A propósito de un diálogo entre Kublai y Marco
1. JUNTAR PEDAZOS
¿Hay una historia? Si hay una historia comienza en los años 0. Era el 2000, por aquellos días se hablaba del Error del Milenio (un error de software, los programadores no tuvieron en cuenta el cambio de siglo y milenio). Era el 2000, en los altos de una librería en el boulevard de San Rafael, Jorge Alberto Aguiar (o simplemente JAAD) dejaba a un lado la escritura para impartir un ciclo de charlas en el Taller Literario Salvador Redonet. Aquel espacio tuvo una segunda etapa: el Laboratorio; para colmo del delirio —y para bien (o mal) de todos los que decidieron seguir escuchándolo— devino Klínica (se escribía con K, la K de Kafka). Entre los que apostaron por asistir a los encuentros había un muchacho graduado de Ingeniería Mecánica.
Ese joven escuchó de JAAD acerca de un escritor italiano nacido en Santiago de Las Vegas en 1923, autor de seis conferencias vitales para ese loco afán que es la Literatura. Las seis conferencias eran cinco en realidad (¿los temas tratados?: los valores o cualidades propias de la literatura que debían persistir en el nuevo milenio: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad, multiplicidad, y la sexta la consistencia —que no llegó a redactarse debido a la muerte del escritor). El escritor italiano nacido en Cuba y autor de esas propuestas es Italo Calvino.
El muchacho graduado de Ingeniería Mecánica e interesado en la literatura es quien ahora lee un texto titulado “A propósito de un diálogo entre Kublai y Marco”. Pero hubo más: allí se habló de ratas y agujeros, también acerca del deseo, y rizomas, máquinas y cuerpos sin órganos, del humor en la literatura de Kafka, escuché acerca del dispositivo colectivo de enunciación, de una literatura que debe adelantarse como se adelantan las manecillas del reloj… ¿Puro delirio? Traté de desentrañar lo que allí se dijo, por lo tanto, busqué aprehender además esas propuestas que Italo Calvino sugería tener en cuenta. Desde un lugar levemente marginal, debía proyectar hacia el nuevo siglo y milenio cualquier historia que me propusiera contar.
2. UNAS LUCES QUE AFLORAN EN LA NIEBLA
Pregunta Kublai a Marco: —Tú que exploras a tu alrededor y ves los signos, sabrás decirme hacia cuál de esos futuros nos impulsan los vientos propicios.
—Para llegar a esos puertos no sabría trazar la ruta en la carta ni fijar la fecha de arribo. A veces me basta una vista en escorzo que se abre justo en medio de un paisaje incongruente, unas luces que afloran en la niebla, el diálogo de dos transeúntes que se encuentran en pleno trajín, para pensar que a partir de ahí juntaré pedazo por pedazo la ciudad perfecta, hecha de fragmentos mezclados con el resto, de instantes separados por intervalos, de señales que uno envía y no sabe quién las recibe.
El fragmento de diálogo pertenece al libro Las ciudades invisibles, de Italo Calvino. Tengo la sospecha de que es la cita perfecta, porque adelanta o resume el motivo por el cual estamos aquí reunidos: mi libro La noria, premiado en el Concurso de Novela Italo Calvino 2012, cuyo jurado estuvo integrado por los escritores Alberto Garrandés, Ana Luz García y Leonardo Acosta. Bastó esa mirada en escorzo que se abre justo en medio de un paisaje incongruente, unas luces que afloraron en la niebla (la bruma de los 60 y 70 ―etapa en la que el protagonista de La noria escribió la mejor parte de su obra y en la que sobre él se desató el dogmatismo de una inverosímil aunque real política cultural. Esos tiempos dolorosamente humanos propiciaron una historia, una historia de amor entre dos hombres, una historia de amor y varios demonios; los lectores encontrarán allí delito y deleite, placer y dolor, pasión por la literatura y el deber de ejecutar una orden, traición y muerte en una ciudad llamada La Habana, pero que no es exactamente la Capital de Todos los Cubanos ―tampoco una ciudad invisible a pesar de haber sido trazada y erigida en los predios de la ficción.
