en mi cuerpo,
para ser animal en mi cuerpo.
Para ser hombre, bestia y divinidad en mi cuerpo.
Ahora llevo esta luz que ciega aún.
Pero ya no me importa.
EL PREDIO DE LOS MONSTRUOS
Mi barrio colinda con el predio de los monstruos.
Desde la distancia los observo con sigilo.
Les conozco la rutina.
Hasta su rabia.
Sé la hora perfecta de su éxtasis.
Quizás pudiera participar en sus rituales.
Quizás,
incluso,
encontraría allí mi cuota de felicidad.
Mas no iré a exigirla.
No pediré mi lugar en sus dominios.
No les rogaré.
No voy a suplicarles que me inviten a sus ágapes.
Nada les reclamaré.
No.
Por eso alzo o no mi puente.
Y ando,
o no,
sus pasajes oscuros.
Total,
si nadie supo responderme
dónde habitan sus mejores oráculos,
dónde dispensan sus palabras.
Y pago mi soledad,
esta soberbia.
No busco tampoco mudarme a sus recintos.
No quiero que piensen que elijo andar entre los monstruos.
Que acato sus edictos,
sus leyes.
Que soy un masoquista.
Espero,
eso sí,
el momento oportuno.
Después los sorprenden mis grafitis.
Cubren sus paredes, sus muros.
Nadie regirá mi inspiración
─allí les digo─,
ni el sexo que he de servir sobre mi mesa.
Luego vendrán a negarme.
¿Qué me importa?
Qué disfruten de su páramo.
Qué crean que están solos.
El mismo espacio me circunda.
He decidido seguir aquí,
cuidando de no pisar sus colas deleznables,
pues ya los robles se preparan para burlarse del invierno.
CUATRO HAIKUS
I
AMANECER
Desde la oscuridad
manan, desentumeciéndose,
los colores.
II
NOCTURNO (versión 2)
Absorto estoy
en la noche
que me habita.
III
Del cabello del mundo,
se están despeinando
los sueños.
IV
―Madre, ¿qué es el arcoíris?
―Hijo, el sueño del agua.