Ana
“Es hermoso el ensueño en el que se está cuando todo recién comienza, el enamoramiento que eclipsa los defectos y luego la lucha por mantener viva la llama cuando ya no sopla el viento”.
Dêrwyn Mintgreen
ACTO I: ANA LA PRIMERA VEZ
La primera vez que divisé a Ana, estaba sumergida entre los brazos de un dragón enorme de ojos de fuego. Alex, creo se llamaba, y se consideraba el mejor ejemplar en casi toda la selva conocida. Fuerte, de pecho brillante y en donde mi Ana aparecía como un músculo más. Me cuidé de no mirar mucho tiempo, no se fuera a malinterpretar, pero, desde el fondo de aquella mole, dos ojos suplicantes me dijeron: “Rescátame y seré tuya para siempre”.
Sin medir las consecuencias, grité con todas mis fuerzas su nombre, pese a que nunca nos habían presentado, salido quizás del alma. Fue un Ana tan alto que la mole se estremeció y, sin desearlo, dejó caer a su presa, que corrió hacia mí con los brazos abiertos, y me apretó tan fuerte que se me nublaron los sentidos.
A la mole apenas le dio tiempo a reaccionar, pero pasados algunos segundos comenzó a moverse hacia nosotros con cara de pocos amigos. Ana entonces me susurró al oído:
—Espérame en el parque que yo lo neutralizo —y se alejó.
Más rápido me alejé yo, y no es que tuviera miedo, pero sentí que me daban una orden y mi presencia ante el monstruo no ayudaba para nada.
Tres cuadras después, me preguntaba cuál de los parques era el que decía Ana: ¿El del final del boulevard, el central, el de los enamorados, el de los estudiantes…?
ACTO II: ANA EL ENCUENTRO
Sin saber a cuál dirigirme, pero jugándome la carta de la casualidad, decidí sentarme en el más céntrico de todos y allí aguardé a Ana; con muy pocas esperanzas en verdad. Presentía, no obstante, que cualquier espera no era en vano pues aquel nombre salido de mi interior significaría más de lo debido en el futuro. El tiempo pasaba y terminé consumiendo los pétalos de un marpacífico azul que encontré en un patio ajeno. Lo arranqué para impresionar a Ana por ser único y extraño. Ya se acercaba la noche y a punto estuve de irme y olvidarlo todo, pero un sino interno me aferraba al banco con un “no te desesperes que ella vendrá”. Y así fue….
No la vi llegar. Estaba medio adormilado y su susurro cálido, que me erizó de pies a cabeza, hizo que me levantara en el acto. Me preguntó:
—¿Me esperaste mucho tiempo? —e inmediatamente se subió a mi espalda.
—Ya me salvaste, ahora llévame a tu palacio.
Traté de bajarla, para besarla, pero se aferró a mi cuello como una niña asustada.
—No te salvé y no tengo palacio. Pero puedo llevarte a mi casa si decides caminar por ti misma.
No obtuve respuesta, solo el contacto de sus senos en mi espalda. Atrapé sus muslos y eché a andar.
ACTO III: ANA EL SEXO
Kilómetros ligeros, llamaría a mi calvario, a la marcha sangrante con la cruz a mis espaldas, listo para la crucifixión y la elevación al cielo. No me cansé, y marché con el sufrimiento del desespero por llegar; llegar y matar mis deseos, con Ana, a mis espaldas, para después de clavarme a sus brazos, lograr la iluminación. No calculé el tiempo del viaje y llegué fresco al festín. Mi casa se iluminó como un castillo. Bajó de su montura y observó cada detalle, cada rincón. Se alisó el pelo y lo recogió con una de esas artes femeninas imposibles de describir.
—Necesita arreglos —me dijo desafiante.
—Puede ser después, ven… —le respondí, y traté de abrazarla.
Me esquivó con gracia, como iniciando un juego.
—No te desesperes, dame tiempo. Ve bañándote que yo te alcanzo… —y me adelantó un beso.
¿Quién dijo que el agua sirve para bajar la pasión? No si Ana te dio un beso. Creo que ni el más gélido torrente podría calmar el deseo por Ana. Por fin, después de oírla remover toda la casa, entró desnuda y con mirada lujuriosa. Nos fundimos en un solo ser. Nunca más he estado solo mientras me baño. Ana, desde ese día, siempre está conmigo.
ACTO VI: ANA EL MILAGRO
Una vida después, al salir del baño, vi mi casa cambiada. Estaba todo arreglado y reluciente como nunca. Flores que perfumaban el ambiente y adornos de maravilla en mil lugares; muebles sin manchas de grasa, pisos sin colillas, vajilla pulida y un mantel en la mesa, la cama hecha y las gavetas ordenadas. El sonido de la puerta cerrándose y una nota en el espejo de la sala: “Todo maravilloso; nos vemos mañana”.