Con un candelabro y un revólver (como aconseja hacer un amigo narrador tras leer el consejo de Lezama en uno de los textos de su ensayo Tratados en La Habana) me adentré en folios y archivos digitales para iluminar (o iluminarme), y para también arma en mano expoliar y regresar al presente con las manos casi llenas (en la medida de lo posible) como quien invade un territorio buscando no solo una muy buena veta de combustible.
Para qué ocultarlo, mi propósito va más allá de la simple prospección. Fui suministrándole combustible a una máquina narrativa a la que llamé La noria; ese carburante es el resultado de una mezcla bien variada. ¿La composición?: de Cortázar fue imprescindible su correspondencia (cartas dirigidas a Roberto Fernández Retamar, Haydée Santamaría, Antón Arrufat y Marcia Leiseca), también su contranovela Rayuela, el cuento “Las babas del diablo” y la entrevista que concedió al programa de la TV española A fondo; por cierto, casi olvido mencionar la “Policrítica en la hora de los chacales” en este arriesgado acto de revelar asociaciones, participaciones profundas y diálogos en un plano digamos esencial. Y puestos a contar en qué otro sitio puse el candelabro y el cañón del revólver hay que mencionar entonces el cuento “Dolce vita” del escritor Eduardo Heras León, y el tótem o poema “Tótem” de Juan Carlos Flores. Hay más, mucho más: Virgilio (el nuestro), cierto susurro de Ricardo Piglia en mi oído, una banda sonora en donde se combinan fragmentos de canciones, y las trazas de un ideario que ilumina (a veces encandila esa grande y hermosa luz).
Desde un país para nada central, debía proyectar hacia el nuevo siglo y milenio cualquier historia que me propusiera contar. No sé si con La noria he conseguido adelantar la literatura, o mi literatura, tal como se adelantan las manecillas del reloj. Importante es el resultado, pero en especial lo es el proceso (los folios que he fatigado, la respuesta de los amigos ante mi solicitud de información, todo lo develado y asociado de nuestro pasado reciente ―como luces que afloraron en la niebla―, pensar la escritura como la alta apuesta con la que debería propiciarse la obra maestra del futuro).
Por supuesto, es evidente el delirio. Pero qué más da. Se apuesta en grande o no se hace. Alegremente. Porque la literatura es el placer de la zozobra, lo digo con total convencimiento, placer y zozobra tanto para el lector como para el escritor. No importa en qué posición estemos, en las dos nos mueve el deseo. Nos place construir, también lo contrario. Hay un loco afán de darlo todo o casi todo en el camino, o en el viaje, a fin de cuentas leer o escribir un libro es lo mismo que emprender un viaje. Y cuando te enrolas en una travesía al final terminas transformado. Quisiera no pasar por alto un detalle, cuando dije “darlo todo o casi todo” debí agregar a la idea que en la ecuación no podía quedar fuera una variable: la fiesta.
Algunos amigos me han escuchado decir: devenir escritor es una cuestión de actitud, de aptitud, de noción de estilo. Precisemos: caer con estilo. Comenzar la escritura de un texto de ficción es asumir de antemano la derrota. Tienes un tema, los personajes, un conflicto, tramas y subtramas, una posible solución. En esos personajes tratarás de condensar las angustias de los tuyos, sus grandezas y su miseria —que podrían ser tus propias angustias, tus bajas pasiones—, en boca de ellos pondrás preguntas que a la vez son tus propias dudas —preguntas cuyas respuestas de antemano no conocemos, lo cual potencia todavía más el alcance de las mismas. Pero solo contamos con las palabras para tomar de la mano al lector y convencerlo de ir hasta el borde del abismo, y saltar. Solo contamos con las palabras para invitarlo a descender al infierno; convidarlo, a través de la lectura, a desandar los peores paisajes que nos depara ese vasto universo: el ser humano.
3. DEL DIÁLOGO ENTRE KUBLAI Y MARCO
Pienso en mi libro La noria, en el personaje principal, en la historia de amor por la que apuesta y el devenir de ese amor (amor por un hombre, por la literatura). Es un libro escrito desde una “biografía extraña”, como diría Pitol: “escribir es un caso de impersonation, de suplantación de personalidad: escribir es hacerse pasar por otro”, o la idea del desplazamiento y distancia, un movimiento hacia otra enunciación (un “yo” que es colectivo) para ver, por ejemplo, una luz en la niebla de los 60 y 70 del pasado siglo y proyectarla entonces al XXI; es la intención de buscar la claridad, de formularse preguntas buscando poner en tensión los relatos contenidos en los folios fatigados o en los testimonios suministrados por diversas fuentes. En resumen: no pasar por alto esas seis lecciones, que en realidad son cinco, a la hora de sentarse frente al documento Word en blanco en una tórrida isla caribeña.
Permítanme otra cita antes del punto final:
El Gran Jan estaba hojeando en su atlas los mapas de las ciudades amenazadoras de las pesadillas y las maldiciones (…).
Dice: —Todo es inútil si el último fondeadero no puede sino ser la ciudad infernal, y donde, allí en el fondo, en una espiral cada vez más cerrada, nos sorbe la corriente.
Y Polo: —El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.
Fin de la cita.
Pienso la literatura como la travesía que nos permite vernos en “el otro” y saber, o intentar saber, cómo nos ve “el otro”; ya lo dijo Umberto Eco: es la mirada del “otro” lo que nos define.
Esa travesía será irrepetible, o al menos así debe ser planteada. Sin embargo, al infierno habrá que descender más de una vez. Habrá que repetir, pero siempre desde la diferencia.
Ahmel Echevarría. La Habana, 1974. Narrador. Ingeniero Mecánico
Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Obtuvo el Premio David 2004 en el género cuento con el libro Inventario (Ediciones UNION, 2007); el Premio Pinos Nuevos 2005 con la noveleta Esquirlas (Editorial Letras Cubanas, 2006); la Beca Fronesis de Creación Novelística 2007; Mención en el Premio UNEAC Cirilo Villaverde de Novela 2008 y Premio Franz Kafka de Novelas de Gaveta 2011 por la obra Días de entrenamiento; la Beca de creación Razón de Ser 2008 por el proyecto de libro de cuentos Las espirales del tiempo. En el 2010 obtuvo el accésit en el Premio de Cuento convocado por la revista La Gaceta de Cuba y la Beca Dador por la obra Pastel para pit bulls. En el 2011 obtuvo el accésit en el Premio de Cuento convocado por la revista La Gaceta de Cuba. En el 2012 obtuvo el Premio José Soler Puig de Novela con el libro Búfalos camino al matadero y el Premio de Novela Italo Calvino con la obra La noria. Sus cuentos aparecen publicados en las antologías Historia soñadas y otros minicuentos (Ediciones Luminaria, 2003); Los que cuentan. Una antología (Editorial Cajachina, 2007); La ínsula fabulante. El cuento cubano en la Revolución (1959-2008) (Editorial Letras Cubanas, 2008); La fiamma in bocca. Giovanni narratori cubani (Voland, 2009); Todo un cortejo caprichoso. Cien narradores cubanos (Ediciones La Luz, 2011); Ni + ni – gordas (Editorial Extramuros, 2011) y El martillo y la hoz y otros cuentos (Isliada Editores, 2011). Miembro del staff del e-zine de escritura irregular The Revolution Evening Post y del proyecto Rizoma(s). Columnista de la sección “Diálogos” del sitio web de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Actualmente trabaja como editor de los sitios web Centronelio y Vercuba. Textos suyos, tanto literarios como de opinión, han sido publicados en diversos periódicos y revistas.