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Ailín García y la mentira (veraz) de los boleros

Como mienten los boleros

Ejercer el oficio de augur resulta en extremo veleidoso. Todavía más si el augur se atreve a ello desconociendo los riesgos de semejante ritual en el (inefable y ciertamente veleidoso) reino de la Literatura. De vez en vez se halla, sin embargo, algún libro que empuja al arriesgado lector, más allá de todo natural descreimiento, al otrora famoso oficio. Ello me ocurrió al leer Como mienten los boleros (Ediciones Ancora, 2014), de la joven autora pinera Ailín García González. Once relatos cortos, estructurados en tres secciones (elemento que delata a la autora afiliada a la concepción que toma todo libro como sistema y continuum) hacen —más allá de todo natural descreimiento, repito, años de espera mediante— presumir, aventurar, augurar, historias de muy fuerte aliento.

El absurdo asola y se enseñorea desde estas historias, un absurdo cuyos alisios afantasmados baten desde los relatos de Arreola, Cortázar, Kafka, Piñera, y que ha llevado a quien estas letras bosqueja a (re)visitar sus antiguas y nunca preteridas obsesiones. Historias como “La aldea”, sitio que recibe el bautismo de una locomotora, artefacto del que se ignora todo uso y al que se tratará de hallar racional empleo; “Próxima parada”, pequeña pieza que alude a la simultaneidad de eventos y deseos, hastíos y rechazos que atan y desatan a todos los humanos; el hálito fantapoético de “Perseguir corceles”, una de las piezas mejor logradas de este libro; el cuasi horror que anda y desanda desde “Foto de cumpleaños”; historias todas esas, decía, que entreveradas en un maderamen que vincula naturalidad y fraseo primigenio, llevan, per se, la semilla  —augurante y precursora, como lo es toda simiente— de historias otras. Textos que guiarán —¿quién lo duda?— a Ailín García a otros textos. Otras cotas. Otros laberintos. Otros libros. No todo augurio deviene veleidoso si se ha logrado desentrañar los debidos atisbos.

Si existieran dudas pues ahí está “Madrigal”, para ponerlas en fuga. Indudablemente la pieza de mayor fuerza, alcance y donaire del volumen, una historia de atmósfera, colocada —muy certeramente— en las postrimerías en aras de llevar (y dejar) al lector bien arriba, resulta un atrevido y muy arriesgado juego de mudas del punto de vista, mudas hilvanadas con puño de filigrana, imperceptibles para lectores no avisados, mudas que no dudan en asomar en un mismo párrafo, a la vuelta de una oración, alternándose la fría lente de un narrador omnisciente situado lejos —y por encima— con la muy cercana y acusatoria segunda persona, riesgo que la autora asume con atrevimiento y del cual emerge airosa. Asombran el reto y sus resultados en un autor que apenas deshoja su primer libro. Asombra cuando se evoca que a no pocos de nuestros jóvenes autores les obsede mucho más el topic de las historias que urden que la estructura, la técnica o el estilo del que se valen para contarlas. Asombra, decía, y bien se sabe, de la mano del asombro se llega a lo veleidoso del oficio de augur.

Como mienten los boleros, me atrevo a decirlo, es un libro que no miente. Se trata de un libro escrito por un autor muy joven. Un libro de inicios. De arranque primo. De go ahead. Un libro que, a despecho de todo riesgo, delata, sin embargo, el potens de empeños mayores. La literatura, ese reino inefable y no menos veleidoso, emerge del tiempo. Del paso del tiempo. Pasará el tiempo, eso es seguro. Entreverados en sus márgenes, colgados de sus atisbos, quedaremos todos. Se lee Como mienten los boleros y algo también se toma por seguro: pasará el tiempo y Ailín Garcia escribirá otros libros. Nosotros… quedamos por ahora ahí, llenos de atisbos, entreverados, esperando.

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