Salí corriendo para detener a Ana. Apenas la logré atrapar, doblando la esquina. Le dije cuánto la necesitaba. Que no se fuera y estuviera a mi lado para siempre. Me miró compasiva y, riendo, me dijo:
—Estaré contigo el tiempo que quieras. Solo no vuelvas a comerte mis marpacíficos azules.
ACTO V: ANA MI CASA
Mi relación con Ana duró mucho tiempo, puedo decir que la atrapé aunque no estoy muy seguro de eso. Pasado un mes apenas, logré que se mudara a mi casa, que organizara todo a su gusto y hasta que tuviera un perro. Poco a poco me acostumbré a sus milagros, al punto de no asombrarme de nada. Sembró en mi patio sus marpacíficos, Hibiscus rosasinensis —como averigüé se llamaban, con un botánico amigo mío—, pero estos crecieron en un solo día, muy altos hasta el techo. Aunque no lo crean hablaba con el animal, que le leía poemas en francés de autores desconocidos. Era un saturro sarnoso que entró en mi casa, hambriento y con frío. Ana lo recogió y esa misma tarde la hallé golpeando al animal con gajos de ciruelo y pronunciando frases en un lenguaje ininteligible para mí; al otro día, al despertarme, el can me saludó con un buenos días de voz grave que me heló el corazón.
Ana absorbía mi tiempo y mi mente a todas horas. Comencé a dilatar los tiempos en casa y a justificarme ante mis amigos para quedarme con Ana, a quien no le gustaban las actividades sociales. No me preocupé de mantenernos; los milagros de Ana bastaban para las cosas banales, esas de comer y de vestir. Los marpacíficos gigantes formaron finalmente setos impenetrables para aislarnos del resto de la gente y convertir mi casa en el mundo de Ana… y mío.
ACTO VI: ANA LA PRISIÓN
Ana me atrapó en casa, pero a la vez se atrapó a sí misma, me amarró fuerte en mi propia cama, pero a la vez, quedó presa de mi deseo, que se tornó infinito. No podía resistirse a cada uno de mis reclamos y juntos probamos los procedimientos más dulces de tortura. Con alevosía profanamos las normas sagradas de la relación entre dos cuerpos y en una pira inmensa destruimos todos los libros que hablaban de sexo y de moral. Nos acusamos mutuamente de perversos y, finalmente, nos condenamos a cadena perpetua sin derecho a apelación.
Pero pasado el tiempo, de a poco, empezó a echarme en cara su encierro.
—Ya no salimos a ningún lado… —y antes de yo responder—: No te esfuerces, yo te juré ser para ti por siempre.
ACTO VII: ANA EL ESCAPE
Los poderes de Ana empezaron a mermar, fue un proceso lento. Primero un plato que salió mal, otra vez dejó polvo en la repisa. El perro dejó de hablar, aunque siguió leyendo sus poesías en francés. Se secaron los setos y la nueva luz del sol nos reveló mustios y de faz cetrina.
—Debemos huir —le dije.
Me miró con lástima. Nos vestimos y echamos a andar. Otra vez a caballo en mi espalda, hasta aquel parque lejano, solo que esta vez tuve que hacer infinitos esfuerzos por llegar. En una de las paradas obligatorias por el agotamiento, descubrí un marpacífico azul que arranqué para regalarlo a Ana por ser único y extraño. No lo quiso y el hambre me llevó a consumir sus pétalos. Al llegar al parque, repleto de personas, la abracé fuertemente. De pronto, de algún lugar oí un grito:
—Anaaa… —me estremecí y la solté.
La vi correr hacia un alfeñique rubio y decirle algo al oído. Me dirigí a ellos para preguntar, pero él corrió, alejándose. No necesité nada más.
ACTO VIII: ANA EL FIN
Ana me dejó su perro, no sobrevivió ni un solo arbusto y mi casa recuperó el aspecto de siempre.
Denis Álvarez Betancourt. La Habana, 1968. Narrador
Licenciado en Física por la Universidad de La Habana. Ha sido finalista en los concursos literarios: Arena de Ciencia Ficción y Fantasía 2007; Constantí 2009, Relatos de Familia; III Premio Cryptshow, Festival de Relatos de Terror, Fantasía y Ciencia Ficción 2010 y Mabuya de Literatura Fantástica 2011. Obtuvo Mención en el Concurso Luis Rogelio Nogueras 2010, con el cuaderno de cuentos Llueven piedras, y ganó el Primer Premio en la categoría de Ciencia Ficción del Concurso Oscar Hurtado 2011, con el relato “Guido Persing quiere una niño”. Participa del Taller Literario Espacio Abierto. En la actualidad trabaja en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología.